Mi mamá siempre me hace de comer todo lo que me gusta. Lo primero que veo en la gran mesa son las tostadas de tinga, con sus frijolitos bien machacados. Tampoco puede faltar la jarra de agua de limón. Ella es la única persona que la hace como a mí me gusta, bien dulce y fría. Todavía recuerdo cuando jugaba fútbol con mis amigos y entraba corriendo a casa porque sentía la garganta seca. Ella no me dejaba tomar agua hasta que “me enfriara”, como solía decir. Y ahora, puedo tomar agua, a pesar del gran viaje que he hecho. También veo en la mesa las enchiladas de mole, preparadas con su crema, queso, lechuga y cebolla. Mi abuelita mira emocionada los dulces típicos de feria que a ella le han colocado, sus favoritos. Mientras que a mis tíos les pusieron unas cervezas en un gran tarro de barro. Hoy, sin duda, vamos a tener una comida familiar. Y aunque mamá no pueda verme, yo le doy un beso en la mejilla. ¿Me habrá sentido? Se toca la mejilla con expresión incrédula. Poco a poco los ojos se le comienzan a colorear de un azulado sombrío y unas cuantas lágrimas recorren su rostro apergaminado por el tiempo. ¡Cuánto quisiera abrazarla y decirle que estoy bien, que no debe de llorar más por mí! Yo estoy rodeado de mi familia y ella debe de seguir viviendo por mí. ¡Ay, mamá, cómo me gustaría que nos vieras a todos y compartir otra vez la mesa, como en los buenos tiempos! Lo que más me gusta de este día, es poder ver a mi mamá una vez más. Pero sé que, a través de su comida, puesta con tanta dedicación en la ofrenda, ella me ofrece todo el amor que no puedo darme en vida. Es momento de irme. Gracias, mamá, por tus guisos tan ricos, por tu sazón tan privilegiado. Espero con ansias el siguiente año, reunidos una vez a través de la comida, esa comida tan rica que haces. Pero no hay nada que una más a la familia, incluso después de la muerte, que la comida de mamá.

Escritora emergente, amante del terror. Ha publicado sus primeros fragmentos en «Especulativas», «Sonámbula» y «Metáforas al aire».

