Alejandra García Campos: Creación

Fue en diciembre cuando tomó consciencia. Sus brazos y piernas ya habían comenzado a moverse desde varios meses atrás, incluso su boca había pronunciado palabras y frases completas de un tiempo para acá. Pero ahora las frases tenían sentido. Ahora todo lo que decía tenía sentido, e incluso, parecía que su línea de pensamiento seguía un camino guiado por algo, como una personalidad.

Al verlo girar sobre sí mismo una y otra vez como una pirinola que come, no pudo más y corrió al baño donde cerró con el pestillo.

—Oh, por Dios. ¿Qué he hecho?—. Se repetía mentalmente con las manos sosteniendo su cabeza como si creyera que se le fuera a caer. Estaba vivo. Él estaba vivo. Y era su culpa. Sintió las grandes gotas de sus lágrimas resbalando por su rostro y el doloroso latido de su corazón que retumbaba en su pecho sin parar. Apretó los labios para que no se escucharan sus sollozos, la cabeza le daba vueltas.

—Mamá, ¿te encuentras bien?—. Oyó la pequeña voz desde el otro lado de la puerta y tuvo que contener el aliento por un momento. Tenía que dejar de llorar y tenía que aparentar que todo estaba bien porque si no, él se daría cuenta, él lo sabría. Ahora era consciente.

—Sí, cariño, todo está bien. Ya salgo—. Se oyó a sí misma decir como si su voz viniera de otro lado, de otra persona, tal vez de alguna chica de veinte años que salía a divertirse con sus amigas.

—Mamá, no te oyes bien.

Silencio.

Él lo sabía, ahora él todo lo sabía. Se daría cuenta, descubriría todos sus secretos. Desde el momento en que cortaron el cordón que los unía, ella temió ese momento y ya estaba aquí. La cabeza le daba vueltas, miles de vueltas, como una pirinola que no paraba y no paraba, que siempre tenía algo que decir. Cerró los ojos fuertemente ahogando el grito que crecía en su garganta, él estaba del otro lado de la puerta. Siempre estaba del otro lado de cualquier puerta.

Tenía que salir de ahí, poner más que una puerta de por medio y tenía que evitar que él se diera cuenta. —Mamá, no llores—, decía la creatura. —Mamá, no me dejes—, repetía con su tono cantarín.

Dio un respiro profundo, pues tenía que ser fuerte y seguir, tomó el pomo de la puerta y al girarlo se topó de frente con el rostro grande y sonriente de su creación.

Le devolvió la sonrisa.

—Mamá.

—Dime hijo.

Una suave y ligera sonrisa salió de su boca manchada y pegajosa, con su vocecilla aguda retumbando ante ella, una risa escalofriante que le caló hasta los huesos.

—No puedes irte, mamá—. Fue lo único que él dijo.

Alejandra García Campos, originaria de Ensenada, Baja California, México. Egresada de la carrera de Letras. Soy amante de la literatura de terror y suspenso desde que era pequeña.

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