Azucena Robledo: Estampa navideña

La calidez de la sala, templada por el fuego amable de la chimenea, contrasta con el viento helado que choca con ferocidad contra las ventanas, e insistente, golpea ocasionalmente el llamador de la puerta principal. 

El descomunal árbol navideño oculta el sillón y los retratos familiares; si miramos con atención, parecería que en cualquier momento hará saltar los ladrillos de la pared. Las ramas desnudas disimuladamente contemplan las esferas, series de luces y escarcha, que yacen en la base del árbol .

El trajinar alegre de cacharros y cucharas anticipa el placer del intercambio de regalos, villancicos cantados a todo pulmón, so riesgo de obtener un buen dolor de garganta, y deliciosos platillos. Las agujas del reloj del pasillo saltan inquietas de minuto en minuto; en cualquier momento se abrirá la puerta permitiendo la entrada del abuelo, padre y tíos con bebidas, botanas y la carne.

Apenas giren el picaporte serán rodeados por un ramillete de caritas sonrientes:

─¡Qué grande es!¿Fue difícil cazarla? ¡No va a caber en el horno! ─exclamarán con admiración.

─¡Sí que cabrá! Aún tenemos que destazarla ─será la respuesta.

Abuela y tías, limpiándose las manos en el delantal examinarán con ojo de buen crítico:

─¡Qué músculos tan fofos! Esos muslos tan flacos no serán suficientes ni para el picadillo del relleno.

El padre reirá guiñando un ojo a la esposa:

─Es más que suficiente.

Ella responderá con una amplia sonrisa y ojos brillantes:

─No olvides limpiarla bien y no tardes mucho. Ya está preparado todo lo demás.

El padre saldrá y la turba infantil irá corriendo tras el rastro de sangre dejado en el corredor, para mirar de cerca el ritual del desmembre, bajo la mirada orgullosa de los mayores.

A medida que cae la tarde, el calor de la cocina se extiende por todas las habitaciones llevando consigo el aroma de pasteles recién horneados y manzanas con mantequilla, azúcar y canela. Pronto el crepitar de la carne en el horno anunciará, que justo a las 11 de la noche, como cada año, comienza la celebración, frente a una mesa bien dispuesta, adornada con un mantel rojo repleto de nochebuenas bordadas, velas, copas relucientes y al centro, la enorme fuente con el plato principal.

Toda la familia reunida contará chistes y anécdotas; disfrutando plato tras plato colmados con ensalada, puré, un trozo de carne jugosa, roja, ligeramente sangrante y carne molida con frutos secos.

A los postres estarán felices, satisfechos, en espera del brindis. Y en el reloj del pasillo sonarán las 12, las sillas serán olvidadas, besos cubrirán frentes y mejillas; brazos efusivos serán recibidos por otros brazos.                                 

Las mismas 12 llegarán arrastrándose sin ganas al fondo de la casa; un poco más lejos aún, al patio trasero. Ahí, sobre una plancha de cemento embarrada con algo espeso y rojizo, un par de manos cercenadas a la altura de la muñeca y una cabeza con ojos soñadores, congelados en un perenne grito de horror, que ya no esperarán nada.

Azucena Robledo. Siempre he disfrutado las historias escalofriantes y siniestras. Soy feliz leyendo cuentos de horror mientras un viento silbante se estrella ululando contra las ventanas. Descubrí que también me gusta inquietar gente con mis historias. Sigo en la búsqueda y experimentación de lograrlo.

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