Paula Guillén: Testimonio de la monstruosidad

El tiempo transcurre: pasan minutos, segundos e instantes en los que mi cuerpo continúa transformándose. Pienso en las cosas que podría hacer en este momento si no me encontrara acostada sobre mi cama luminosa con esferas líquidas escribiendo en la app de notas de mi Motorola G3000 Plus para regular mis emociones. Dicen que una manera de calmar la ansiedad es prestar atención a lo que nos rodea.  

El olor a tierra mojada que emana del aromatizador colocado en mi mesita de noche impregna toda la habitación. Me veo en un par de semanas con el cuerpo completamente deformado, ajeno y expandido como una bestia que engendra en sus entrañas otro monstruo, otro ser que cuando crezca será igual o peor a su estirpe.

Recuerdo un montón de ideas catastróficas como cuando dejé mi planeta entre un montón de personas muriendo de hambre; cuando la gente comenzó a tomar agua del mar; cuando la gente comenzó a tomar agua del mar; o cuando definitivamente la ONU dio por perdida la Tierra y las empresas privadas develaron la creación de colonias totalmente habitables en otros planetas. Veo la cuarta luna del día en la cúspide del cielo a través del domo transparente que nos protege de los gases tóxicos del exterior.

Decidí levantarme a poner un poco de música aleatoria, ahora está sonando una canción de Led Zeppelin, pero no la ubico. Los que pudimos subirnos a una nave, llegamos y arrasamos con los recursos “naturales” de N-320; por lo que tuvimos que embarcarnos a J-345, el planeta donde actualmente habito, aunque al paso arrasador en el que vamos, tal vez sea necesario emigrar a L-222 pronto. 

Volteo a mi alrededor y veo ropa térmica tirada por doquier. N-320 era muy frío, pero en cuanto llegamos aquí, tuvimos que fabricar ropa más ligera porque los gases calientes. Cuando vivía en la Tierra, me hacía muy feliz la idea de ser madre, pero ahora ya no me provoca la misma emoción. El dinero y el inminente traslado a otro planeta son cosas que debo considerar, pero no son temas tan trascendentales.

¿Qué habrá pasado con las millones de personas que se quedaron en la Tierra? Sólo la gente con dinero pudo huir de la catástrofe. Se dice que la mayoría murió; se especula que los sobrevivientes terminarán adaptando sus cuerpos a la inclemente sequía. Aunque yo francamente no me imagino cómo podría subsistir el ser humano sin agua, si desde su concepción está inmerso en lo líquido: el líquido amniótico, la leche materna, la sangre, la primera copa de vino… los líquidos cambian, pero la necesidad de ellos, no.

Mi cuerpo continúa transformándose. El tiempo aquí pasa más rápido, hace apenas diez horas me enteré  que estaba embarazada y quedan menos de dos para tomar una decisión porque la ciencia avanzó en todos los aspectos, pero no en la capacidad de disminuir los riesgos por aborto posterior a las doce semanas.

Hace meses tenía veintitrés años y toda una vida por delante. Probablemente sea mi última oportunidad, sin embargo, cada vez que me veo acariciándome el vientre abultado mientras siento cómo la nueva vida revolotea dentro de mí, aparecen las voces de los que murieron deshidratados, secos y enfermos.

Tengo miedo de parir, que una de esas voces se me haya quedado dentro y que reencarne en lo que sea que se está formando dentro de mí, porque hay que decirlo: los humanos, o lo que quedaba de ellos, murieron con el planeta. Quedamos los monstruos, los verdaderos.

Por otra parte, ¿qué haremos cuando se nos acaben los planetas habitables? El tiempo pasa demasiado rápido en este planeta, estoy a dos minutos de tomar una de las decisiones más importantes de mi vida.

Paula Guillén. Me apasiona leer sobre cosas perturbadoras, aunque siempre termino regresando a Jane Austen. A veces me sale escribir una que otra cosa sobre los temas que me interesan o me intrigan. Continúo estudiando literatura y vendiendo libros.

Un comentario en “Paula Guillén: Testimonio de la monstruosidad

Deja un comentario