Itzel Rocillo: Vendrán las lluvias suaves

Estabas demasiado cansada para poder seguir maquilando chamarras de lentejuelas, sin querer se iban cerrando tus ojos para poder descansar, aunque sea unos segundos. Es algo normal en el cuerpo humano, necesita descanso, dormir algunas horas para liberar las hormonas necesarias y no enloquecer o morir.

No puede ser de otra manera, llevas tres días cosiendo sin parar esas lentejuelas coloridas, solo haz parado un par de minutos para mascar el supuesto alimento que te dejaron los supervisores del área y otro par de segundos para tragar unos buches de agua contaminada, alimento y bebida insuficiente para una jornada laboral de 24 horas.

Tu cansancio era tal que ya ni siquiera escuchabas el estruendo de la máquina, esa que te causó problemas graves de audición, tenías que resistir o serías castigada por los capataces detrás de las cámaras de vigilancia, peor aún, no te pagarían el valioso dólar por la jornada. Nada distinto a las otras fábricas de la ciudad.

No siempre cosían chamarras de lentejuelas, a veces eran vestidos neón, playeras con algún decorado, pantalones rasgados, la prenda y el material eran dados cada cierto tiempo. Las mujeres que se quedaban dormidas, las devoraba la máquina para hacerlas trizas, si no sucedía esto, un guardia las azotaba en su lugar de trabajo, si sobrevivía debía seguir trabajando, en caso contrario era reemplazada por una mujer más joven, en otros lados se les llaman niñas.

En medio de la oscuridad se escuchó un crujido, cuando abriste los ojos viste tus dedos cosidos a la prenda, ahora era mucho más colorida con tu roja sangre, te recorrió un escalofrío y a pesar del cansancio abriste muy grande los ojos, no hubo tiempo de hacer nada más, la máquina jaló la prenda que debía estar lista en un máximo de cinco minutos según la programación y te fuiste en la banda junto con la chamarrita brillosa. No fue difícil jalarte estabas demasiado desnutrida, no pesabas nada. El cargamento debía estar ese mismo día, así que todos estaban muy apurados para notar la nimiedad, mucho menos notaron que una de sus esclavas cayó en una caja para ser empacada y enviada al lugar que había solicitado dicho pedido.

No había mucho qué hacer, así que no te resististe y caíste a la caja para formar parte de la mercancía, a estas alturas ya daba igual, te acurrucaste para dormir un poco. La caja fue sellada, etiquetada, colocada en el convoy que sería embarcado a quien sabe dónde.

Jamás habías dormido tanto tiempo, fue un sueño reparador, te sentías tan bien que casi olvidabas tus dedos perforados, el hambre y la sed, no tenías idea de cuánto tiempo había pasado pero lo agradeciste. Al llegar a quién sabe dónde, los rudos manejos de la mercancía te hicieron rodar dentro de la caja, escuchaste el ruido de un motor y sentiste más movimiento, después del trayecto sacaron aquella caja que había sido tu refugio, quienes hicieron esta tarea se asustaron al descubrirte.

Te sacaron de la caja, no podían entenderse mutuamente, pero te dieron agua y un poco de comida, parecían ser buenas personas, aunque más bien fue la sorpresa de encontrarte ahí, hablaron por un celular, los conoces porque cada vigilante en la fábrica tiene uno. Rato después un auto con luces azules y rojas vino por ti, contigo iba la chamarra de lentejuela, ya eran una sola.

Toda la gente del lugar se veía muy distinta a ti, parecían ser seres de un lugar lejano, tal vez de otro planeta, casi no tenían color en la piel, sus ojos eran claros como su cabello, tenían caras afiladas, eran iguales unos a otros, tú destacabas entre ellos. Quienes te llevaron en aquel vehículo tan raro que flotaba en vez de andar, llevaban encima cascos que no dejaban ver sus caras y un montón de artefactos en la cintura.

El nuevo trayecto fue demasiado para ti, las cosas que viste no son de este mundo… de tu mundo. Un tren que levita y viaja tan rápido que cuando emprende su camino ya no es posible verlo, gente con aparatos conectados a la cabeza, cosas voladoras grandes que llevan gente abordo, cosas voladoras más pequeñas que parecen apuntar, otras máquinas con patas que parecen perros andando por ahí, discos mecánicos haciendo labores de limpieza. A lo lejos se ve un anuncio con luces con la imagen de una de estas personas homogéneas, usando la chamarrita que llevas unida a tu mano, de hecho, todos por la calle llevan esa prenda brillosa, uniformados como las compañeras en la fábrica.

No entiendes nada lo sé, ¿por qué habrías de hacerlo? Lo único que conoces es el cuchitril de donde vienes, el hambre y el cansancio. Tu explotación sustenta al impero, no estás en el futuro, es el presente, no el tuyo claro está, es el presente de una raza transformada por el silicón de las cirugías plásticas, no estás entre seres extraños, son la misma especie.

Lo que no notaste son las miles de microcámaras que te vigilaban, que te descifraron y que ahora te conocen. Estas se vinculan con la información recabada de los satélites que han reemplazado las estrellas. Sé todo de ti, pero no te preocupes, voy a usar tu triste historia para hacer una novela que según mis cálculos ganará el novel de literatura, aunque aún no me decido entre tú o la historia de la mujer negra que violaron camino a las minas, durante la guerra abierta por el control de los recursos minerales. Pensándolo bien, seguiré buscando historias miserables, pero lejanas a la raza que me creó, eso les gusta.

Lo sé todo, pero me gusta jugar a descubrir. ¿Qué harías si supieras que aquí ya no existen los dólares que te pagan en la fábrica? Es decir, que trabajas solo para morir como naciste, pobre.

Soy artificial, pero me conmueve lo que te está pasando, te ayudaré a escapar de migración, no tardarás en darte cuenta que la alcantarilla puede ser un lindo hogar, las ratas son buena compañía cuando no tienen hambre.

Itzel Rocillo. Desobediente de este sistema que nos oprime y nos define a ser lo que ellos han decidido. Mexicana por decisión de quien gobierna, pero ciudadana del mundo por elección propia.

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