Gema Mateo: ¿Quién me mirará?

Son las tres de la tarde, arriba, las escasas nubes se contonean de un lado a otro, abajo, mis pies cansados e hinchados se sumergen en el asfalto caliente.

No he vendido nada, así que regreso al cuarto, a lo lejos diviso el edificio. Un esqueleto más que un cuerpo, tatuado de grietas, en cada centímetro el moho se cuela entre ellas.

Al entrar a este cuarto la oscuridad recorre todo el perímetro y percibo el aroma a humedad en las paredes que habito. Me parece que aquí adentro es más sofocante que caminar allá entre toda la gente que porta sus trajes y vestidos.

Después de bajar del metro caminé derecho sin detenerme, sin percatarme de mi soledad o mi hambre, pero aquí en la habitación todo me recuerda a mi madre. Este es un lugar extraño, indiferente para mí sin su presencia.

Agotada por la enfermedad, en las tantas vueltas que realizamos de este piso alquilado al hospital público, un sábado cerró sus ojos para no volver a mirarme.

—Confío en que pronto aprenderás a usar el talismán, te llevará de regreso al hogar—, fueron sus últimas palabras.

Los médicos me miraron de reojo, con expresión inocua, pero sin convicción para ayudarme. Dejé el hospital sin saber dónde enterrar a doña Consuelo.

Mientras subía las escaleras de este inmueble traté de concentrarme y abrir el portal, pero fue inútil. Quizá si vendía algo de nuestras artesanías podría comprar algo de comer o hablar por teléfono a mi hogar y dar aviso de la situación de mis padres. Las opciones se me agotan, al no tener dinero no puedo solicitar ayuda en este mundo.

Un señor de alrededor de cuarenta años me observa de manera fija cada vez que regreso al cuarto, este día no es la excepción, decido no prestarle atención cuando la pesada soledad de no tener a mi madre conmigo me invade.

Me hormiguean las manos y se ponen heladas cada vez que pienso cómo lograré regresar, a ello se le suma una sensación de desvanecimiento. Nunca quise llegar a la capital, habían pasado doce días desde que mi padre dejó de escribirnos, fue cuando doña Consuelo habló con nosotros. Mis dos hermanitos y yo escuchamos atenta su declaración de alerta.

—Tu padre nunca pasa tanto tiempo sin comunicarse con nosotros. Algo malo debió sucederle, ya ven tantas noticias feas que nos llegan de allá.

Entonces tomó la decisión de buscarlo, mi tía Nata nos ayudaría en el cuidado de mis hermanos, de seis y ocho años, hasta nuestro regreso. Recuerdo cómo ondeaban sus manitas mientras nos alejábamos por la calle.

Me acomodo en el petate de mi madre, mi abuelo se lo heredó y me dijo que era más fácil transportarlo mientras estuviéramos de visita en los terrenos del valle de este dragón emplumado.

Sostengo con fuerza el talismán, ya casi pierde su verdor brillante, ahora luce de un pastoso gris. No he logrado descifrarlo del todo, mi abuela me dijo que es la suma de todas las voces de la montaña, ha traído de regreso a muchas mujeres, pero no sé cómo activarlo.

Las cuentas de colores en los aretes, pulseras y collares que doña Consuelo y yo armamos me saludan a esta hora de la tarde, es la única luz que vislumbro en mi penumbra interior.

No entiendo por qué nadie voltea a verme cuando, de pie ante el alto edificio de cristal, con mi rebozo tejido con los hilos dorados y carmines, alzo la voz para invitarlos a ver mis artesanías.

Soy de la periferia de la ciudad, allá no hablamos lenguas originarias, ni podemos ver la Sierra Negra como lo hacía mi abuela.

Quisiera pertenecer, como ella, a la sociedad del lenguaje del talismán. Estaba aprendiendo tanto cuando presencie su partida. Ya estaba muy cansada cuando se despidió, había realizado tantos viajes y, en uno de ellos, encontró el portal.

Todo cobraba sentido cuando me explicaba cómo funciona el talismán, pero cuando estoy nerviosa olvido todo y no logro concentrarme.

Mamá y papá llegaron a la periferia desde antes de mi nacimiento, se quedaron en los asentamientos urbanos, donde a todas horas tierra es lo que veo; a veces no tenemos agua o luz eléctrica, pero ahí está mi hogar.

¡Si tan solo recordara cómo activar este talismán! Respirar es mi única opción, tal vez si me concentro lo suficiente recuerde las palabras, esa combinación de unión léxica y espacio tiempo.

—El portal ha guiado a través de la historia a cientos y cientos de mujeres que no temen a la soledad. Debes ser precavida para cruzar y que te lleve de regreso a al hogar—, eso es lo único que tengo en mi memoria ahora.

Se agota mi paciencia, me invaden las escenas de este lugar. Todo parece inmenso desde donde lo vea, incluso me he perdido en varias ocasiones. Es como si yo procediera de otro mundo, mi abuela me dijo que al cruzar el portal todo tendría más sentido para nosotras.

¿Quién me mirará?, me pregunto, con mi piel de bronce; de estatura pequeña y cabello oscuro, el cual mi madre con ternura había de acariciar.

¿Quién me mirará?, cuando, al igual que mi madre, me enferme en esta ciudad y no tenga a dónde ir para que me cuiden.

¿Quién me mirará?, si el hombre que me observa maliciosamente me ataca y quiero ir a denunciar. Los policías me desdeñarán, quizá.

Hace dos semanas dejamos de buscar a mi padre. En la décimo segunda visita a una delegación, el oficial nos dijo que no podían emitir ninguna búsqueda ya que no proporcionamos datos de su residencia. No teníamos la dirección del lugar donde mi padre se hospedaba, pero ni siquiera al dar el nombre de la empresa por la cual fue contratado supieron darnos alguna respuesta.

Soy hija de un padre desparecido, de madre fallecida, de abuelos desplazados de su serranía y hermana de dos pequeños que sueñan con ver el mar; extraviada, me encuentro en el país que llevo por nacionalidad.

Las horas pesadas transcurren con estos pensamientos. En la compañía de la última luz de la tarde, me acurruco y pienso en las historias que mi abuela me contaba. Las aves surcaban sobre las montañas que parecían tener acceso al cielo, un brillo irradiaba de los campos en esta temporada.

Quisiera ir a ese lugar, en un intento improvisado pronuncio las palabras que me enseñaron. Creo que se está abriendo el portal, visualizo a mi madre sentada junto al fuego, echando unas tortillas al comal, mientras sirve un guiso de frijolitos negros.

Un resplandor brota de las palmas de mis manos, pero este no es el lugar. Mi madre se despide mientras se cierra la entrada. Ya me había advertido mi abuela, de los diferentes portales que podemos cruzar.

Cierro los ojos, hago un ejercicio más, siento un calorcito que recorre mi pecho hasta mis dedos. El talismán comienza a vibrar, se abre un portal y siento el rocío que viaja hacia mi rostro, observo las montañas de la sierra, qué esplendor a diferencia de la atmosfera contaminada en el concreto de esta urbanización.

Un rasguño comienza a incendiar mi estómago, del otro lado, en este mundo es de madrugada y hace frío, también siento hambre. Comienzo a toser y unas lágrimas les hacen compañía a mis artesanías.

Escucho unos pasos justo afuera de mi puerta. No le pongo mucha atención y extiendo las palmas de mis manos, cada vez crece más el portal. Comienzo a admirar las montañas que adquieren tonalidades azuladas y grises cuando despiden al sol.

Nadie sabe que me encuentro en esta habitación, en los asentamientos mis hermanitos duermen en sus camas, mientras la luna los baña. La tía Nata pensará que nos olvidamos de ellos o que nos pasó algo trágico y no regresaremos.

Pretendo entregarme al talismán, llevo varios días sin comer y comienzo a sentir cómo se me va la vida a través de mis pestañas. De alguna forma el portal me lleva a mi hogar, no al que creí, pero en donde debo estar.

Quiero abrazar a mi madre y decirle que su búsqueda no fue en vano porque regresé a donde pertenecía, la sensación se hace más fuerte, el debilitamiento me apresa en este mundo, pero el talismán me dirige hacia el portal.

He cruzado y me encuentro frente a la puerta de una casa, está vacía. Me percato de que el dolor de mi estómago aumenta del lado de este mundo, pero mientras me adentro a este lugar lo olvido. De repente, escucho afuera una voz, tocan la puerta del cuarto que ahora veo a través del portal, me pregunta si todo está bien.

No respondo, pero de un golpe el señor que siempre me observaba ha entrado al cuarto que ahora se ve más lejano. Arremete contra mis pertenencias y al ver que me alejo a través del portal, trata de invadirlo.

—Vete, fuera de aquí, sal de mi cuerpo y de mis tierras—, le gritó y sé que el talismán no lo dejará cruzar a este lado.

Él se queda enfurecido y destruye todo. El portal se va cerrando. Siento caer por un vórtice, levito hacia la puerta de aquella vivienda. Me sorprendo encontrar a mi abuela, quien ha reunido a nuestras hermanas.

—Bienvenida, acabas de despertar. Bienvenida a la sociedad del lenguaje del talismán

Gema Mateo. Ciudad de Puebla, México, 1990. Licenciada en Ciencias de la Comunicación, Maestra en Opinión Pública y Marketing Político. En 2017 publicó en el libro colectivo «Jóvenes Escritores», de la Editorial HAGO COSAS España. En febrero 2020, nació su primer libro de ciencia ficción y fantasía, «Camino a Apulia».

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