Susana Torres Cabeza: El agujero

El día que me dejó María, sí, ya se llamaba María, aunque no hubiese nacido, se me abrió un agujero en el pecho. No en el sentido figurado, no era un recurso poético, se abrió una brecha de verdad a la altura del pecho. El orificio no era un tipo de los que puedas tapar fácilmente. Si mirabas de frente, podías ver a través, si mirabas de perfil en cambio, se disimulaba bastante.  Los días fríos, notaba el aire pasar a través de él haciendo incluso, a veces, ruidos ventosos. Era muy desagradable. 

Como cuando pasó era invierno, intentaba ir siempre abrigada y así la gente no lo notaba. Sólo me veían algo triste, un poco desmejorada, lo normal para estos casos. Ellos no percibían mi deformidad, no veían que tenía una abertura enorme que se expandía. Sí, se expandía como un agujero negro en el universo, absorbiendo el resto de mi cuerpo alrededor. Poco a poco.

Dicen que el tiempo lo cura todo. Dicen que el tiempo cierra las heridas. Mentira. El boquete de mi cuerpo crecía y crecía haciéndose mayor cada día. Y dolía, ¡vaya si dolía! pero claro, el dolor forma parte del duelo, por tanto, nadie se extrañó de mi sufrimiento. Es la ansiedad, es psicosomático, el tiempo lo cura, decían.  

Pero el dolor era intenso e incapacitante y yo sabía que la herida era real, así que decidí acudir a un médico especialista. Un cirujano de renombre.

Cuando llegué y le expliqué la historia, el cirujano quiso derivarme al psicólogo, pero entonces le enseñé la herida. El médico, perplejo, se levantó mucho más animado que extrañado y lo examinó minuciosamente. Hizo fotos e incluso pasó la mano a través del agujero asombrándose de lo que estaba observando, emocionado por el descubrimiento científico. Tras el examen consultó durante días a colegas de profesión, literatura previa existente, pero nada. Nadie conocía un caso igual. Para él constituía un reto como médico, así que lo intentó todo. Trató de coserlo con puntos o grapas. Fue inútil. El agujero seguía allí. También intentó poner cataplasmas y ungüentos. Mismo resultado. Incluso intentó hacer un injerto, trasplantándome piel sintética de laboratorio. El invento duró un día. La piel se abrió quedando el mismo agujero que antes. Al final desistió, no sin antes prometerme que seguiría estudiando el caso y que si encontraba algún remedio me llamaría.

Un tiempo después conocí a Fernando. Era un hombre divertido y cariñoso que me encandiló desde el primer día. Lo mejor de estar con él era que no le importaba que tuviera un agujero. Es más, le pareció sumamente interesante desde el primer momento. Le gustaba besarme la cicatriz que lo rodeaba, excitándose al hacerlo. Creo que experimentaba algún tipo de parafilia al respecto. Nunca me quejé, claro. Por primera vez desde que pasó lo de María, me sentía bien.

De hecho, el tiempo a su lado fue tan feliz que el orificio fue menguando y reduciéndose casi por completo, pero tristemente, cosas de la vida, un día el amor se apagó y nos separamos. En el dolor de la ruptura no pude evitar pensar en María y la melancolía y la angustia resultante de esos pensamientos me abrió de nuevo la herida casi como al principio.

Al año del aborto, empecé a asumir que yo había cambiado, que ahora mi cuerpo era otro. Entendí que yo, igual que era alta y morena, también tenía un agujero, y que eso no era necesariamente malo. Mi agujero formaba parte de mí. Entendí que para taparme necesitaba una manta más gruesa, para vestirme necesitaba ropa que me cubriera siempre el pecho, que, para comer, bueno lo de comer mejor no lo explico…  Al hacerlo, al aceptar mi nueva condición de persona agujereada, me adapté a la situación y el agujero no desapareció, pero curiosamente dejó de doler tanto. Entendí, por fin, que no era malo tener un agujero y que yo no era menos que los que no lo tenían. Comprendí que valía tanto o más que ellos. 

Ahora ya no lo escondo. Mi agujero también soy yo y va conmigo a todos lados. 

Susana Torres Cabeza. Me considero narradora de historias. Como los primero moradores del mundo contando cuentos junto al fuego, siempre he buscado en la ficción aquello que me aterra o aquello que mi imaginación no encuentra en la realidad. Mi objetivo con los relatos cortos es por un lado divertir y entretener, todo relato debe servir para evadir, pero también romper esquemas preestablecidos, invitar a ir más allá, a salir de la realidad para, desde fuera, poder observar mejor el mundo y encontrar nuevas soluciones.

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