2023
Hasta hace poco comencé a fijarme en las personas ancianas, en las mujeres ancianas para ser más precisa. Miro (admiro) su cabello cano en la gran mayoría, sus rostros, los surcos marcados en ellos, sus expresiones. Me pregunto cómo lucirían de jóvenes, de qué color era el cabello, cuáles eran sus anhelos y esperanzas, cuáles son ahora, cómo miran el futuro, sus cuerpos, su vida.
Creo que esta nueva contemplación, tiene que ver con que empiezo a rozar los 50 años. 50 años, ¿quién lo hubiera creído? Yo no. Me cuesta trabajo reconocerme como una mujer de mi edad. Mi apariencia no corresponde a mi edad. La genética y el tinte de cabello que me aplico cada vez más frecuentemente me restan años. Por eso siempre me he sentido desfasada.
En estas divagaciones ocupo el tiempo de la mañana mientras me arreglo frente al espejo. Me examino el rostro meticulosamente para notar en qué he cambiado desde anoche. No, todavía no me sale una arruga nueva, solo está visible la marca de la almohada impresa en la mejilla.
Después de peinarme, me maquillo y me visto. Me gusta la ropa que uso, aunque cada vez estoy más segura de que no corresponde a mi edad. En una ocasión estuve en una fiesta donde me encontré a una chica adolescente que llevaba una falda y botas similares a las mías. Me sentí un poco ridícula. Creo que desde ese día no volví a ponerme esa falda.
Cuando termino de arreglarme, salgo a la calle y camino con dirección al metro. Mientras espero el convoy, sigo con mi observación atenta, aunque discreta. No quiero incomodar a nadie con mi escrutinio. Miro la ropa, los colores, los peinados de las mujeres maduras que me encuentro. Descubro en ellas belleza y cierta serenidad. Las envidio. Que paz debe sentirse estar a gusto con la edad.
Recientemente, también ha empezado a incomodarme el constante comentario “¡Qué joven te ves!”, dicho siempre como halago, pero recibido como acusación. Siento que me infantilizan y anulan mis vivencias, mi experiencia. Llega el convoy, ¡Cuánto tardó! Me subo y alcanzo lugar. Sigo enredada en mis pensamientos. Si me molesta tanto que me digan que parezco más joven, ¿por qué destino tanto tiempo, esfuerzo y dinero en seguir aparentándolo? Creo que es porque en mi familia siempre se aplaudió el verse joven (en las mujeres, por supuesto), era sinónimo de preocupación y cuidado por una misma. “Ayer vi a Fulanita, la vi desmejorada. Se veía muy avejentada”, era una referencia común en mi entorno.
¿Llegará el momento en que pueda, no solo apreciar, sino disfrutar de mi apariencia, de mi edad, sin estas contradicciones que se vuelven juicios?
¡Ay no, ya me pasé de estación, con lo tarde que voy!

Gabriela Bistrain Meza (Ciudad de México, 1975). Hija de Teresa, nieta de María y Modesta, hermana de Erika, tía de Ximena y Sofía. Habitante aferrada de la Ciudad de México. Psicóloga de formación, docente por vocación y feminista por convicción. Amante del café, la cerveza, el vino (dependiendo de la hora), los gatos, la lectura, las buenas charlas y las compañías entrañables.
Diplomada en Prácticas Narrativas, intenta visibilizar los relatos dominantes y los subyugados que nos atraviesan y nos narran, así como las diversas formas de vincularnos en lo colectivo. En ese sentido, tratando de cambiar su narrativa, incursiona en la escritura como una forma de re-conocimiento.