María del Carmen Trejo Colchado: 24 mujeres

La mesa estaba puesta en el centro del jardín. Aunque hubiéramos cabido todas dentro de la casa, decidimos cocinar afuera.

Nuestras ocho invitadas llegaron juntas, a las siete de la mañana. Despuntaba el sol y la casa resplandeció con una blancura inusitada que encendió los corazones de las dieciséis ansiosas que esperamos el maravilloso encuentro.

Mi madre ya tenía preparada una gran olla de café con canela y piloncillo. Mis sobrinas, mi hermana y yo llevamos en charolas un montón de piezas de pan dulce y fruta fresca.

Abrazos infinitos. Alegría desbordada por los ojos. Palabras y risas nuevas. Caricias recién creadas para la historia de 24 mujeres.

Por fin, la abuela Lú, levantando su jarro de café, dijo:

-Mujeres, ya es hora. Vayan prendiendo el carbón de los tres anafres y pongan agua a hervir. A lo que te truje Chencha, que pa luego es tarde.

Mi hija Fátima y yo haremos las tortillas.

Mi hija Carolina y sus hijas Bluma, María y Romina harán tamalitos de frijol negro, y unos chiles serranos bien picosos con nopales y verduras en escabeche.

Mi hija Flor, con sus hijas Luna y la que escribe, harán el arroz rojo.

A mi hija Lulú, a su hija Florcita, a mi bisnieta Nala y a Angie, la mamá de Nala les toca preparar un buen caldo de pollo.

A mi nuera Raquel y sus hijas Brisa y Olivia, junto con mis nietas Gea, Ale y mi nuera Alba, les toca reunir y mezclar al menos 20 ingredientes para el mole, como el que se hace en San Pedro Atocpan.

A mis bisnietas Maite y Brenda y mi tataranieta Antonella les enseñaré cómo se prepara un postre llamado capirotada. Mi bisnieta Soni y su mamá Maga harán agua de limón con chía.

Así que Mariquita de la Mercé tráeme todo que yo lo haré. Señoras, a darle que es mole de olla, dijo sonriendo la abuela, cuando terminó de dar sus instrucciones, mostrando sin preocupación los pocos dientes que le quedaban.

Entre ollas, cacerolas y comales, las 24 mujeres anduvimos por toda la casa y el jardín. Olíamos a humo de ocote y carbón. Después, a jitomate frito con cebolla acitronada y ajo bien picado. A consomé de pollo con zanahorias, chayotes, papas, calabazas, cilantro, apio y yerbabuena.

Nos hicieron toser los diferentes chiles asados, pero nos aliviaron las almendras tostadas, la mezcla de chocolate, ajonjolí, canela, manteca de puerco, pimienta y clavo de olor. Nos quemamos la lengua con las tortillas de maíz recién hechas.

El vinagre caliente con chiles verdes, coliflor, nopales, zanahorias y pequeñas papas nos incitaban a comer antes de la hora establecida.

Hubo risas y llanto. Canciones de épocas distintas. Historias dichas por primera vez. Silencios que se rompieron al primer hervor. Ausencias atoradas en la garganta aderezadas con pan dorado, miel, queso y gotitas de limón.

En el pasto del jardín había grandes plumas blancas.

Cuando todos los platillos quedaron en su punto, cambiamos los manteles. A la mesa principal, le pusimos uno blanco con flores bordadas con hilos de colores y todas nos sentamos a comer.

Hablamos de cómo el mundo ha cambiado. De que ahora se cocina distinto, pero que hemos tratado de preservar las recetas de la abuela y de las tías, porque nos han enseñado a preparar comida que cura y apapacha, que alimenta ilusiones y celebra la vida. Porque hemos aprendido de ellas a cuidar a las niñas y niños que pierden a sus madres. Porque nos han enseñado a comer en mesas grandes, a ser bastas, porque nunca sabemos quién puede llegar a casa y necesitar comida caliente.

Muchas horas habíamos pasado juntas, cuando el sol empezó a ocultarse.

La tía Raquel dijo solemnemente «siempre he sido yo la primera en despedirse. Debemos irnos, señoras. Nos vemos aquí el próximo año. Tenemos una cita».

—Sólo es un año —agregó la abuela con resignación.

Lloramos tanto y nos abrazamos más. Nos soltamos, solo porque estaba de por medio, la promesa de volvernos a encontrar, una vez que hubieran transcurrido 12 meses.

Nuestras ocho invitadas se tomaron de las manos. Lentamente, comenzaron a elevarse, volviéndose transparentes. En el jardín cayeron más plumas blancas. Eran las de sus ángeles, que no aceptaron ni un taquito de mole.

Soy actriz, mexicana, dramaturga, escritora y gestora cultural. Fundadora y Directora de Ellas en Escena A.C. Feminista con un buen sentido del humor, experiencia en Derechos Humanos y temáticas de Género. Ávida de aprender cosas nuevas todos los días, hago teatro para contribuir a crear una realidad más justa, amable y divertida para las mujeres y las niñas.

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