Majo Soto: Amor Mágico

Para Sam.

 

Mi mamá solía decir que las hadas, al contrario de otras criaturas mágicas o mortales, nos enamoramos solo una vez en toda nuestra vida. Hace un tiempo, unas alas de espuma blanca me interceptaron y recitaron palabras bonitas que yo confundí con amor. Lo que obtuve de esa relación fue perder la capacidad de hacer a las flores crecer y un ala rota que me dejó una cicatriz.

Pasé mucho tiempo sintiéndome sola, después de que el ángel me abandonó en medio de un bosque, en un invierno frío y cubierto de nieve que casi fractura mis alas para siempre, nunca volvió a buscarme y al pasar los meses, perdí todo interés en pedir explicaciones o un último beso.

Dediqué mis días a salir con mis amigas mientras la herida de mi corazón iba sanando, tomaba el sol con las sirenas y a veces nadábamos con la luna; también conocí a un grupo de brujas y comencé a asistir a sus fiestas de medianoche. Lo mejor de esas reuniones era que, a la salida, podía presenciar el amanecer, mis alas volaban con la luz del sol naciente reflejándose en ellas.

Una de esas madrugadas, el sol me sorprendió con un clima frío y un viento fuerte que ponía en peligro mis alas, sobre todo a la derecha, cuya cicatriz dolía cada que las bajas temperaturas la tocaban.

—Hey— giré mi cabeza y vi venir a un hechicero hacia mí—, hola, eh… me enviaron a decirte que hace mucho frío para que te vayas volando.

—Oh no, puedo caminar, no hay problema- tenía ojos muy lindos, de un color café claro adornados con pestañas muy rizadas.

—¿Segura? Tus alas se están encogiendo. Puedes quedarte hasta que pase el frío.

—Eh… okey, me quedo.

Era mucho más alto que yo y fuerte, tenía unas mejillas y unos labios que parecían tan suaves que mis manos cosquilleaban por poder sentirlos. Me descubrí mirándolo en varias ocasiones y cuando se percató, me sonrió y mis alas y mejillas se enrojecieron tanto que quemaban. Cuando salí de ahí, el sol estaba en su apogeo y no había ningún obstáculo para emprender mi vuelo.

—Hey- el lindo hechicero de nuevo venía hacia mí.

—¿Me vas a decir que hace mucho calor para volar?- me sonrió.

—No, te voy a peguntar si puedo acompañarte.

—¿Quieres que caminemos? —Negó con la cabeza, todavía sonriéndome.

—¿Has volado en escoba? … Espera, es una pregunta estúpida, ¿por qué volarías en escoba teniendo alas? —me reí.

Esa fue la primera vez que me hizo reír. Comenzamos a salir y volar juntos, nos gustaba organizar picnics, él cocinaba y yo me encargaba de limpiar los platos; pasábamos los atardeceres a la orilla del río, usualmente yo comenzaba a jugar con el agua mientras él se entretenía interactuando con los pececitos, hablándoles con una ternura y cuidado que no había presenciado antes.

Mis momentos favoritos eran las noches que pasábamos juntos, cuando, abrazados, nos dedicábamos a escucharnos mutuamente, hablábamos sobre nuestra infancia, nuestros miedos, nuestra familia, la magia, los planes a futuro. Él padecía de un insomnio feroz y yo solía tener pesadillas aterradoras, así que ideamos un plan para tener un horario de sueño y un protocolo para pesadillas; la idea era dormir y despertar todos los días a la misma hora, pero con frecuencia, él me dejaba soñar hasta tarde y el olor del desayuno recién preparado, me levantaba de la cama.

Nunca me preguntó por la cicatriz de mi ala, a pesar de que era imposible no notarla y siempre despertaba la curiosidad de otras criaturas, él solo se limitaba a acariciarla, a la par que besaba mis hombros o mis mejillas; una de nuestras noches compartidas me sentí lista y le conté aquella historia de desamor que había roto una partecita de mí. Me tomó de la mano mientras yo hablaba y al final sus brazos me cobijaron.

Él se volvió mi lugar seguro, nuestra magia individual era fuerte y capaz de crear cosas increíbles, pero si la juntábamos, el resultado era algo maravilloso, colorido, bello como sus ojos y, sobre todo, era algo completamente nuestro. A veces, el miedo por perder una cosa tan linda se hacía presente, pero los años iban —y siguen— pasando y cada mañana al despertar, cada tarde compartida y cada desacuerdo arreglado solo ha reforzado nuestra elección de estar juntos.

Mamá nunca se equivocaba, las hadas solo nos enamoramos una vez, me costó comprender que a la persona a quien debo amar para siempre es la que veo todos los días en el espejo, esa hada de alas rosadas que tuvo que pasar por un corazón roto para darse cuenta de todo el amor que se merecía y tenía para dar, para compartirlo y vivirlo junto a alguien que fuera tan mágico y valiente como lo era ella.

Majo Soto vive en Querétaro, México; es estudiante de Comunicación y Periodismo, bailarina principiante, feminista, ávida lectora, sobreviviente de abuso y escritora de cuentos, ensayos, reseñas, artículos y (borradores de) novelas. Corrige textos, rescata perritos y escribe para sobrevivir.

Twitter: @TristezaFeliz29

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