A medianoche, Lorena, junto con la brigada de limpieza, recorre por vez primera la alameda central. Le ofrecen una escoba nueva, pero prefiere la de siempre. Con la barrida, las ramas reúnen colillas, bolsas de papas y botellas de refresco. De vez en vez, un condón usado.
—Gente puerca.
La brigada se separa, Lorena avanza hasta una calle solitaria donde el aroma de basura y orina es consistente. Ve bultos en el suelo que, tras un golpecito, se sacuden entre quejidos por haber sido despojados del sueño que les calma el hambre y la confusión. Cerca de ellos, alcanza a distinguir restos de humedad que parece sangre. La barrendera se compadece de esos pobres diablos que no hay en su vieja ciudad. A solo unos pasos, Lorena encuentra una oreja, de la que cuelga un arete de fantasía. Tras asustar a una rata que no quería soltar la carne, Lorena consigue quedarse con el último fragmento de «alguien».
—Ahh, tan bonito que dejé allá…
Lorena vuelve a mirar hacia los bultos, uno eructa satisfecho, otro se pedorrea. Levanta su escoba y acaricia las ramas que por dentro custodian un machete.
—Ahora me toca limpiar acá.

Carmen Macedo Odilón. Soy experta en procrastinación, huidiza, noctámbula y loca de los gatos. Me gusta coleccionar recuerdos, manías y especulaciones que plasmo en mis historias.