Cuando empecé a salir con Elena y me dijo que estudiaba en un politécnico, no me detuve ni medio segundo a pensar en la distancia entre donde vivía ella y donde vivía yo. Después de algunos meses de salir me invitó a quedarme a dormir en su casa, creo que fue la primera vez que fui consciente de la distancia. La primera vez para llegar tomé el Metro Taxqueña, me bajé en Hidalgo, transbordé a la Línea 3, me bajé en Deportivo 18 marzo, transbordé a la Línea 6, me bajé en Linda Vista, caminé 5 cuadras, tomé un camión, bajé después de 20 minutos, caminé una cuadra y subí por la calle más empinada que he caminado. Y ahí, vivía Elena.
Pasamos un fin de semana muy divertido encerradas en aquellas cuatro paredes a tres horas de mi casa. Siempre debía regresar. Después de ir y venir, me di cuenta de que tomar el metro desde Copilco hasta Deportivo 18, era mucho menos cansado y mucho más sencillo, además en ese tiempo circulaban muchísimos videos y noticias sobre mujeres jóvenes a las que habían intentado secuestrar en diversas estaciones del metro; yo estaba aterrada, pero me compré un teaser, un gas pimienta y seguí visitando a Elena cada fin de semana.
Creo que nadie te enseña a estar bajo tierra o por lo menos yo no lo recuerdo, aprendí a alejarme de los policías en las estaciones, a no dejar entrar a ningún hombre al vagón exclusivo, a no tener el celular a la vista, a guardar una navaja debajo de la manga, pero la verdad es que muchas veces, aunque sepas qué debes hacer, cuando algo llega a pasar, te petrificas.
Ese viernes se me había hecho tarde en la escuela y había subido al metro a las 7pm, la hora pico. Nadie respetaba las separaciones, el vagón de mujeres no existía y tuve que dejar caer mi cuerpo dentro del vagón con decenas de personas. Con cada enfrenón, sentía que me quedaba sin aire, estudié un poco a mi alrededor para identificar a las mujeres cercanas a mí, no sabía a ciencia cierta si era verdad, pero sentía que si yo las cuidaba a ellas, ellas me cuidarían de mí y eso me daba un trayecto mucho más tranquilo. La primera hora de ese viaje pasó sin ningún incidente mayor; los típicos apretones y empujones, pero en algún momento después de la estación del Zócalo una mujer que iba a aproximadamente tres metros de distancia, comenzó a quedarse sin aire, al principio la gente pensó que se estaba ahogando con algo que había tragado pero luego nos dimos cuenta de que éramos nosotros quienes no la dejábamos respirar. Por más que nos apretamos unos a otros para intentar darle un poco de aire, el espacio era insuficiente; nos habíamos metido trescientas personas en donde sólo cabían cien y a pesar de nuestros esfuerzos, ella seguía sin aire.
Del lado contrario, una mujer comenzó a intentar arrancarse el pelo —mi cabeza, me duele la cabeza—, y una mujer a lado se rascaba la piel, y se escuchaba el sonido de sus uñas contra algo muy áspero. La primera mujer comenzó a erguirse, se puso muy, muy derecha, levantaba la cabeza como si quisiera ser más alta que todos los demás para alcanzar el aire; de la cabeza adolorida de la segunda mujer, comenzaba a brotar algo de un rosa chillante, era casi ovalado y cada vez sobresalía más, un óvalo igual de suave y rosa comenzó a salirle en la barbilla también, la piel de la mujer de al lado parecía estar tornándose verdosa, yo no podía dejar de mirarla, hasta que emitió un chillido al ver mis pies; mis uñas habían roto mis zapatos y se estaban expandiendo por todo el vagón, sentía que me unía al metal y me alimentaba de lo que éste me ofrecía. La mujer sin aire soltó un alarido, más bien doloroso —¡CONVERTIREMOS ESTE VAGÓN EN BOSQUE!—, el dolor de cabeza se fue para dar paso a los pétalos, la piel se caía para volverse tallo y mis uñas siguieron creciendo.
Escuché los mismos alaridos en los demás vagones, alcancé a ver el metal llenándose de uñas largas entrelazándose entre ellas, cabellos que se convertía en suaves pétalos que rasgaban la piel para salir, las estaciones que se unían con nosotras, creo que este es el fin de mi cuerpo, creo que este es el inicio de un nuevo bosque.
Espero que Elena me siga queriendo aún siendo flor.

Paula Andrea Córdova García, nació en la ciudad de México en 1996. Es estudiante de Lengua y literatura modernas italianas en la UNAM.