Karla Hernández Jiménez: Como ayer, como ahora

 

Ne me dis pas que tu m’adores

Embrasse-moi de temps en temps

Joséphine Baker

13 de abril de 1975, París, Francia

Hoy tengo que mirar desde lo lejos como entierran el cuerpo de mi sustituta en este cementerio olvidado. En realidad no puedo pedirle más después de todos estos años que se ha hecho pasar por mi, para ocultar lo que soy ahora. Es una suerte que a la familia de mi ex-marido prefiriera celebrar los funerales de noche. Al menos la negrura me dio cobijo y puedo despedirme de Madeline en paz.

Ahora debo ajustarme la capa y volver a mi pequeño apartamento en Mont Parnasse. No debo ser desatenta con mi invitado.

Enciendo la luz de la sala y quito mi capa lentamente ante los ojos saltones del hombre amordazado y atado a mi sillón de terciopelo. Es tan divertido ver cómo se retuerce, justo como la alimaña que siempre ha sido desde que nuestros ojos se encontraron.

Levito un poco en el aire y le sonrió revelando mis colmillos.

—¿Creíste que tendrías unas vacaciones en París sin que nadie se acordara de ti?, ¿no recuerdas cuando me torturaste, Joseph M.? Hoy tengo algo preparado especialmente para ti.

Mientras hago todo lo posible por dislocar sus extremidades con toda la fuerza que tengo sin amputarlas de cuajo, canto en su oído esa canción que entoné en una fiesta hace casi cuarenta años a pedido de la baronesa S. durante los días más difíciles de la guerra.

La melodía animada inmediatamente me transporta a mis días de éxito, cantando y bailando con esa bonita falda hecha de plátanos que tanto me gustaba.

También recordé esa fiesta donde lo conocí, le decían “el ángel de la muerte” pero no pensé que fuera en serio. Aunque el uniforme verde de altas botas negras y las condecoraciones mostraban lo evidente.

Canté y bailé con todos, incluyéndolo a él y terminé con la misma melodía de los tiempos que vuelven. Es curioso, justo ahora es la misma que silbo y tarareó en sus oídos mientras recuerdo el ese momento exacto en que él me secuestró.

Todavía recuerdo la angustia que sentí al pensar en la posibilidad de que me hubiera descubierto, de que supiera que no solo me dedicaba a cantar y bailar en las fiestas privadas para recordar mis años de gloria en las tandas parisinas. No quería que supiera que los vigilaba a todos ellos.

Me arrastró hasta un coche privado donde el chofer no dijo nada cuando él abusó de mí bajo la luz tenue de las farolas.

Recuerdo que entre jadeos y su pestilente aliento se atrevió a decir mi nombre.

—Joséphine.

No le importaron mis lágrimas ni mis gritos. Me arrastró a aquel lugar que todo París sabía que se trataba del cuartel general de los enemigos de la República.

En un cuarto de paredes blancas me hizo cantar una vez más aunque mi garganta ya estaba destrozada por sus abusos.

Me inyectó una sustancia extraña que me dejó sumida en la inconsciencia mientras él susurraba algo acerca de un experimento. Lo último que vi antes de sucumbir fue su cara con esa desagradable sonrisa que se formaba el espacio entre sus dientes delanteros separados.

Desperté en un basurero. Y me di cuenta que fue así como me convertí en lo que soy el día de hoy.

Ahora los dos estamos en mi casa. ¿Quién diría que tantos años después, su fascinación por las artes ocultas y los experimentos serían la fuente de su ruina? Sonrío solo de pensarlo.

Ya le rompí los brazos y las piernas. Me acerco tarareando y susurrando a su oído:

—De temps en temps, dis, pense à moi.

Justo antes de rematar, le quité la mordaza y besé sus labios solo para arrancarlos usando mis colmillos. Su sangre no sabía muy bien, pero la sensación era deliciosa. Sus gritos desgarradores se escuchaban en la soledad de mi edifico abandonado. Cuando finalmente me harta, hundo mis garras en su cuello, dejando que se ahora con los borbotones de su propia sangre, al menos aquella que no se escapaba por su boca. Solo apreté un poco más antes de dar el golpe de gracia. El cuerpo helado terminó en un descampado, con los cuervos arrancando la mayor cantidad de carne posible.

Durante la noche siguiente, vuelvo a visitar a Madeline. Mi doble, la que fungió como mi representación mortal y la ejecutora de mi voluntad y las luchas que ya no pude hacer.

Me despido de ella para hundirme en la eternidad, pensando que con esas dos muertes se han acabado mis ataduras con el pasado. Ahora por fin me doy cuenta que una época ha terminado, pero de tiempo en tiempo pensaré en los ratos felices.

En estos momentos de verdad me apena no poder llorar.

Nacida en Veracruz, Ver, México. Licenciada en Lingüística y Literatura Hispánica. Lectora por pasión y narradora por convicción, ha publicado un par de relatos en páginas nacionales e internacionales y fanzines, pero siempre con el deseo de dar a conocer más de su narrativa.

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