No importa a donde vayas, tu cuaderno siempre va contigo, bueno, el de turno, porque si contamos los que tienes archivados en tu habitación en más de siete cajas; bajo la cama, en el closet y a la entrada del pasillo, resultan una suma bastante considerable, aunque no suficiente. Siempre, para ti, el siguiente quedará mejor.
Junto al cuaderno, no puede faltar la bolsita con plumas de diferentes colores; el rojo para remarcar, el verde cuando sugieres investigar sobre el tema, el amarillo para destacar lo importante, pero lo que más te gusta, es ver cómo esos cuadernos se van llenando de ideas, anécdotas, recuerdos, ocurrencias tomadas al vuelo, todas semillas apenas de algún texto o narración. Los atesoras, pocos conocen su contenido. Escribir es tu pasión, tu pasatiempo preferido y deseo manifiesto. Punto y coma.
Hoy te encuentras en el restaurante Lojhs, el más elegante de la Sierra Nevada. Como está ubicado en la parte alta de la colina, desde aquí puedes apreciar todo el valle. Atardece. Los últimos rayos del sol se desvanecen lentamente en el horizonte. A lo lejos se ve el pueblo con sus chimeneas encendidas, el humo que sale de ellas se eleva en el aire y genera formas caprichosas que semejan para ti algunos animales como elefantes, conejos, rinocerontes o imágenes diversas en las que descubres leñadores, hombres de negro, brujas malvadas, mujeres de compras, campesinos, niños perdidos en el parque, batallas navales, indios y vaqueros, la silueta de un país o el perfil de un hombre guapo. Esperas unos segundos hasta que la escena se te revela.
Entrecierras los ojos, agudizas la vista e inicias a escribir tu relato: “De las sombras oscuras de la noche invernal surgen las imágenes de una familia agobiada por la tormenta. Es el padre quien lleva a su hijo en hombros, la madre les sigue estirando un carromato con sus pertenencias. El viento los sacude dejando entrar por los huecos de la ropa el frío viento, la madre se acerca al chiquillo y lo cubre con una manta más. El niño sonríe. El cabello que baila en su cara no deja ver su mirada triste y melancólica, la pena se refleja en su rostro, solo esto tienen, el presente, allá atrás se quedó su vida, su otra vida, ahora, si logran llegar, empezarán de cero”.
La escena te parece tan real que te estremeces, en tus ojos se asoma una lágrima. ¿Qué pasará con esa familia? ¿A dónde la llevará el destino? ¡Qué injusta es la vida a veces! El mesero se acerca a ofrecerte una bebida caliente.
—Sí, chocolate —le contestas.
Decides tomarte unos minutos antes de retomar la historia, volteas a ver quiénes se encuentran en el restaurante, el lugar es cálido, madera y piedra natural, los techos de dos aguas, asemejan una cabaña. En una mesa, una pareja de mediana edad; dos adolescentes y dos adultos, al parecer los abuelos, celebran cumpleaños, los meseros les acercan un pastel, todos sonríen y parecen estar pasándola muy bien. En otro extremo varias parejas de jóvenes disfrutan la velada, elevan las bebidas y brindan por no sabes qué cosa. Un par de meseros platican entre sí sobre algo divertido, ríen, y el encargado de la caja les llama la atención discretamente.
Volteas hacia la ventana y afuera, sobre el pueblo, la familia sigue avanzando en medio de la tormenta. Ahora se ven más cansados. Volteas a tu cuaderno y vacilas en arrancar las hojas de tu escrito. No es justo que la inspiración te traiga este tipo de historias. ¿Y si todo es cierto? ¿Y si deveras está la familia en apuros? ¿Qué pasa si arrancas las hojas? ¿La familia estaría a salvo? Decides comprobar tu misma, te levantas y sales al balcón, el aire casi te tumba, pero no, no ves nada, el cielo está limpio, uno de los meseros viene por ti
—¿Señorita, que hace? el viento está muy fuerte, entre por favor.
Apenada retomas tu lugar en la mesa. Pero tu corazón palpita fuerte.
Decides tomar un break y vas al tocador, al entrar ves a la abuela que está lavándose las manos, te sonríe y tú te animas a saludarla.
—¿Vienes sola? —pregunta.
—Si, no, espero a alguien —le contestas.
—Te vi desde la mesa, —agrega —me parece que algo te atormenta, te puedo ayudar.
—Si, no gracias, todo bien.
—Bueno, si gustas acompañarnos, no dudes en acercarte a la mesa, eres bienvenida.
—Gracias —atinas a decir y sales del área.
Ya en tu mesa retomas la escena, tengo que terminar la historia, te dices, volteas a la ventana, la familia está ahí en el viento, están ahí, el padre sacude al niño que parece inconsciente, la madre llora desconsolada, tu escribes lo que ves, la mano no obedece quieres ir lo más rápido posible, terminar ya esa ansiedad y angustia, tus lágrimas no paran. De pronto el hombre se voltea y te dice:
—Cambia el final, cámbialo, tú puedes, no nos dejes morir aquí por lo que más quieras.
Asombrada le contestas.
—No, no puedo. Yo también estoy atrapada en este mundo. Siento que no existo, que tan solo soy de papel o de cristal, frágil. Nadie me entiende, estoy sola con mis libros, mis historias y este mundo que brota en mi cabeza.

Claudia Montemayor