Carla Rosales: La verdad sobre la simbiosis

Me desplomo exhausta junto a una formación rocosa en medio de la nada. Los ojos me arden cuando los cierro para descansar del intenso brillo azul del cielo despejado. Se han vuelto incapaces de lubricarse a sí mismos gracias al polvo que se me ha metido tanto que estoy completamente seca por dentro.

He caminado por hectáreas de páramos durante tanto tiempo que ya no recuerdo otra vida que no sea esta. La ropa que vestía, ya no es más que girones: vendajes que me acomodo a cada paso y que a penas me protegen de las quemaduras. Los pies me arden por las yagas y el calor, la cabeza me da vueltas por la deshidratación, y el cuerpo me pesa para erguirlo; pero lo que más que me tiene cansada es el silencio pesado de la soledad.

Aquí no hay nada. Ni viento que refresque, ni lluvia que ahogue, ni siquiera carroñeros que acechen en la última hora. Lo único que hay es un sol tatemante que desintegra todo.

Sabina… pienso en lo mucho que me hace falta. Su voz me habla desde el recuerdo para alentarme:

“El yermo te someterá tantas veces como pasos des, véncelo el doble veces y llegarás a casa”.

Si, a casa. Allí me dirijo. A la tumba de mamá, al jardín subterráneo que se suponía que íbamos a construir, donde el agua que se filtra entre las rocas lo sustentaría todo y no tendríamos que preocuparnos nunca más por el hambre o la sed. Nuestro edén. De repente, pienso en las lámparas de luz ultravioleta que perdí y no puedo evitar llorar porque no conseguiré más, pero sobre todo porque las ausencias se me siguen apilando.

En lugar de lágrimas, granitos de arena me escurren por las mejillas. Me las sacudo haciendo acopio de mis ultimas fuerzas. Me arrastro hasta quedar lo más pegada que puedo a la sombra que proyectan rocas y es así como Sabina me salva otra vez. Espero con paciencia en cuclillas, acurrucada contra la pared de piedras; pronto podré estirarme a descansar.

Mientras tanto, sin mirar, paso el índice por los surcos erosionados. Entre la aspereza encuentro porciones suaves. Rasco con la uña y arranco un pedazo verde esponjoso. Un olor dulce a corteza se dispersa a mi alrededor.

¡Es liquen!, pero ¿cómo es posible?

Me descubro la cara y acerco la boca a las ranuras. Aspiro profundo con la esperanza de hidratarme con la humedad que debe haber dentro. Mi lengua a penas percibe su delicada presencia y eso es suficiente para volver a activar las glándulas salivales en mi boca. Suspiro y me relajo conformándome con mi realidad.

A través de mis párpados cerrados me doy cuenta de que la luz del día comienza a atenuarse. Los mantengo así y hago como si estuviera soñando que estoy en lo profundo del bosque de hongos gigantes, protegida de las inclemencias junto a Sabina y su tribu de micófilos.

“¿Porqué veneran a estos organismos?” pregunto a Sabina como cuando nos conocimos.

«Eso que llamas veneración, para nosotros es simbiosis. Somos uno con ellos, reconocemos nuestro lugar dentro del ecosistema y servimos a sus necesidades tanto como ellos a las nuestras”.

Reflexiono sobre lo que me dijo. Todavía no comprendo como funcionan estos intercambios que rigen la vida de la tribu. ¿Qué sucede cuando no tienes nada que dar? ¿Cómo pueden reconocer lo que el otro necesita sin caer en abusos?

“Estamos conectados. Ellos toman y distribuyen, esa es la base de la vida” respondió Sabina en aquella ocasión cuando la confronté con mis dudas.

Para mí eso fue tan vago que no me satisfizo. Me parece imposible estar conectado a algo que no tiene consciencia. Al final fue por eso que no pude quedarme con ellos. Sus formas, no son las mías.

De pronto un roce en la mejilla me saca del ensueño. Abro los ojos sobresaltada. Me encuentro rodeada de pequeños hongos que salen de los recovecos de la piedra. Despacio pero constante, crecen en mi dirección y trepan hacia mi boca. Mi primer impulso es levantarme y alejarme de ellos, lo que los hace detener su expansión. En mi cabeza resuenan el eco de las enseñanzas de Sabina:

“Ellos toman y distribuyen”.

Me acerco a ellos con cautela. Sus pequeños gorros blancos se iluminan con un destello violáceo, lo que hace que la noche se vuelve etérea. Ocupo de nuevo el lugar que ocupaba a su alrededor. Ellos reanudan su crecimiento cubriéndome por completo. Y con temor a ser consumida, me entrego a ellos.

Su cercanía no cierra las yagas en mi piel, tampoco me quita el hambre ni la sed, sin embargo, sus caricias descuidadas palian mi soledad y ya no me siento seca por dentro. Cantan en la misma frecuencia de mi dolor, haciendo que se levante el peso del silencio que antes sentí. Su voz se funde con la mía en una canción que no podría existir por separado.

Mi percepción del ser pierde sus límites gradualmente hasta que se desarticula en la otredad de los hongos. Diversos flujos de consciencia coexisten en mi mente al mismo tiempo. Estoy conectada con todo y todo conmigo. Me muestran sus raíces que se extienden subterráneas hasta llegar al bosque de hongos gigantes y más lejos todavía. Fueron ellos quienes trajeron la humedad para hacer crecer el liquen y ahora me traen el agua y los nutrientes que necesito para sobrevivir. Son una red de apoyo a la vida más grande de lo que hubiera podido soñar.

Por fin entiendo que eso que llaman simbiosis en realidad es amistad.

Me incorporo desprendiéndome del suave abrazo de los hongos. Arranco un racimo con lo que necesito, les agradezco en voz baja y me alimento de ellos. Al hacerlo siento a Sabina compartiendo conmigo y me doy cuenta de lo fácil que es decir adiós cuando sabes que sin importar nada es imposible romper la unidad. Me tomo mi tiempo para disfrutar este momento de comunión con Sabina… con los hongos… con la vida.

En la mañana, todos los hongos han desaparecido, y mis fuerzas están renovadas para retomar el camino. Todavía no sé si regresaré a casa. Tampoco sé si algún día volveré a encontrar un oasis como este. Lo único que sé es que ellos están bajo el polvo sosteniendo cada uno de mis pasos, por lo que ya nunca más me volveré a sentir sola.

Carla Rosales. Nací y crecí en la Ciudad de México, soy psicóloga egresada de la Universidad del Valle de México. Me dedico a la escritura creativa en los géneros de Ciencia Ficción, Horror y Weird. Mi trabajo ha sido publicado en varias revistas independientes, así como en antologías impresas y digitales.

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