Tal vez no había sido la decisión más inteligente que había tomado en las últimas horas, huir a mitad de la noche hacia el bosque, desarmada, rodeada por el ejército enemigo, apenas cubierta por una manta que encontró durante su huida. Pero tampoco es que la hubieran dejado con muchas opciones. Como la última sobreviviente de la familia real era la comandante del diezmado ejército; pero, ninguno de los generales, capitanes y demás se habían detenido a escucharla o explicar sus estrategias. Claro, si resultaban fallidas, con un par de palabras dejaban en claro que habían seguido sus ideas, que ella con su divina ascendencia no había tenido la presciencia necesaria para guiarlos a la victoria, y como fieles siervos, tan solo habían obedecido.
A pasos lento y cuidadosos, continuaba internándose en el bosque en busca de una señal de que estaba en el camino correcto. Algo así como un resplandor mágico, o una criatura mágica que la guiara (estaba perfectamente consciente de que nada de esto sucedería, el ejército conquistador había arrasado con todo, y si los robles habían sobrevivido era por el mero esfuerzo extra y el tiempo que necesitan invertir). Conforme avanzaba, ensimismada en sus pensamientos, ignorando sus alrededores debido a su inexperiencia, sus pies se hundían en la nieve hasta que finalmente no pudo más. El frío se sentía como una segunda piel, el cansancio era más pesado de lo esperaba. Tomó nota de sus alrededores. Un claro con rocas en el centro; por encima de las copas de los árboles, entre la neblina, podía imaginar alguna montaña. Definitivamente no tenía idea de donde estaba, ni hacia donde quedaba el campamento. Podía estar a tan solo unos metros de ella, como a varios kilómetros. No había estrellas, pero entre los jirones de la neblina, se escapaba un poco de la luz de la luna. Esa poca luz la hizo sentirse más tranquila, pues significaba menos visibilidad para otros ante lo que pensaba hacer.
No tenía muchas esperanzas para sí misma, pero estaba harta de que no la escucharan. Que no vieran más que una decoración. Avanzó un par de pasos más antes de desplomarse de cansancio, de frío, porque era el lugar perfecto.
Con dedos insensibles, buscó guijarros entre la nieve. Minutos después logró encontrar y tomar uno entre sus manos, era difícil mantenerlo entre sus dedos y que no resbalara. El guijarro resbaló fácilmente sobre su palma, el frío otorgando su bendición en el silencio del dolor.
Vio cómo su sangre resbalaba por su palma, entre sus dedos, hacia su brazo, algunas gotas escapando hacia la sedienta nieve. Era cómodo permanecer en tal contemplación, pero un ruido lejano que no podía identificar la despertó. Probablemente debería apurarse; si se esperaba, podía verse rodeada de lobos o sus captores que ya deberían haber notado su ausencia.
Respiró profundamente antes de comenzar a trazar un círculo con su sangre, escribiendo símbolo tras símbolo, esperando que su desesperación fuera suficiente para sustituir las ramas de ciprés, su cansancio en ofrenda a cambio del incienso de milenrama. Dejó caer una gota de saliva de su boca reseca para incrementar los ingredientes disponibles y confiar en la generosidad de los espíritus, quienes tendrían que pasar por alto su pobre, e inexistente, altar.
Los sonidos, más definidos, y terriblemente cercanos, apuraron su mano. Las líneas de los sangrientos símbolos, ya de por sí temblorosas, requerían de un ojo experto para reconocerlas. La princesa confió en que los espíritus fueran generosos. Completó el círculo precisamente cuando varias ramas crujieron en el borde del claro donde se encontraba, frente a ella. Alzó rápidamente la mirada, podía distinguir las antorchas que cargaban los jinetes. Estaba demasiado cansada, era demasiado tarde para ella, para asegurar que fueran sus soldados o el enemigo.
Su voz escapó en un suave murmullo, que ni siquiera ella estaba segura de haber enunciado las palabras.
—Yo te invoco de entre estas piedras para cumplir la promesa. Yo te invoco de los aires para que me cubras con tu promesa. Yo te invoco de entre estas lágrimas para levantar toda promesa. Yo te invoco con mi último aliento…— el bosque, los jinetes parecían haberse congelado, esperando pacientemente a que ella terminara. En realidad, se acercaban lentamente y sin cuidado, la princesa era una presa demasiado fácil, una joya bonita en el botín de conquista —para que arrases bajo nuestras promesas a todo enemigo.
La capitana esbozó una sonrisa invisible a la princesa. La podía ver arrumbada sobre la nieve, con un brazo estirado como si ordenara algo. Era una lástima que la princesa se volviera loca, pero sería más fácil de controlar. Además, si la mantenían viva podían simplificar algunos aspectos de la conquista; mostrarse generosos ante la población que adoraba a la familia real quienes supuestamente descendían de los dioses. Definitivamente, todo jugaba a su favor: el símbolo perfecto para hacerles creer que le tenían miedo a esos inexistentes dioses. La capitana descendió de su caballo, llamando a su escudero para que sostuviera la antorcha. Se acercó a la princesa, e intentando no sorprenderla demasiado, no estaba de humor para forcejear con su presa, intentó asir su brazo…
Un viento helado recorrió el claro, alzando capas, apagando antorchas, asustando a los caballos. La corriente era tan fuerte que forzó a la capitana a retroceder varios kilómetros. Ni un solo cabello de la princesa se movió. La pequeña tropa estaba en caos intentando calmar a sus caballos que relinchaban en absoluto terror.
La princesa fue la única que notó una grieta en la nieve. Segundos después, pudo notar cómo una forma se esforzaba por salir de entre la nieve, se sacudía ésta y finalmente era distinguible. Sonrió. La nieve seguía abriéndose para dar paso a más figuras.
Una manada de lobos semitransparentes, aun sacudiéndose la nieve sobre sus pelajes, rodeaba protectoramente a la princesa. Uno de ellos, la nieve que lo cubría tenía manchas oscuras, inclinó un poco la cabeza aceptando la petición.
Se recostó sobre la nieve, sintiéndola suave y acogedora, olvidándose de sus alrededores de nuevo, ya no había necesidad de prestar atención si había gritos, si corrían, si chocaban espadas, si caían cuerpos… tampoco se dio cuenta del fuego que arrasaba el bosque y se extendía para acoger en su abrazo el campamento.
Cerró los ojos, en completa calma, contenta por haber sido escuchada. Mientras esperaban que los otros regresaran, uno de los lobos se había acurrucado junto a ella, un guardián que aseguraría su despertar al amanecer,
Tal vez… no había sido su peor decisión.

Aileen Borghols. Nací el 29 de febrero de 1988 en la Ciudad de México, donde las librerías de viejos, los teatros y las leyendas coloniales despertaron un interés por la palabra escrita. Publiqué tres cuentos en la antología Arcano sueño, la cual se presentó en la FILIJ 2022 de Tamaulipas, en conjunto con otros dos autores de la misma.