Dieciocho años atrás, una mujer llamada Casandra caminaba por el único sendero que la llevaba a su casa. Era una joven muy bella, inocente y de corazón muy noble. La noche caía sobre sus hombros y una espesa neblina cubría sus pies. De pronto a medio camino, escuchó un silbido proveniente del frondoso follaje de árboles que la rodeaban, percibe un frío que sube de sus pies a su pecho y la deja petrificada, sin poder avanzar.
El miedo le impedía moverse, respirar le resultaba cada vez más difícil. Cuatro sujetos de extraña apariencia se presentan ante ella, cubriendo sus rostros con túnicas gruesas y oscuras. Arrastrándola hacia el interior del bosque, encontraron su escondite que contaba con una fogata, velas y símbolos muy extraños. La arrojaron al suelo mientras balbuceaban en un idioma que ella no comprendía, la sujetaron de los brazos y le dieron de beber un líquido espeso y agrio. Casandra intenta resistirse, pero no lo logra, traga esa sustancia y cae al piso; al son de las voces que los sujetos repetían incesantemente.
—¡DE INITIO FINEM! ¡DE INITIO FINEM! ¡DE INITIO FINEM!
Un temblor quiebra la tierra en dos y los sacude, Casandra no logra levantarse, observa unas manos asomarse de una grieta en el suelo, ella grita y en ese grito se le van cerrando los ojos hasta quedar inconsciente.
Tras aquella terrible noche, Casandra es encontrada por uno de sus vecinos que salía a correr todas las mañanas, la despierta y la lleva a su casa.
Casandra intenta explicarle a sus padres la horrenda noche, habla de los hombres con túnicas, la fogata y la mano de la grieta. Pero sus padres creen que todo es un invento. Dicen no haber sentido ningún temblor, y que es momento de que ella se haga responsable de sus acciones.
Nadie supo en realidad lo que sucedió, y nadie decidió creer en el salvaje ataque. Casandra enfermó unos días después, la llevaron al médico, fue felicitada por convertirse en una futura mamá. Sus padres indignados no le dirigieron la palabra. Fueron nueve meses de encierro en el ático, sin visitas de amigos o familiares, para la familia era una deshonra lo que había ocurrido, cada vez que alguien preguntaba por ella, ellos respondían que estaba de viaje en casa de unos tíos.
La joven triste odiaba aquel vientre y noche tras noche, sentía cómo se iba deformando su piel, se enrojecía y el ardor que le provocaba, le daban ganas de arrancársela con las uñas. El día del parto, las cortinas que cubrían la habitación no fueron lo suficientemente oscuras para recibir al recién nacido, su rostro sangraba y se quebraba la piel con la luz. La familia quebrantada por los llantos decidió mudar a la madre y al niño al sótano de la casa. No era un niño muy problemático, casi no lloraba y dormía mucho.
Su madre no hablaba con él, apenas podía mirarlo para alimentarlo, era repulsivo ante sus ojos por lo que el pequeño nunca aprendió a hablar, solo emitía sonidos que apenas eran audibles. Le llamaron Gerald y cuando cumplió 5 años de edad, Casandra lo encerraba mientras ella iba a trabajar, el niño jugaba con animales que lo visitaban. Sus abuelos lo alimentaban por un hueco en la pared, que hicieron una tarde en que la joven no regresaba del trabajo, con el tiempo tuvieron que cerrarlo, ya que cada mañana insectos se escapaban del hueco, era común ver cucarachas con la panza llena de sangre o grillos mutilados, lo que ya no soportaron, fue ver salir un ave con el cuello roto y el pico atado.
Casandra al volver se encontraba con extraños símbolos en las pareces pintados con carbón, y el niño ya dormido. Nadie nunca preguntaba por él, nadie sabía de su existencia, a veces comía ratas y aves que llegaban hasta el sótano, porque su madre solo lo alimentaba al llegar y al salir de la casa.
Al cumplir dieciocho años, no había visto la luz del día. Ese día la luna estaba redonda y roja, el mítico eclipse, reúne a las más devotas sectas y los brujos se preparan para los rituales, como es costumbre en estas noches astrales.
Esa noche, Casandra regresó del trabajo, estuvo preparando la cena de Gerald, pero no esperaba caer de las escaleras y rodar hasta sus pies, no había nadie más en la casa. Fue entonces que Gerald, tomó el cuchillo del plato de la cena, y atravesó por el pecho a su madre, removió y extirpó con fuerza su corazón para devorarlo.
Subió las escaleras con pies y manos, corrió al reflejo de la luna sangrienta, su piel no soportó la intemperie y comenzó a resquebrajarse, los quejidos de Gerald demostraban el dolor de la quema de su piel, comenzó a arrancarla desde su rostro con sus uñas. Una horda de túnicas oscuras se aproximaron, con tambores y velas, con murmullo en sus labios que cada vez se hacía más audible, Gerald tenía los ojos rojos, llenos de sangre, golpeó la tierra con fuerza y esta comenzó a temblar nuevamente, sus dientes cayeron al piso y emergieron colmillos en su boca, sus uñas crecieron y adquirieron una forma punzante, su columna vertebral sufrió una metamorfosis, rompiendo el tejido de su piel, se desplegaron dos alas amplias forradas de un cartílago oscuro. Su agudo quejido rasgó la tierra y de aquella grita emergieron a la tierra las más oscuras y temibles criaturas. Sedientas de sangre y apestando a azufre.
La horda de túnicas, al son de sus repiques ya están llegando, repitiendo con fervor:
—¡A PRINCIPIO AD FINEM VENIT! ¡A PRINCIPIO AD FINEM VENIT!
«¡EL PRINCIPIO DEL FIN, HA LLEGADO!”
Gerald acompañado por las criaturas, sobrevolaron la tierra, dispuestos a acabar con la humanidad y emerger su reinado.

Alejandra Marlene Morales. 26 años de edad. Argentina, provincia de Tucumán, ciudad: San miguel de Tucumán. Abogada por la Universidad Nacional del Nordeste.
Correo: alejandra.marlenems@gmail.com