Yo soy Tancredi y esta es la historia de cómo me convertí en fuego.
Fue en el año 2510, trescientos años antes de la Rebelión de las mujeres Taigú.
Siempre estuve muy orgullosa de mi piel morada, la bruja que me crío me decía también que yo llevaba el fuego en el cabello, por eso siempre iba ensortijado, y su resplandor anaranjado bailaba salvaje con el viento. Yo hacía bailar a las flores, a los árboles y ellos me cantaban, me susurraban secretos, me compartían su alma, entonces yo podía construir un puente de energía entre la naturaleza y los taigús a los que curaba.
Ellos me rehuían constantemente, con su piel azul y sus rubios cabellos de cascadas me mantenían en el limite del río, me temían, me evitaban.
Tan sólo unas cuantas mujeres taigús acudían a mí en ciertas ocasiones; mujeres que habían padecido los horrores de la violencia inexplicable, de ataques salvajes por el mero placer de mostrar superioridad; ellas eran las únicas que en su desesperada maltrechés acudían resignadas a buscar consuelo y alivio en mi energía; a veces la naturaleza me concedía la gracia de curar sus heridas físicas, mentales y hasta del alma, pero en ocasiones sólo me brindaba la oportunidad de entregar su cuerpo al éter lo más placenteramente posible, y con su alma les obsequiaba mis lágrimas para que alcanzaran su paz eterna.
Fue en el año 2510, la tierra se agitó levemente, el río se sacudió violentamente, pero a pesar de esos presagios, yo no tuve tiempo de reaccionar.
Los pletores llegaron y me encadenaron, me sujetaron del cuello, de las manos y los pies, cubrieron mi boca con su asqueroso diritto y me encerraron en su penintero, a mil metros por debajo de la tierra.
No vi más la luz, no pude hablar con las plantas, estaba enterrada tan profundamente que ni siquiera alcanzaba a comunicarme con el río, entonces traté de hablarle al corazón del planeta; tuvieron la “consideración” de soltarme las manos, así que las colocaba sobre mi pecho y le hablaba al corazón de este mundo, pero me costó ganarme su confianza, él no le hablaba a nadie, pero al final sintió mi magia y me reconoció, supo que era dadora de energía, y cuando al fin me respondió, los pletores fueron por mí; me metieron en un costal para que la naturaleza no percibiera mi rastro, para que no pudiera escuchar al corazón del planeta, me llevaron ante sus Tribunos, los taigús más viejos, los que llevaban ya más de quinientos años de existencia.
Esos ancianos, con sus túnicas verdes y gorros rojos coronando sus pálidos cabellos lacios me miraron con desprecio, recorrieron cada centímetro de mi cuerpo, de mi piel, me miraron con asco, y con voz rasposa el más viejo habló, su boca de pasa articuló horribles frases:
Tancredi, se te ha encontrado culpable de manipular a nuestras mujeres taigús y de malemplear la naturaleza para provocarles la rebeldía, eres culpable de querer alterar las honorables tradiciones taigú. Tu piel es símbolo de peligro, no hay referente de otro como tú, y lo desconocido debe ser exterminado. Se te condena a morir en la hoguera.
La pira que me fue levantada la hicieron con madera de mi amado bosque, ordenaron destruir mi refugio, ordenaron borrar todo lo relacionado conmigo.
El fuego comenzó a arder, comenzó a abrazarme la llama azul de los taigús, sus “llamas justicieras” sus “llamas vengadoras” y entonces hablé, mi voz sonó atronadora por encima del crepitar de su fuego represor:
“Yo soy Tancredi, la bruja roja del bosque, se me han acusado injustamente de corromper a sus mujeres, cuando lo único que hice fue darles cobijo y protección del salvajismo de sus hombres, pues ahora escúchenme todos, con este fuego me convierto, con estas llamas me transformo, nunca más las mujeres taigús volverán a ser víctimas del poderío y violencia de los hombres, nunca más estarán solas ni volverán a padecer el ataque y terror al que han sido sometidas, jamás la mujer será víctima de nuevo, bastará con que me llame y mi fuego abrazador extinguirá al cobarde violentador, nunca más la mujer padecerá a manos de ningún verdugo, nunca más una mujer sufrirá solo por el hecho de ser mujer, mujeres taigú, cuando haya miedo me llamarán, que hoy no me queman, ¡HOY ME LIBERAN!”
Con mi grito desgarrador las llamas azules se hicieron naranjas, sentí el sufrimiento desagarrándome la carne, mi piel morada haciéndose negra, padecí el dolor de todas las mujeres que había curado, sentí la violencia de las taigús que murieron en mis brazos.
Pero ahora ya no habría sufrimiento, ya no serían violentadas, ni vejadas ni maltratadas, me convertí en fuego, en una hermana del viento que rondaba por todos lados, ahora me metía al corazón del planeta y él compartió conmigo los secretos de la vida.
Me convertí en fuego, y nunca más ninguna mujer padeció violencia y muerte a manos de sus hombres. Bastaba un leve murmullo para evocar mi nombre Tancredi, entonces fui el demonio por el que me habían condenado, y entre mis llamas envolvía a los victimarios, ellos no iban al éter, su destino era el corazón de este mundo, y con mi fuego, también calenté los corazones de todas las mujeres taigú hasta que llegó la Rebelión; y en cada antorcha que llevaban iba yo, en cada corazón rabioso y libertador, una chispa mía se instaló.
Yo soy Tancredi, y ésta es la historia de cómo me convertí en fuego y de como la violencia en contra de la mujer taigú se acabó.

Manuela Herazo Martínez. Mexicana. Abogada desde hace quince años. En este amor a las letras y pasión por la búsqueda de la justicia, decidió estudiar Letras Hispánicas, descubriendo un nuevo placer por la palabra escrita y la lectura. Actualmente me han sido publicados tres textos; un ensayo “El mercader de Venecia” y dos cuentos “Virginia” y “Una foto”. Retazos es mi primer poemario, aún sin publicar.