Carmen Luz Gorriti: La iniciación de Aan Itzel

Me llamo Aan Itzel y tengo 14 años.

Crecí con mis padres, en las profundidades de la selva maya. Ellos eran guardianes del «Gran templo» bajo la Pirámide de Ixcanil, escondida a través de los tiempos. Gracias a «El Conocimiento» y a los espíritus del monte, logramos sobrevivir sin ser vistos y alimentarnos durante los días de la cuarta guerra mundial, su secuela de terremotos, erupciones e inundaciones que arrasó casi toda la tierra conocida. Pero la guerra también llegó a nosotros. Desde las ciudades espaciales, la vigilancia hacia los restos de los Continentes era continua, para develar los bolsones de resistencia humana. Los medios de detección eran casi perfectos. Finalmente ubicaron un fuego encendido bajo tierra y enviaron sus brigadas de secuestro. Padre y madre murieron, mis hermanos fueron conducidas a sus bases para seleccionar a los niños de servicio sexual, separarlos de las que serían usados como proveedores de órganos y los de servicio laboral. No me encontraron porque yo, como hija mayor, cumplía mi período de iniciación con la anciana Ixpiyacoc. Al verme sola, y aún inexperta, la sacerdotisa me retuvo a su lado, cubierta por Xibil, la gran nube de existencia en quinta dimensión, que nos permitió ser indetectables un buen tiempo durante el cual completó mi formación

Cumplido el plazo, salimos a tercera dimensión en el preciso momento que uno de los tantos incendios que arrasó con las selvas ecuatoriales, llegaba a los recintos de nuestro amado Templo. Caminamos muchos días en dirección al agua y en sus orillas logramos construir una pequeña embarcación que nos llevaría hacia los grandes lanchones de sobrevivientes, tal vez encontráramos un islote con algunas facilidades para la vida. Nos alegró mucho avistar una embarcación grande y sólida que quiso recogernos antes de que llegáramos al océano. La alegría duró poco, era un barco de esclavos que iba en dirección a Nueva Londres, la ciudad más grande del archipiélago construido en la estratósfera. Antes de abordar, hicieron la primera selección. A mí me encontraron suficiente juventud y gracia como para venderme para servicios sexuales. A la Abuela solo la echaron al mar. Con ella murió la última Sacerdotisa Sagrada de los Templos Mayas.

Antes de llegar a Nueva Londres mi destino ya estaba trazado. Daría servicios a la Red Roschinel, regentada por las hermanas-esposas Mayer, vástagos finales de una rancia estirpe jázara. Mis catorce años eran en exceso maduros y mi escasa predisposición al terror habían convertido mis tejidos en poco apetecibles para el tráfico de aquella pócima rejuvenecedora que elaboraban con sangre infantil (AiDiNi), a la cual la aristocracia se había vuelto tan adicta en las últimas décadas. Abuela Ixpiyacoc, horas antes de morir –y viendo el futuro inmediato- me entrenó en las artes de la Apariencia. Ya sabía que dar la imagen de una delicada adolescente sería la única posibilidad de ser asignada al servicio sexual y, tal vez, desenvolverme con alguna libertad en el mundo que me esperaba.

“También los monstruos tienen necesidades”, me advirtió

En mi vida cotidiana, nunca salí de la hermosa selva profunda, pero las salas secretas de la pirámide guardaban poderosos cuarzos que me permitieron conocer las bellezas y horrores de ese mundo agonizante en el cual yo estaba entrando ahora. Casi sentí que conocía aquel palacio, en cuyos jardines se corporizó la nave que nos llevaba. Nueve niñas fuimos conducidas a la entrada de aquella residencia. Mujeres de grotesco atuendo diseñado para destacar sus genitales, abrieron sus brazos y piernas en gesto de bienvenida. El susto de mis hermanas provocó que las porteras trocaran en gendarmes de apariencia dura, que llevaron a las niñas hacia pasadizos subterráneos. Su destino estaba trazado: serían esclavas para el tormento sexual, no para el placer. Ay abuela, pensé, las historias que me contaste me hicieron consciente de nuestro destino y ahora se me hace difícil soportarlo. Una niña pequeña y yo ingresamos al recinto de los baños –mármoles y espejos entre el vapor de agua- donde nos impregnaron en ricas esencias. Frente a mi imagen en el espejo pude corregir detalles de mi apariencia, el brillo de mi melena negra, la doble línea de mis pestañas, la mirada dulce. Tal vez la oscuridad de mi piel despertara temores entre aquellos aristócratas, debía ser dócil como requieren aquellos que usan a los niños para sus placeres. No quise llorar, no debía permitir que el miedo curvara la línea infantil de mis labios.

“Conserva la energía de los brotes nuevos, eso es lo importante”

Nobles e inmensamente ricas, las Hermanas Roschinel regentaban aquel lugar. Parecían idénticas, aunque su atuendo las diferenciara como hembra y macho. Se tocaban constantemente y en aquel contacto había cierto apetito, pero también una extraña vacuidad. “Deseos que no se satisfacen”, recordé aquellas palabras de mi maestra, nunca antes las hubiera podido entender. Su mirada sobre mí fue apreciativa, pero desinteresada. “Está lista” dijeron al mismo tiempo y me llevaron de la mano hacia una mesa de banquete. Comida como nunca antes la había visto, exquisita en apariencia, pero repugnante, mi olfato afinado en el aroma y los frutos de la tierra, no reconoció nada comestible. “Toma”, me alcanzaron un refresco de colores. En su componente pude oler todo el horror de aquellos cuya sangre habían mezclado para prepararlo. Cerré los ojos.

El líquido me contó la historia de la esclavitud sexual a la que sería sometida, pero primero tendrían que envilecerme. El arte de xibil, me permitió la visión de los rituales en los cuales participaría, mi mano manchándose de sangre propia y ajena, mi propio odio creciente, mi maldad producto de la derrota, aquel “nosotros” que empezaría a construirse si lograba permanecer viva entre ellos, compartiendo su alegría vacua mientras sodomizaban criaturas.

“Tienes un corazón infinito, nunca lo olvides”. Abuela habló en el cristal de aquella copa

La Pareja Roschinel me esperaba, expectante. Si cedía a la náusea, si vomitaba mi desprecio, correría el destino de mis hermanas y no podría cumplir aquel que los cristales me mostraron. Recordé la tierra verde de cada mañana, la pasión del abuelo fuego, la cándida felicidad de los elementales, verdaderos señores de nuestro mundo. Mi corazón empezó a calentarse hasta brillar como un verdadero sol. Hacia arriba, hacia abajo, adelante y atrás, a mi derecha e izquierda, el calor escapaba de mis límites y se convertía en una estela radiante. ¡Puedo crear mi mundo! resoné internamente. Abrí los ojos. Solo un segundo había transcurrido, pero yo era otra, ya no tenía miedo. Aquel brebaje, la sangre de mis hermanitos aterrorizados, ahora era para mí la fuerza de todo un mundo que iba a transmutar. Tomé el primer trago, desde la inocencia y la calma. Tomé el segundo trago ¡vi el universo autocreándose en cada molécula de nuestra vida transparente! Vi el futuro que se construía sobre las cenizas de este mundo ya vacío. Tomé el tercer trago y escuché la voz clara de la gran bruja maya:

“El poder es tuyo, haz tu parte”.

Carmen Luz Gorriti. Lima, Perú 1951, Poeta y Narradora. Ha publicado el libro de poesía “Música Terrena” y sus relatos han sido incorporados a diversas publicaciones en Perú y Estados Unidos. Integró el Colectivo de Escritoras “Anillo de Moebius”, con quienes realizó cuatro publicaciones colectivas de cuentos. En 1990 ganó la primera edición del premio Magda Portal del Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán. En 2017 culminó la Maestría de Estudios Creativos de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Actualmente integra el Colectivo de Escritoras “Saqra”.

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