El cuerpo celeste que habitamos existía ya antes de mí, pero no era más que suelos áridos y montañas rocosas; por ello mi nacimiento marcó un hito en la historia: antes de mí, nadie había sentido nunca el terciopelo de una celosía entre sus dedos, ni atesorado el delicioso aroma a petricor o el dulce sabor de una manzana.
Fue gracias a mí que nacieron abundantes y variadas hierbas, y fui yo quien labró la tierra y recogió la cosecha inicial, quien también horneó la primera hogaza de pan.
Fui quien luchó contra un padre tirano sin nada más que mis manos y el embriagante sabor de la valentía.
Pero también fui la primera mujer humillada, la primera que lo dio todo y obtuvo nada como recompensa. La tierra, el mar y el inframundo fueron repartidos entre ellos, pero, ¿qué hubo para mí? ¿Qué hubo para mis hermanas? El desazón amargo del olvido: nadie pronunció nunca nuestro nombre como parte de aquella guerra cuya victoria permitió el origen de la vida vegetal y animal; todos esos humanos que hablaron o escribieron acerca del evento al que ellos mismos denominaron «La Titanomaquia» resaltaron el valor, la fuerza y la astucia de mis hermanos, mas nunca el de mis hermanas o el mío, a pesar de que los enfrentamos con el dolor constante de nuestras costilla rotas, y aun sabiendo que si éramos capturadas la tortura primera sería la destrucción de nuestra dignidad y amor a través de nuestros cuerpos.
No soy la primera mujer que amó a un hombre ni la primera en ser amada por uno, pero si soy la última, a quien los celos del colérico rey de todo arrebataron a su mayor amor de la juventud de forma violenta, cuya piel abrasada nunca podré volver a tocar.
También fui la primera mujer violada, consumando el hambre de poder sobre mi cuerpo que él anheló de forma obsesiva, y al que desechó como basura cuando descubrió a la bastarda que comenzaba a tomar forma en mi interior.
No fui la primera mujer que parió una hija, pero si la primera y la única que engendró a la primavera. Los botones florecían a su paso, y supe que ella sería la digna sucesora de una primigenia cansada. Sin embargo, su destino casi tan cruel como el mío me la arrebató: descubrí entonces que a pesar de lo importantes que ambas éramos para mantener el equilibrio en la naturaleza, nadie nos daba el respeto que merecíamos: ella fue secuestrada y manipulada, mientras yo era perseguida por mi segundo violador. Ella fue engañada, y yo, a pesar de todos mis esfuerzos, nunca pude recuperarla por completo: por ello, seis meses mi felicidad ha de traer buenas cosechas, y seis meses mis lágrimas han de congelar la tierra.
Ese es el ciclo de mi eterna existencia: ser la mujer poderosa y la mujer humillada.
La mujer amada y la mujer violentada.
La mujer que sonríe, y la mujer que llora.
La mujer que da vida, y la mujer rodeada de muerte.
La mujer que lucha, y a la que obligan a arrodillarse.
La mujer guerrera, y la mujer derrotada.
La mujer protectora de otras mujeres, y la que no puede cuidar de sí misma.

Samanta Torres (México). Psicóloga y escritora apasionada. He participado en 3 ocasiones en la antología de Cuentos “SteamPunk Valencia”. Amante del café, los gatos y la fantasía.