Ángeles Sanlópez: El día que Andy nos invitó a su casa y todo cambió

 

Para Andy Gonzáles: celebro tu vida, amiga.

Para todas las que inspiraron este texto.

En ese tiempo era difícil reunirse con las amigas. Nuestras agendas no coincidían y aunque sabíamos que estábamos cansadas, estresadas, tristes y frustradas, no teníamos tiempo de estar juntas riendo hasta que nos doliera la panza. Todas lo sabíamos, por eso cuando Andy nos invitó a su casa de improvisto nos sentimos muy felices. Recuerdo que ese día el celular sonó a las 6:00 de la mañana junto con mi alarma diaria. La invitación la vimos en el grupo de WhatsApp que teníamos e inmediatamente empezaron a llegar las respuestas con corazones rojos y morados y stickers de mujeres danzando y elmos quemando cosas. Todas se apresuraron a terminar las actividades del día. Algunas preguntaron qué llevaban para convivir, Andy dijo que lo que quisiéramos pero también nos encargó que lleváramos velas e incienso. Yo amo el olor del incienso puro así que me hice un espacio para comprarlo en grano, sacudí mi incensario y le compré carbón a la señora Mary que vende tamales en la esquina. Preparé con mucho gusto mi guisado y salí lo más rápido que pude.

Una a una fueron llegando las amigas, no diré sus nombres porque nos propusimos que lo que pasó ahí, ahí se quedaba, solo diré lo que ocurrió. Al vernos nos abrazamos, sonreímos y ayudamos a preparar todo para comer y beber. Algunas llevaron cerveza, otras tomaron agua de jamaica o agua simple. Cada una se sirvió de los platillos que estaban en la mesa. Mientras comíamos platicábamos sobre nuestra vida. Recuerdo que de tanto sonreír hasta me dolió la cara. Era algo que hace tiempo no me pasaba. Después de comer salimos al patio. El cielo que mostraba los últimos rayos del sol tenía tonos rojizos. Fue hermoso poder mirarlo y no solo verlo por medio de una foto en Instagram.

Andy nos reunió y nos pidió que sacáramos nuestros encargos. Todas nos sentamos en el pasto. Algunas lo tocaron con cuidado y lentamente. “Hace años que no tocaba el pasto”, dijo una de ellas. Miré a mi amiga y recordé nuestros años en la universidad, esos momentos en los que al salir de clase nos íbamos a tirar a platicar sobre la vida, el universo y todo lo demás. Ambas nos vimos y sonreímos. Andy nos pidió que colocáramos las velas en un pequeño círculo y que prendiéramos nuestro incienso. Llegó mi momento, amaba el olor del incienso, me sorprendió ver que varias llevaron en grano. Todas me vieron y sonrieron. “Sabíamos que traerías tu incensario” dijeron. Yo no pude evitarlo. Mis años de acólita me delataban. Preparé mi instrumento, prendí el carbón, después de un ratito eché el incienso y poco a poco empezó a quemarse, volutas de humo inundaron nuestro espacio. Me alejé un poco para no ahumar de más. Después de un rato regresé y las velas estaban alrededor de la jardinera que tenía rosas, sábila, gladiolas y ruda. La unión entre tantos olores hizo que me sintiera muy feliz. No pude evitar detener mi mirada en dos amigas acostadas admirando las estrellas. Las demás compartían sus planes y problemas, yo las miraba feliz de estar juntas disfrutando de nuestra compañía.

Andy nos pidió que prendiéramos nuestras velas. Para que no se apagaran ella las puso dentro de una protección hecha con la parte de arriba de una botella de plástico de refresco de medio litro. Las llamas iluminaron nuestro encuentro. Una de las amigas solo tenía a la mano una veladora aromática de olor a mora silvestre que una querida amiga le había regalado, ese nuevo olor se sumó a la danza de los otros. “Huele a Bubbaloo” se escuchó decir a alguien. Sonreímos.

Andy se unió a nuestro círculo. Una luz extra apareció, la luna también nos acompañó en esta pequeña rebeldía de lunes. Todas sabíamos que al día siguiente habría que regresar a trabajar y cumplir con los deberes pero este era nuestro momento. Nos sentamos y nos tomamos de las manos frente a nuestras velas, frente a las hermosas plantas, sobre el pasto y teniendo el sahumerio de mi infancia como cómplice.

Andy interrumpió mi recuerdo y empezó a leer en voz alta:

Queridas, este no es un ritual común. Hoy creo este ritual de purificación para mí y para todas las que deseen ser parte de una renovación. No solo busco contrarrestar las energías negativas, establecer paz mental y tranquilidad, sé que esto no es posible sin un cambio más profundo. Hoy invoco una renovación porque el mundo está en llamas y a nadie parece importarle. Hoy desde esta ladera, miramos directamente la inmensidad que nos rodea, vemos las calles, las hermosas luces iluminando el camino, vemos al fondo el lago que secamos, hoy recordamos a los árboles muertos, los animales a los que les quitamos su hogar y nombramos el agua sobreexplotada. Nuestros cuerpos enfermos y cansados consumidos por un sistema depredador nos exigen un alto. Y como sé que ese cambio no llegará, hoy invoco este ritual.

Cuando Andy terminó su primera intervención varias lloramos de tristeza y otras miraron detenidamente a su alrededor.

Ella continuó, nos pidió que respiráramos lentamente. Guió nuestra respiración hasta que la sincronizamos, poco a poco nuestras cuerpas se conectaron. Empezamos a percibir los mismos olores, a sentir miedo, tristeza, alegría y emoción. Nos tomamos más fuerte de la mano. En nuestra mente empezamos a tararear: Lanch kich ta, rem, kich nah. Lanch kich ta, rem, kich nah, poco a poco nuestros labios dieron un sonido a esa tonada. Al principio se escuchaba bajito, poco a poco cada una fue elevando el volumen de su voz.

Andy se levantó y echó más incienso al carbón. El humo nos rodeó una vez más. Ella también se unió a nuestro canto en colectiva. Después de un momento empezó a decir:

Carish, minei, tu nash. Carish, minei, tu nash. Que sea hoy el inicio de un mundo nuevo, que renazca la naturaleza. Que sea hoy el día que desaparezca el dinero y la explotación de las personas entre ellas. Que renazcan los manantiales para que nunca más vuelva a faltar agua para nadie. Que seamos nosotras las dueñas de nuestra vida, que desaparezca toda institución. Que las voluntades de las mujeres que estamos aquí y de todas las que desean lo mismo se unan para que en cada territorio en donde ellas estén se detenga la explotación, la violencia, la ambición, la competencia y que los intereses de unos pocos no se impongan a las demás personas.

Andy nos pidió que colocáramos nuestras palmas sobre el pasto, este comenzó a iluminarse y su luz se extendió a los alrededores. Desde donde estábamos se veía cómo la energía se iba dispersando.

La cuerpa de Andy se iluminó y empezó a danzar, todas las seguimos. Mientras levantábamos las manos luces de diferentes colores salían de ellas y teñían el cielo. Todo había comenzado. Desde la ladera observamos cómo los grandes edificios colapsaban. El pavimento dio paso a la tierra. El agua dejó de estar entubada. Los árboles y las plantas dejaron de estar controladas por jardineras. Las plazas comerciales se desmoronaron. Los productos esenciales se quedaron pero otros no se volvieron a ver.

Para personas longevas el mundo regresó a ser como antes pero para otras era un mundo nuevo. Un mundo en el que no tenías que salir de la ciudad para estar cerca de la naturaleza porque ella nunca se había ido. Ella siempre estuvo presente.

Después de terminar nuestro ritual todas nos acostamos sobre el pasto. Sabíamos que este cambio no sería fácil y que habría que tomar nuevas decisiones. Algunas teníamos miedo pero sabíamos que teníamos una nueva oportunidad para hacer las cosas diferentes.

Ángeles Sanlópez (Chimalhuacán, Estado de México). Historiadora, docente, tallerista y narradora. Amante de los cuentos, las conversaciones relacionadas con la política, las ciencias, las tecnologías, el futuro y el feminismo. Ha publicado en el Círculo literario de MujeresFemfuturaEspeculativasPenumbriaAxxón,La Coyol Revista y Notas sin pauta. Actualmente es co-coordinadora de Histórikas  y de Especulativas, en este espacio organiza círculos de lectura, cursos y talleres sobre la ciencia ficción, la fantasía y el terror.

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