Respiré profundamente, aunque eso podría significar robarme el último aliento de vida dentro del casco ante un percance. Y es que me enfrentaba a la decisión que determinaría la subsistencia de la humanidad, en un simple acto motriz, que cualquiera podría ejecutar: presionar un botón.
Aunque, después de todo. ¿Cómo terminé ante semejante responsabilidad? El ser con menos rango en la nave.
Cada paso en mi existencia, cada nivel de entrenamiento y acción circunstancial me llevaron justo a este momento, mi propósito fue revelado al final.
Los dedos me tiemblan ante la expectación de la cuenta regresiva, llegar a cero y escuchar la alarma tras la cual debería accionar el pulsador.
Me pregunto qué cara pusieron los representantes de las naciones terrestres, los satélites habitados y neoplanetas, al saber que sería la elegida.
Todos en la galaxia tienen depositada su suerte en mí, una simple humanoide de generación biolectronatura, una “mestiza” no nacida en la Tierra y a quién se le encomendó la tarea de proyectar el vacío interestelar para evitar que el hoyo negro VM-QL31S nos devore… Sí, accionando una estúpida tecla redonda. Pues el resto de la tripulación terrícola, quedó inhabilitada para maniobrar dentro de esta cabina expuesta a los altos niveles de radiación Hawking-8.
El único rasgo de “superioridad humana” según ellos y que nos distingue, es justo lo que les exime de tomar mi lugar.
Pero su única esperanza, Kudryavka, la pequeña de pelo rizado, se cruzará de brazos. Entonces pereceremos como un plato de espaguetis succionados en el centro de la Vía Láctea, en 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1, 0.

Karla Arroyo (Ciudad de México). Radica desde 2008 en Cuernavaca, Morelos. Ha formado parte de diversas antologías desde 2015. Diseñadora gráfica egresada de la UAM-A. Participante de diversos talleres y seminarios de creación literaria, escritura identitaria, creativa, minificción, cuento gótico y géneros de lo fantástico. Amante de contar historias, el café y los gatos.