Para Victoria fantasma,
para todas mis amigas
Cuando la conocí su presencia me dejó impactada. Era una mujer deslumbrante, su sonrisa amable, alta estatura, ojos expresivos, y el toque perfecto, el sol iluminando su larga cabellera castaña. Todo en ella parecía irradiar luz propia, una fuente inagotable de belleza. Las pocas palabras que intercambiamos me hicieron sentir que podríamos ser buenas amigas. Admiré su liderazgo y la forma tan natural con la que interactuaba con las personas. Reflejarme en ella me permitió afirmar que podía confiar de manera plena, que le podría compartir mi amistad con los ojos cerrados.
Teníamos ciertas similitudes en cuanto a nuestros roles familiares, la forma en que enfrentábamos las crisis, el deseo de liberarnos de las cosas que nos parecían complicadas, la crítica social, la búsqueda de respuestas y la capacidad de compartir nuestras reflexiones sobre cómo el mundo seguía girando mientras nos tomábamos un momento para respirar juntas en el ocio total.
Las complicaciones surgieron cuando nuestras coincidencias nos llevaron a un territorio desconocido, cuando las cosas que nos unían comenzaron a confundirse. Ninguna de nosotras se dio cuenta de cómo sucedió. Estábamos tan inmersas en nuestro cariño y felicidad que no sentimos la necesidad de etiquetar de otra forma la relación. Sin embargo, las personas cercanas comenzaron a presionarnos para que definiéramos si era más que una amistad, preguntando si era amor.
¿Amor? Nos cuestionamos también, entre divagaciones y conversaciones interminables acerca de la concepción del tema. Desde nuestra crítica al amor romántico, a la heteronorma, a la monogamia y a todas aquellas cosas que nos han enseñado desde pequeñas que son amor; después de mucho reflexionar y entre risas cómplices nos afirmamos amantes. Pero no el cliché heterosexual, amantes de verdad. Dos mujeres que se aman profundamente y que son conscientes de que no necesitan compartir otro espacio sexoafectivo para poder demostrar y confirmar su amor.
Por supuesto, un sentimiento como ese no es fácil de entender, diferenciar o aceptar para aquellas personas que no están involucrados en la relación y que han sido formadas y aceptan las normas convencionales del amor. Nos encontrábamos confundidas entre la relación al interior y la percepción del exterior, pero éramos conscientes de que lo que sentíamos era algo más profundo que cualquier otro sentimiento, y que no debíamos romper con el tiempo y el espacio que ya habíamos construido juntas. No había necesidad de abrir nuestros sentimientos con aquellas personas que no podrían entenderlo, así que decidimos buscar alguna forma de mantenerlo blindado para que no fuera corrompido por la exigencia externa.
En una de nuestras investigaciones sobre rituales para el amor cuando estuvimos en el proceso de enamoramiento con otras personas, escuchamos sobre un ritual con el Árbol Ñuhu. Se decía que este árbol tenía el poder de proteger el amor de cualquier obstáculo. Después de una intensa búsqueda y tras pedir ayuda a varias amigas brujas, finalmente obtuvimos la dirección exacta del lugar donde se encontraba, no era tan fácil llegar a él, estaba oculto para que no fuera mal usado.
Nos citamos en el lugar una noche de luna llena y cada una llegó por su lado. Antes de la fecha, escribimos una carta de petición al árbol de manera conjunta, en donde depositamos nuestros miedos, dudas y la solicitud atenta de que nos ayudara a proteger aquello que sentíamos la una por la otra. Al llegar leímos la carta frente a él y le preguntamos si había forma de ayudarnos, pues sabíamos que no era una petición normal, con él iban las parejas sexoafectivas, no un par de amigas que quieren ir contra eso.
Le preguntamos si dejaría que nuestros cabellos se entrelazaran para guardar todo eso que sentíamos, que no se nos fuera con el tiempo, que no se perdiera entre nuestras responsabilidades de amor con otras personas. Que nuestro amor se fundiera con sus ramas, que se perpetuara hasta que nuestra existencia no tuviera rastro.
El Árbol Ñuhu no contestó de inmediato, más bien pareció confundido ante la petición y al cabo de unos minutos nos respondió.
—Soy un árbol joven, aquí vienen personas enamoradas; no amigas. No entiendo bien lo que me piden, pero identifico claramente lo que es el amor y ustedes dos se aman. Lo saben y quieren guardar eso para que no se pierda con el tiempo.
Nosotras sonreímos complacidas de su respuesta y asentimos emocionadas.
—Está bien, haré un esfuerzo—, dijo con una voz más bien dudosa.
Se inclinó lentamente, como si se tratara de una reverencia, y abrió sus ramas para que pudiéramos depositar una parte de nuestros cabellos con él. Mi cabellera negra y su cabellera castaña se hicieron una, estiró una de sus ramas y entre ajustes varios, tejió poco a poco para que se formara la trenza. Una trenza larga se creció, nuestros cabellos se alargaron y en un punto casi para cerrar la trenza, se sintió un jalón.
Con él, sentimos una corriente eléctrica que nos recorrió a ambas, una energía muy fuerte, pero reconfortante y agradable. Sentimos como si nuestras mentes se hubieran fusionado en una sola y fuera posible escuchar los pensamientos de la otra con claridad. Vimos el mundo desde una perspectiva diferente, que adquiría un conocimiento oculto que sólo nosotras podríamos comprender, era la complicidad del acto.
—Corten, es el momento—, ordenó con fuerza.
Temerosa agarré las tijeras que traía guardadas como parte de las indicaciones del ritual y corté. Sentí que algo de mí se quedaba ahí, justo como cuando te dejas crecer el cabello y de repente decides hacer un cambio radical a corto, esa sensación de que algo de ti se queda tirado en el piso con los cabellos que te han cortado. Le pregunté a ella si había sentido lo mismo y me dijo que sí.
Nos dimos un abrazo profundo con un beso en la mejilla mientras volteamos a ver que el Árbol Ñuhu poco a poco había alejado la rama con nuestra trenza tejida.
—Aquí guardaré su amor. Pero nada es eterno y mágico, si ya no trabajan por mantener y crecer su relación o si alguna decide que es tiempo de que se acabe, esta rama con su trenza se caerá.
Asentimos con la cabeza, sonreímos y agradecimos al árbol.
Satisfechas de las sensaciones por el ritual, emprendimos el camino de regreso a casa. En el trayecto nos preguntamos si aquello que sentimos la una por la otra no iba más allá. Más allá de qué, fue la respuesta compartida. ¿El amor se limita a un acto sexual? Claro que no, respondimos al unísono. El amor tiene que ver con la intimidad y con nuestras amigas siempre estamos intimando. Afirmamos que hay acciones tan pequeñas pero importantes, como cuidarnos cuando estamos enfermas, procurarnos cuando sabemos que algo anda mal, prepararnos comida deliciosa, dedicarnos canciones, mandarnos mensajes cuando algo nos hace recordarnos, conocernos en las peores condiciones, aceptarnos aun sabiendo de todas nuestras malas caras y demonios internos. El amor es estar ahí cuando la otra te necesita, de manera incondicional, saber que puedes acudir a unos brazos que te acurrucarán cuando la vida parezca la peor.
Continuamos entre risas y la plática sobre los vericuetos de la vida, llegamos hasta el lugar final y nos despedimos efusivamente prometiendo salir a bailar pronto. Desde ese día, aquel árbol encantado mantiene nuestra trenza, resguarda la unión de dos amigas que se saben amantes.

Ana Laura Corga. Mujer, feminista, escritora y soñadora. Nacida en la ciudad monstrua, con raíces oaxaqueñas y guanajuatenses. Mezcla de identidad, migración e historias. Escribo sobre mis inquietudes de este y otros mundos; más ficción que realidad.