Ni siquiera recuerdo el filo de las tijeras sobre la palma de mi mano. Sólo viene a mi mente esa línea roja, apenas visible al centro. Después, el hilo rojo resbalando hacia mi muñeca.
Estoy segura de que ahora el rojo se esparce por toda la tierra.
Esa tarde, cuando el cielo era naranja a punto de pasar a azul, no sentía frío. Había viento. Sentía como empujaba contra mi cuerpo, veía mechones y finas líneas castañas interrumpir mi vista. Tiré las tijeras.
—¿Lista? —preguntó una voz femenina.
Alcé la vista y asentí. Frente a mí estaba mi mejor amiga, Mía, quien tenía problemas para mantener su cabello detrás de las orejas. La fuerza del viento provocaba que perdiera el equilibrio, aún con los dos pies en tierra firme. Ella tuvo la idea de hacer algo genial para celebrar cinco años de amistad. Mía extendió su mano derecha y tomó la mía. El viento sopló con más fuerza. Hojas, ramas, flores volaron a nuestro alrededor. Parecía como si el aire quisiera arrancarnos del lugar.
—Amigas por siempre —gritó ella.
—Por siempre —repetí.
Y así sellamos nuestros destinos, en un bosque cercano a nuestra escuela.
El mundo se detuvo. Tal vez el viento incrédulo por nuestras acciones detuvo sus ráfagas. El cielo quedó en tonos naranjas y rojos. No más cantos de los pájaros. No había ruidos de animales, personas, ni de autos a nuestro alrededor. Sólo estábamos mi mejor amiga y yo, sintiendo un hormigueo en nuestros brazos. Nos echamos a reír y nos abrazamos. Íbamos a ser amigas en preparatoria, en universidad y cuando fuéramos más grandes, como solía decir mi abuela, cuando nos viéramos como pasitas.
El camino de regreso a casa estaba en blanco en mi memoria. Ni siquiera recordaba los colores de los edificios que pasé en mi camino. Fui consciente cuando estuve en el baño y escuché que alguien tocaba la puerta.
—¿Todo bien, Valeria?
Era la voz de mi madre.
—Sí.
Tal vez preguntó algo más pero yo sólo tenía tiempo para mi mano, empezaba a sentirla muy caliente. La sensación no disminuyó cuando puse mi mano bajo el chorro de agua fría. La observé. El corte era muy pequeño, casi del tamaño de una grapa y muy fino.
Antes de irme a dormir, sentí como si me picaran con agujas frías cerca de la herida. Pensé que una vez dormida, las molestias desaparecerían. Me equivoqué. Esa noche soñé con Mía. Estábamos paradas en medio del bosque, era medio día. Seguía la sensación de los piquetes. Algo rojo goteaba de mi mano. Después se formó un hilo escarlata en medio de las hojas y, mitad de camino, se le unió otro. Ese otro hilo era el de Mía. Ella lucía pálida.
Desperté con escalofríos en la espalda. La mano me hormigueaba. La moví un poco y fue cuando sentí algo húmedo. Me levanté a prender la luz. No vi la mancha carmesí que dejé en el apagador pero si la que estaba en la sábana, justo al lado de la almohada. Miré mi mano y con horror vi que una línea roja estaba de extremo a extremo en mi palma. Corrí a lavarme la mano y ahogué un grito cuando el jabón hizo contacto con la piel.
A la mañana siguiente, el hormigueo siguió. Caminé a la escuela con paso lento y arrastrando los pies. La calle daba vueltas ligeras a mí alrededor. Estaba nublado pero aún así tuve que entrecerrar los ojos al avanzar.
En el receso, Mía y yo pudimos hablar de lo sucedido.
—Soñé contigo —comentó Mía.
—Yo también. Estábamos en el bosque…
—Y había un hilo rojo en el suelo —continuó mi mejor amiga.
—Bueno dos… el tuyo y el mío.
—Y se juntaban —Mía se quedó mirando al cielo un rato—. Tu mano, ¿está bien? —No respondí—. Porque creo que estoy loca… no sé… creo que la línea creció…
—Ahora va de lado a lado —mi voz sonó lejana, como si no fuera la mía. Levanté mi mano y la puse frente a sus ojos.
—Carajo —tomó mi mano y la observó por unos segundos.
¿Qué pasó después?
«Por siempre.»
Miro a mi izquierda. Mía me sonríe. Siento su mano sobre la mía. Ella susurra a mi lado una y otra y otra y otra vez esa frase. Apuesto a que su escarlata y el mío se mezclan en la tierra, entre las hojas y las ramas.
Las clases se me hicieron eternas. Sólo veía a les maestres moviéndose de un lado a otro del salón. Podía ver como sus bocas se movían; escuchaba dos o tres palabras pero nada tenía sentido. A veces me sobresaltaba, sentía como mi cabeza se movía hacia el frente sin yo poder controlarla. Pestañeaba para no quedarme dormida.
Mía y yo caminamos en silencio a nuestras casas. No volteamos hacia el bosque al pasar cerca. De reojo alcancé a ver cómo Mía se miraba la mano de vez en cuando y la movía de arriba a abajo. Tal vez a ella tampoco se le había quitado el hormigueo. No me atreví a preguntar.
Los días y las noches siguientes fueron copias. Antes de acostarme sentía los piquetes en la herida. Soñaba con el bosque, siempre a las doce, a lado de Mía. A lo largo del día seguía el cansancio, esa pesadez en piernas y brazos.
Lo que era aterrador era la mancha en la sábana. Ya no era esa diminuta figura carmesí. Cada noche era más grande y su tono más oscuro. Ya no sólo estaba en la sábana, sino que también ensuciaba ya parte de la funda de la almohada.
Me levantaba entre escalofríos de la cama. Sentía como las piernas a cada paso que daba se doblaban sin control, a veces gateaba para llegar al baño. No podía ver bien, veía colores más no formas, sudaba frío y la pijama la tenía pegada al cuerpo por el sudor. La luz del baño era muy brillante y al cubrir mis ojos, lo primero que veía era la herida en la palma de la mano. Esa línea fina y casi indistinguible se tornó del grueso de una pluma para escribir y era de un rojo brillante. Conforme el tiempo pasó, la línea desapareció para dar lugar a una enorme herida que abarcó toda la palma de la mano. Pronto los baños me tomaron más tiempo pues sólo usaba una mano.
Por las mañanas venía el vértigo. Me era imposible alzar la vista sin que el mundo girara como un carrusel. En la escuela tenía que apoyarme de las paredes para andar. Tenía terribles dolores de cabeza. Intentaba no quedarme dormida en clase. No salía del salón en los recesos. En esos días, Mía dejó de ir a la escuela.
He de decir que la herida me volvió más responsable. Empecé a usar una venda para que mamá no viera la herida. Siempre dejaba la regadera y el lavabo limpios. La cama la dejaba tendida antes de salir. Aprendí a lavar mi ropa para que mamá no viera las manchas y no comentara nada.
Pero mi malestar físico era evidente. Mamá empezó a hacer preguntas. Yo nunca respondí.
Empecé a cubrir los espejos de la casa. Me veía muy pálida.
Mamá intentó llevarme al doctor varias veces pero me resistí. Me encerraba en mi recámara y no salía. Por un tiempo le dejé de hablar.
Pronto yo dejé de ir a clases. A veces ni me podía levantar de la cama. Esos días mamá me daba de comer. Intentaba cambiar la ropa que traía pero por temor a que descubriera mi palma siempre le decía que era mejor que me quedara así. Con la almohada y las cobijas intentaba cubrir los círculos escarlata en la cama.
Esa noche vi a Mía en sueños otra vez. Era de noche. Ella estaba parada junto a la ventana de mi recámara. Se veía pálida, delgada, ojerosa. Me levanté. Mi cuerpo tenía la misma pesadez pero, extrañamente, abrí la ventana sin esfuerzo. Sentí el viento helado por todo mi cuerpo. Salí sin problema. Mía y yo nos tomamos de la mano. Su piel estaba helada. Caminamos. Me congelaba por el frío y me costaba respirar. Un vistazo a la calle y vi que dejábamos un rastro escarlata detrás. No intercambiamos palabras. Llegamos al bosque.
Mía y yo estamos tiradas en el suelo. Ella está aferrada a mí pero la fuerza en sus manos se desvanece poco a poco. Ambas respiramos irregularmente. Siento mi cuerpo sin peso. Recuerdo cómo nos conocimos, los secretos, los chistes, los ratos juntas.
Los árboles justo arriba de nosotras se vuelven figuras borrosas, no hay luz de luna.
Mi corazón late más lento, sin fuerza. Mi vista se llena de puntos negros. Y lo último que cruza por mi cabeza son las palabras: «Por siempre.»

Bertha Serrano. Virgo. Estudié Letras Inglesas en la UNAM. Desde pequeña me encantó escribir e imaginar mundos distintos. He publicado cuentos en Especulativas Mx, Círculo Literario de Mujeres, RUMEscritoras y en la revista Anapoyesis: Literatura, Arte y Cultura.