Zaira Moreno: Compañía

Como una sola, sus largos brazos me envuelven en una mezcla de olores que causan respiraciones profundas. Entre el sueño y el despertar, escucho un tarareo suave. 

Esta tarde, a mi regreso del trabajo, corrí a la cama mullida para sacar el grito que tenía atascado desde que la carga se hizo más pesada. Cuando la habitación dejó de dar vueltas, bajé al sótano sin usar. Encendí la luz tenue para encontrar a mi acompañante de mis peores días. Un bulto se agazapaba detrás de un sofá desgastado. Cerré los ojos y extendí los brazos. Después de unos segundos, sentí unas garras tibias. Las lágrimas brotaron al mismo tiempo en que el pelaje de aquella criatura me hacía cosquillas en los hombros. Hace diez noches, las ramas esqueléticas de los árboles descuidados proyectaban sombras parecidas a las bestias que habitan el interior. Ni siquiera el agua cristalina era capaz de borrar las cicatrices que se ocultan con alguna prenda o sombrero. Y entre aquellas marcas, encontré a mi acompañante. 

La encontré cuando me debatía, interna en el bosque, sobre volverme una sola con la tierra. Ahora, ella y yo somos el inicio de una y el final de la otra. 

En lugar del brillo del gran salto después del derrumbe y la cabeza repleta de situaciones imaginarias, permanecemos en el regreso. 

Zaira Moreno. Una vez me encontré con la palabra sarungano y me convertí en eso, en una poseedora de historias. Comunicóloga tapatía y partidaria de los frabullosos días.

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