Esta caperucita sabe que el lobo vive en su propia casa. No es un desconocido el que cada noche abre la puerta de la habitación de la pequeña Zazil. Una mano cruel, mano enorme le tapa el grito y le cubre la carita. Pesadilla recurrente.
La abuelita de Zazil tiene plantas que sanan.
hierbas y cantos con sus saberes se hilvanan.
Vecinos y viajantes la buscan de muy lejos,
que si mal de amores, que si son los huesos,
claman por la cura, le piden alivio.
¡Ayúdame, bruja, llévate el resfrío!
La abuelita de Zazil invita a la pequeña a su casita en el monte para protegerla del virus que tiene atemorizada a la gente, en especial de las ciudades. Aparentemente eso a la niña la tiene afectada, el encierro de todos en la misma casa. La niña no ríe, ¿estará asustada? Se le ha dicho que las personas no pueden acercarse demasiado por la pandemia. La niña entonces no entiende por qué de noche en su cuarto se rompen las reglas.
Abuelita recibe un abrazo apretado, Zazil jubilosa
recibe en su manita la mano protectora, mano amorosa.
Suspira y mira el horizonte rodeada de flores.
La ciudad lejos, Zazil antes pálida hoy de colores.
Abuelita percibe, no sabe bien qué,
mira muy de cerca bajo la luz del quinqué,
esa sombra espesa que ha marcado ojeras,
la niña le pide cacao y atole de peras.
Zazil debe regresar a casa y llora. Abuelita entonces se agacha frente a ella y abre las dos manos ante sus ojos. Le entrega una bolsita tejida que huele a copal y le dice algo en secreto al oído. Zazil asiente y se despide con cálido beso.
El frío dentro del cuerpecito de Zazil crece porque el sol se aleja.
La niña en su cuarto se sienta en la cama, saca de un cajón la bolsita tejida. Jala los cordones y va sacando uno a uno seis muñequitos, seis quitapenas. Abuelita dijo que es uno para cada día de la semana, deberá contarles su pesar y el monito lo absorberá y lo mantendrá bajo su almohada, librándola de mal sueño. Zazil sabe que su pena es grande, así que decide contarle a los seis y los coloca debajo de los cojines velando en la oscuridad, custodiando la puerta.
A los pocos minutos el intruso llega,
Zazil está triste, nada la sosiega,
no sabe qué pasa desencantada:
la puerta se abrió, no estaba sellada.
En un inesperado momento, la furia a los muñecos agitó y antes de que la repugnante mano tocara el rostro de la niña, las figurillas entraron al cuerpo del infeliz, se deslizaron a su interior por los oídos, por la boca, por la nariz, desgarrando, mordiendo piel, tejidos, triturando huesos, destrozando las venas. Brotaba la sangre por los ojos muy abiertos del hombre, que de pronto quedó inerte, muerto por el horror.
Los quitapenas uno a uno regresaron a la bolsita.
Zazil les regaló entonces un cariño en la pancita.
Abuelita dijo un día que quien profana un templo
merece un escarmiento que sirva de ejemplo.
Mamá no entiende, no se explica que ocurrió,
tal vez una hemorragia. ¡Sabrá Dios de qué murió!
Zazil volverá con la abuela pues no habla,
creen que la impresión la dejó como una tabla.
Abuelita le da la bienvenida con té de toronjil,
que pinta una sonrisa en su tierno rostro infantil.
Mientras caminan abrazadas a la cabañita
Zazil murmura: ¡Si funcionó! ¡Gracias, mi Tita!

Ana Gabriela Morales Rios. Nació en Chihuahua, México, actualmente radica en la CDMX. Psicóloga. Ha trabajado principalmente con mujeres familiares de pacientes adictos. Algunos de sus escritos se han publicado en revistas digitales e impresas y participó con un cuento en el libro ¡Basta! Cien mujeres contra la violencia de género, editado por la UAM.
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