Majo Soto: Cacao, bambú y una visita

A mi menstruación.

En cuanto llegué al lugar noté algo diferente. Una humedad cálida invadía cada pared, lo que era usual en el ambiente, al igual que el olor, un poco a hierro, un poco a magia. Todo parecía ser normal, todo en su lugar y en su tiempo, pero el aura húmeda era distinta.

Noté que la estancia se sentía más acogedora, el aire emanaba un aroma a bambú que parecía envolverte en telas cómodas y acolchonadas, de esas en las que podrías recostarte durante las noches, sabor a soledad que venían acompañadas de un llanto espontáneo. Con el tacto podías percibir la presencia de chocolate y postres, parecía un festín de bienvenida.

Recorrí todos los espacios que me son familiares desde aquella noche del 28 de mayo de hace ocho años, el color rosa de siempre y las texturas suavemente rugosas se teñían de rojo a cada paso que daba. Mientras más movimiento tenía, más calor se escuchaba.

La noche llegó, impredecible como siempre, nunca podía saber si la luna vendría acompañada del señor insomnio o si las estrellas traerían lluvia para una canción de cuna, si dormiría tan profundamente que ni siquiera me ocuparía de los sueños o si alguna fuga me despertaría a mitad de la madrugada, obligándome a dejar el calor de la cama.

Al final resultó ser una noche de descanso, no hubo fugas ni preocupaciones. Al otro día desperté y admiré la limpieza que el lugar mostraba. Recorrí el perímetro observando y descubriendo como si fuera mi primera vez ahí, porque se sentía como aquella noche: nuevo y deslumbrante. Solo que ahora, el lugar parecía decirme palabras dulces, de cariño, parecía abrazarme y hacer mi estadía lo más cómoda posible.

Los meses anteriores no habían sido así. Antes, las paredes parecían tener mensajes de odio, las texturas me empujaban a la salida y la humedad no se sentía como un hogar, sino como una casa ajena en la que eres una visita indeseada, donde quieres sentarte a descansar y tomar agua, pero la casera no te ofrece nada, en cambio, te corre con la mirada, con el no tan sutil lenguaje verbal.

Los días transcurrieron de esta forma, entre olor a dulce y abrazos desinflamatorios. El sabor a bambú inundó cada centímetro del lugar y el tinte rojo que manchaba las paredes se fue diluyendo con la lluvia nocturna. El día de partir se acercaba, mi hospedaje se ha vuelto corto conforme ha pasado el tiempo, aunque me es imposible confirmar si mi próxima reservación será de tres o de cinco días.

Mantengo la esperanza y la ilusión de que todas las visitas futuras sean de esta forma, con el golpe de la lluvia arrullándome y con el cacao caliente para calmar mis nervios. Mis huellas ya no son rojas, sino cafés, me voy despidiendo del lugar con un “hasta pronto”. Todavía quedan muchos meses y años.

Majo Soto es estudiante de Comunicación y Periodismo, bailarina principiante, feminista, ávida lectora, sobreviviente de abuso y escritora de cuentos, ensayos, reseñas, artículos y (borradores de) novelas. Corrige textos, rescata perritos y escribe para sobrevivir.

Twitter: @TristezaFeliz29

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