En estos últimos meses la vida ha cambiado tanto, son pocas veces en las que salir es una opción viable.
Recuerdo aquella vez, sentada en la terraza de mi madre pensaba en cuánto calor sentía, un vapor que no se disipaba, la espalda sudada, mi ropa mojada, no pensé que todo podría ponerse peor, ahora entre el calor y el frío la vida es más difícil, salir es un reto y lo dejamos a saber si se podrá o no.
Fernanda se asoma a la ventana, hace frío y afuera llueve, sostiene con las dos manos una enorme y caliente taza de café, espera calentar sus gélidas manos que desde que despertó no logra calentar, un frío y una tristeza particular la han acompañado en esos pocos minutos que lleva despierta.
Tuvo un sueño del cual despertó llorando. Estaba ahí, en un cuartito oscuro, un cuarto que ya había visto en un sueño anterior, sentada en una silla, veía alguien pasar, detrás de ella, una sombra, ella comenzaba a gritar, pero nadie la escuchaba. Sentía un dolor en todo su cuerpo. Se tocaba para ver si tenía alguna herida o golpe visible, no encontraba nada, no había rastro alguno que justificara el dolor que sentía. La sombra seguía presente.
Despierta tempestivamente, se seca las lágrimas. Da vueltas en la cama, trata de dormir un poco más, apenas son las 6 de la mañana y es domingo. Después de un largo tiempo logra quedarse dormida un rato más.
Fernanda busca una sudadera larga y vieja, aquella que le gusta ponerse en las tantas mañanas frías como la de ese día.
Después de lavarse la cara se dirige al sillón de su departamento, piensa en el sueño que tuvo, el sueño que logró despertarla y dejarla inquieta. Todavía tiene la sensación de un dolor en el cuerpo, aquel dolor que le aquejaba tanto en el sueño.
Piensa en cómo a pesar de haberse sentido tan triste ha encontrado mucho amor en el camino, mucha paz, piensa en las amigas de Delia que ahora, en tan poco tiempo, son parte importante en su vida, en cómo todos los domingos, con frío o calor, ellas se reúnen e instantáneamente su semana termina y empieza con una energía renovada.
En mañanas como las de ese día no sabe bien cómo sanarse, cómo soltar.
Es domingo,
domingo de sillón, domingo de sudadera,
domingo de pastel y chocolate.
Me siento rota, algo en mí aún no vuelve a la normalidad. Afuera nada es normal y adentro tampoco. Es como un vacío en donde no logro aceptarme, no me perdono, la vergüenza, me acecha y me duele. La sombra que sigue ahí, atormenta mi sueño, mi despertar y supuesto sagrado día de descanso.
Alguien toca la puerta, es Delia.
—Fer, vamos a casa de Irene a comer pizza, ¿vienes?
Fernanda sigue en el aturdimiento de su despertar triste.
—Umm, no sé, ¿cómo a qué hora se irían?
—Como en una hora.
—En unos diez minutos te digo si voy, ¿va?
—Ok, estaremos en la terraza por si quieres venir.
—Sí, gracias, le lanza un beso en el aire.
Delia es roomie de Fernanda desde hace dos años, la conoció por ser amiga de una amiga de la universidad.
La novia de Delia, Salma, es instructora de yoga y por alguna mágica y conveniente razón, siempre ha sabido qué recomendarle a Fernanda para calmar la ansiedad que ha estado tan presente entre tanta incertidumbre. Fernanda piensa que Delia y Salma están hechas la una a la otra, y a veces, en secreto, cuando todavía andaba con Javier, envidiaba su relación, el sentimiento llegaba a desquiciarla, cuando ella tenía peleas infinitas y silenciosas, mientras en la cocina Delia y Salma, cocinaban un strudel de manzana o unas galletas de avena. Ahora, sin Javier, Delia, Salma y Fernanda han construido un lugar en el cual la tristeza se vive pero se olvida con mucho tes, galletas, respiraciones colectivas y mucho mucho amor .
Fernanda se siente muy cansada, por una parte quiere quedarse en casa y no hacer nada, vivir su domingo de nada, pero por otra, le apetece olvidar un poco el sueño que la despertó desde temprano.
Le molesta el no poder decidir rápidamente qué hacer. Piensa que es otra de las secuelas de andar con Javier. Una desesperante postergación de tomar decisiones cotidianas.
Un día se encontró a Salma en la cocina, le preguntó cómo se sentía, Fernanda solo respondió, no sé, y Salma, por un momento, pareció estar íntimamente conectada a ella, le preparó un té de menta y valeriana, le untó unas esencias en las sienes y le sirvió un par de galletas que Delia había horneado en la mañana. Fernanda se sintió cuidada y amada en tan solo diez minutos.
Fernanda, se quitó su sudadera y se alistó para ir a casa de Irene, amiga de Delia. Chamarra, gorro, bufanda, botas, cubrebocas, se mira en el espejo, esboza una ligera sonrisa, si alguien le hubiera dicho que así tendría que salir a la calle en un día cualquiera de la Ciudad de México, no lo creería.
Desde que conoció a Delia, fue acercándose cada vez más a su círculo de amigas, Fer sintió como si la estuvieran cobijando en un grupo selecto de mujeres. Se sentía un poco diferente de todas ellas, libres de amor romántico y amándose entre sí, Fernanda, a pesar de considerarse como una mujer bisexual, realmente solo había tenido un acercamiento romántico con una mujer, en la secundaria, su crush más grande, fue una mujer, Gabriela. Aún así, se sentía la más heterosexual del grupo, después de aquella tormentosa relación de cinco años con un vato, un vato más. A pesar de sentirse así, diferente, nunca se sintió fuera de ese nuevo grupo de amigas, en cambio, se sentía cada vez más unida a ellas.
Mientras todo parece derrumbarse, seguir con el amor de mis amigas, es lo único que queda.

Andrea Danae Ramírez Rivera. Escritora, editora y fotógrafa mexicana. Egresada de la carrera de Comunicación Social de la UAM- X. Desde hace 6 años trabaja en el Centro de Cultura Digital en el área de Narrativas y Divulgación. Ha colaborado con distintas editoriales en la edición de manuscritos. Interesada en el videoarte, la poesía, las escrituras disidentes y las distintas maneras de creación.