Amín Trobelle: Cada día es una fiesta

Que se vuelvan polvo, que se vuelvan polvo todos los dolores

Que los queme el fuego, que los queme el fuego y vengan nuevas flores

María La Curandera (Canción)

 

Áurea se paseaba por el jardín de su escuela una mañana fresca al sur de Lion’s head, era la hora del desayuno y mientras los demás pasaban tiempo juntos en el patio, ella elegía visitar el vivero escolar, se sabía muchos nombres de plantas y le relajaba el aroma de las flores. Mientras olía con delicadeza una flor de lavanda, de pronto escuchó sollozos o algo parecido a unos gruñidos que no sabía de dónde salían, así que volteando a todos lados, preguntó en voz alta: 

—¿Quién anda ahí?

Detrás de una maceta de romero, salió un cachorrito color ámbar precioso, que le dijo:

—Soy Ananda, soy una leona, perdona si te espanté.

Áurea se agachó y con una leve sonrisa, le preguntó: 

—¿De dónde vienes y por qué lloras? 

Sacudiéndose las lágrimas, la cachorrita de león respondió:

—No sé cómo llegué hasta aquí, solo corrí mucho para alejarme de mi manada pues estaba muy triste.

—¿Huiste? 

—Sí. En mi familia soy la única con manchas tan claras y deformes en el cuerpo y no debería ser así pues los leones deben ser de un solo color y sus manchas son delineadas, no como las mías. Es lo que me han dicho desde que nací, y aunque pueda hacer todo lo que los demás hacen como brincar, cazar, y jugar, ellos me molestan, desde los más viejos hasta los cachorros como yo, me dicen que no pertenezco a su grupo.

Áurea se acercó a la leoncita, sintió ternura y tristeza porque al ver sus ojitos llorosos, le recordó a ella misma, así que la cargó con cuidado y acercando sus caras, le dijo:

—Te entiendo perfectamente ¡Mira! —Áurea estiraba sus piernas morenas, usaba una falda corta que dejaba al descubierto unas grandes manchas blanquecinas que rodeaban sus muslos hasta los tobillos. Ananda no dijo nada, pero la miró de la forma más compasiva y dulce, y como sus cabezas estaban cercanas, se hicieron un mimo como las más grandes amigas y no necesitaron decirse nada más.

 Áurea pensó que era el momento ideal para mostrarle a su nueva amiga, un gran lugar, así que la invitó a que caminaran juntas por la vereda que lleva a la montaña del pueblo. Ananda aceptó.

—¿Iremos a visitar a alguien? Me siento insegura de conocer a otras personas, con nadie había mostrado que me puedo comunicar con los humanos. 

Áurea respondió: 

—No tienes que hablar con todos, tú decides con quien conectar, los tesoros que posees puedes guardarlos para ti solamente y mostrarlos solo cuando quieras, pero sólo tú decides con quiénes y cuándo, no te preocupes, a donde vamos, puedes hacer lo que quieras.

Avanzaron por un camino de flores silvestres de todos los colores. Reían juntas, no saben muy bien porqué, pero estaban felices.

Llegaron casi al final de la montaña, había una casa preciosa multicolor, Áurea abrió la cerca que la rodeaba y avanzó hacia la puerta de la casita, debajo de una gran maceta de sábila en la entrada, sacó una llave y abrió la puerta pesada, la cual crujió casi como exclamando de alegría por aquella visita. Invitó a Ananda a pasar y le pidió que esperara junto a la ventana que acaba de abrir, empezó a buscar varios objetos en la casa que se notaba que conocía muy bien. Juntó en una canasta varios objetos, entre ellos, unos manojos de ramas con olor intenso pero agradable, unas coronas con jades, cuarzos, listones y un libro pesado.

Después de encontrar todo lo que necesitó, salieron las dos al patio trasero de la cabaña y le dijo con una sobriedad que casi preocupó a Ananda, pero que le agregó el tono serio a la situación: 

—Mi abuela, que aquí vivió, me dijo antes de partir con la Madre Llama y de volverse una con el fuego, que en cualquier momento que necesitara recordar quién era yo o que me doliera el corazón a causa de la amargura de los demás, prendiera este fuego-guía e hiciera y repitiera lo siguiente —Áurea acomodó madera seca para una fogata y la rodeó con los artículos que había juntado, después, de una botella con hierbas y alcohol vertió al centro y encendiendo la llama, exclamó:

“Pido que se manifieste la Vida y la Luz en los cuatro puntos cardinales de la Madre Tierra y de mi Ser. Creadora de Luz, honro tu existencia, honro mi existencia y honro la de todos los seres, invoco la voluntad de propósito y la claridad del intento para cumplir de manera perfecta con el destino personal y colectivo. Que todos los seres sean felices, que todos los seres dancen al ritmo de los latidos del corazón y sus anhelos todos los días de sus vidas”. 

Para este momento, las llamas se levantaban muy alto y Áurea ya se había colocado la corona y abierto el libro.

Ananda asombrada se acercó al fuego y con algo de cautela, tomó una rama con su hocico y lo arrojó a la fogata la cual se avivó como una gran exhalación de volcán. 

Áurea complacida, le hizo señas para rodear ese espectáculo y empezaron a danzar en círculos, sonaba una música solo para sus oídos, las dos se sincronizaron, era como un aquelarre con dos seres de luz acompañados de sus sombras, para aceptarlas, para transmutarlas.

Después de un rato de sus catarsis luminosas, se sentaron en el suelo y Áurea le dijo a su amiga, con un tono más tranquilo:

—Hace tiempo, cuando mi abuela abandonó  su cuerpo carnal, me aseguró que aunque yo no la viera con los ojos físicos, ella acudiría a mi llamado cada vez que yo encendiera el fuego en este lugar, me hizo repetir que entendía su mensaje, el del fuego que purifica los pensamientos y sentires que lastiman el alma, cada vez que mi espíritu llorara yo podía venir aquí, ahora yo te invito a que quememos juntas lo malo, con la compañía amorosa de mi abuela y de todas las mujeres, y leonas, de nuestras historias, que saques del corazón cada palabra que te haya herido, e imagines con mucha certeza, que las arrojas al fuego para que se quemen y vuelvan a la luz.

Ananda así lo hizo y cerró sus ojos, segundos después,  como si fuera una gran fiesta de cocuyos, cientos de chispas se alzaron alrededor del fuego. 

Después de beber té de canela con piloncillo y de reír mucho y llorar poco, las dos amigas, una humana y una leona, bajaron de la montaña y se hicieron la promesa de que cada año se encontrarían al amanecer en ese mismo lugar para quemar en el fuego lo que durante ese tiempo les hubiera hecho daño. Se dieron un abrazo y Áurea le dijo: —Ve con tu manada, ahora que has perdonado muéstrales que eres la mejor leona, no la más especial pero sí la única Ananda que existe, que tus manchas en la piel son un regalo extra de belleza, dales el mejor de tu amor y lo mejor de tu valentía, yo haré lo mismo, amiga. 

Ananda gruñó y saltando se perdió entre los árboles. Áurea la vio alejarse, un fuego pequeño se iluminaba en sus pupilas.

Amín Trobelle. Nací en el Puerto de Veracruz, de formación maestra. He tomado diversos talleres de escritura. Organizo círculos de lectura para mujeres en Espacio Lumen, donde se lee principalmente a autoras. He publicado en algún medio digital e impreso y está en proceso la publicación en físico de un cuento infantil en antología con otros autores.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s