Para Montse, con mucho amor.
Nos conocimos en el Grupo de Apoyo para Sobrevivientes de Abuso Sexual. Teníamos entre quince y dieciséis años la primera vez que, sentadas en círculo, nos presentamos con timidez y miedo. No sabíamos nada de la otra, más que nuestro único factor en común: las tres fuimos abusadas e intentábamos superarlo.
Ana, nuestra psicóloga, se encargó de reunirnos y de brindarnos un espacio que, ante todo, debía ser seguro. Para eso, lo primero que debíamos hacer era generar un vínculo de confianza, que se convirtió en una amistad tan sólida que rebasó las sesiones semanales.
Primero comenzamos hablando de lo que dolía, de esos efectos secundarios que intentábamos ignorar y borrar de nuestro cuerpo y nuestra mente. Lloramos en un par de sesiones y al término de una, Isis propuso que fuéramos a comer unos tacos para recuperar las energías que acabábamos de derramar.
Pronto intercambiamos números, nos agregamos a Facebook, nos seguimos en Instagram. Después celebramos nuestros cumpleaños juntas, salimos al cine, a tomar café, a comprar ropa. Teníamos más amistades, pero nos preferíamos a nosotras. Porque nos caíamos bien y nos divertíamos mucho, pero también porque nos entendíamos como nunca nadie nos había entendido.
Cuando el mundo nos dijo que debíamos empezar a ir a fiestas, nosotras nos negamos y decidimos organizar las nuestras. Solo nosotras tres con la música que nos gustaba y respetando las reglas para una convivencia libre de estrés postraumático y ansiedad. El cigarro, la palabra cariño, los “chistes” sobre violación y el contacto físico sin consentimiento, estaban prohibidos. Mi regla favorita era la de no obligar a nadie a bailar.
A veces las reuniones eran para celebrar nuestros progresos por pequeños que fueran, otras veces era para deprimirnos juntas. En medio del llanto nos acuerpábamos, nos consolaba sabernos comprendidas y acompañadas. Saber que, en medio del horror, teníamos una mano que tomar, a alguien con quien llorar, reír y maldecir.
Tras cinco años de terapia ya teníamos mucho camino recorrido, pero parecía nunca ser suficiente. Mine recaía de vez en cuando en la anorexia, Isis seguía teniendo una ansiedad horrible y yo acababa de recibir un diagnóstico de vaginismo.
Ojalá nos hubiéramos conocido en el baño de un antro en lugar del consultorio. A veces todo era horrible, todo dolía demasiado y no había forma de poner buena cara al mal tiempo. En esos días organizábamos pijamadas, en un intento por autocuidarnos mutuamente y no dejar que nos hundiéramos en el trauma.
Si necesitábamos expresar la rabia, lo hacíamos en libertad: azotar puertas, almohadas como sacos de boxeo, vasos en trizas, gritos y un intento fallido de muñeco vudú al que picábamos con agujas. Después de liberar el odio, venía la sanación de las lágrimas. Terminábamos en el suelo, comiendo chocolate y cantando a Taylor Swift con las pocas fuerzas que nos quedaban.
Una de esas noches, con los ojos hinchados y la garganta ronca, Isis leía un libro sobre brujería. Dijo que lo compró para distraerse de los textos académicos de la universidad, pero yo la observaba leerlo con atención. Pasaba las palabras con una curiosidad que no le había visto nunca.
—¡Lo encontré! —gritó de repente.
—¿Qué encontraste? —le pregunté.
—Es un hechizo —me respondió sonriendo—. Un ritual mágico para sanar.
—¿Sanar? —preguntó Minerva.
—Sí ¡y lo vamos a hacer!… si quieren.
—Pues no tengo nada más que hacer —Minerva dejó la posición fetal en el suelo y se sentó. Isis se levantó del sofá y se acomodó a su lado.
—¿Tú quieres, Artemis?
Me uní con ellas en el círculo y miramos expectantes a Isis. De su mochila sacó tres velas y cada quien encendió una. Ella las colocó en medio, junto con el libro y ordenó que nos tomáramos de las manos.
—Voy a leer y cuando les indique, hablan —Mine y yo asentimos.
Isis cerró los ojos, tomó aire y luego procedió.
—Diosas del universo, les hablan sus hermanas Artemis, Minerva e Isis. Diosas poderosas, fuertes y valientes, ustedes las brujas sabias y justas. En esta fría tarde de otoño, nosotras sus hermanas queremos hacerles una petición. El mundo de los hombres ha sido injusto con nuestras almas, su maldita violencia sigue llevándose corazones de mujeres y los nuestros han sido víctimas de su misoginia, pues ellos nos han…
Isis paró de leer, sus ojos lagrimearon un poco y me miró en busca de ayuda. Incliné mi cabeza para poder ver las palabras, una línea en blanco para decir lo que nos hicieron.
—Nos han violado, abusado, ultrajado, golpeado y pisoteado —se me rompe un poquito la voz en la última sílaba. Isis y Minerva asienten.
—Se han creído dueños de nuestra vida, nuestros cuerpos, nuestros deseos…
—Nuestra sexualidad —agrega Mine.
—Se han creído valientes y fuertes como para intentar arruinarnos. Pero hoy, diosas nuestras, les queremos demostrar que no han ganado, que somos más poderosas de lo que nunca han creído y que hay algo que nunca podrán arrebatarnos —Isis tomó aire y sentí cómo apretaba nuestras manos—. En este día les solicitamos su ayuda, diosas queridas, para terminar la guerra que los agresores comenzaron y que solo podrá ver fin cuando Artemis, Minerva y yo, Isis obtengamos la justicia que tanto anhelamos y merecemos. Al mundo de los hombres no le importa vengarnos, pero estamos seguras que ustedes, diosas maravillosas, atenderán nuestro pedido.
Isis toma aire. Nos ordena que cerremos los ojos.
—Yo Isis pido justicia y quiero que mi agresor ___________________________, deje de ser un agresor. Que nunca más acose, que nunca más violente ni abuse de ninguna niña. Que genuinamente cambie y yo sea su última víctima.
—Yo Minerva pido justicia y quiero que mi agresor _____________________________ confiese lo que me hizo a mí y a mis hermanas, lo sentencien con la pena máxima y quiero que mi mamá se disculpe por no creerme.
—Yo Artemis pido justicia y quiero que mi agresor Germán Mejía Cocoletzi, se muera de una forma muy cruel, que sufra mucho tiempo, que tenga pesadillas que lo atormenten y sienta tanto miedo como me hizo sentir a mí.
—¡Pido justicia por mis hermanas Artemis y Minerva, pido justicia por mí!
Isis gritó esa última frase y todo se quedó en silencio. Abrimos poco a poco los ojos y nos soltamos las manos.
—Aquí dice que para terminar el ritual, debemos bailar —Isis cierra el libro—, no te quiero obligar Artemis, tal vez si bailas solo una canción sea suficiente —me río.
—Yo no sé ustedes, pero yo me siento tan poderosa que podría bailar lo que resta de la noche —Mine se levanta del suelo y pone música.
Nos quedamos dormidas entre el baile, las botanas y las risas. A la mañana siguiente, una llamada de la abogada de Minerva nos despertó a todas.
—¡No mameeeen! —nunca había visto a Mine sonreír tanto—. El güey quiere confesar, no inventen, el ritual sí funcionó —Isis y yo reímos.
Hasta hoy, todavía no sé si el maldito está sufriendo. Espero poder ir a su funeral y bailar en su tumba, pero, aunque eso no suceda, yo me quedo satisfecha con ver a Mine y a Isis sintiéndose mejor cada día. Sanar juntas ha sido la mejor aventura.

María José Soto. Nací en junio del año 2001, en Querétaro, México. Soy estudiante de Comunicación y Periodismo, bailarina de ballet, escritora y feminista. He publicado textos literarios y periodísticos en diversos espacios digitales, como Especulativas, La Coyol Revista, Las Sin Sostén y Notas sin pauta. En impreso, he colaborado en Tribuna de Querétaro y en la antología de ciencia ficción feminista, Nosotras.