Elive Peña: Pequeñas causas

En medio de la noche total, lo único que podía ver eran esos grandes ojos naranja. Gritos y fuego, nada más que gritos y fuego habitaban esos ojos. Un fuego que casi lograba abrazarme, entonces, desperté. Desperté en un suspiro, no sé si de alivio o en acto reflejo al sentir que la vida se me iba; no exageraba, pues mi sueño había sido en esa onírica realidad, bastante terrorífico.  Esos ojos seguían presentes en mis noches de mal dormir por varios meses, abrumándome en pesadillas, pero esta vez fueron tan reales que, la visión de ellos no ha parado de atormentarme. 

No he logrado concentrarme en mi trabajo desde aquella noche, tenía casi una semana luchando por concluir el ensayo que rezaba en el título: “Teoría del caos y su representación en la danza”. Una frase había bastado para engancharme en el tema y predecir que una coreografía basada en esto podría funcionar perfectamente: a pequeñas causas pueden devenir grandes efectos. Esa era una de las premisas principales de la teoría del caos.

El caos en mi cabeza. Eran más de las dos de la mañana, decidí tomar un descanso para bajar a la cocina por agua y una manzana. Jamás he sido buena yendo a la cama temprano, siempre ocupo estas horas para trabajar, después del tiempo que tengo siendo un ave nocturna sé exactamente lo que debo y no hacer para funcionar al día siguiente, aún con la falta de sueño. 

Crucé la puerta de la cocina sin darme cuenta. Melisa estaba preparando café. Ella era una de las chicas con las que compartía la casa, aunque rara vez coincidíamos. Al escucharme entrar, ella volteó y una media sonrisa se dibujó en su cara. Nunca he podido acostumbrarme a sus facciones, sus ojeras casi tan grandes como sus ojos y, esos delgados y largos dedos recorriendo las cosas que tocaban de una forma casi vaporosa. Parecía un personaje sacado de mis peores noches.

Preparaba café ¿quieres un poco? —su profunda voz me alcanzó mientras bebía agua de mi botella.

—Está bien, sólo un poco, no suelo tomar café por las noches —en realidad siempre evito el café, pero algo en su rostro no dejaba negarme a su amable ofrecimiento.

—De acuerdo, es normal temer pasar la noche en vela.

—Sí, bueno, no es muy sano, creo —sus ojos me miraron inexpresivos ¿estaba ofendida por lo que acababa de decir?

Tomé la minúscula taza que me ofreció y me dirigí a mi habitación. Al subir las escaleras advertí un temblor en la luz, sin prestarle mucha atención noté que había olvidado mi manzana y, en su lugar, sostenía la taza de café. Bebí mientras avanzaba, sin embargo al llegar al pie de la escalera, y justo antes de dar el último trago de café, la oscuridad total me abrazó. ¿Sería un corte en la energía eléctrica? Un pequeño atisbo de terror se asomaba desde lo más profundo de mis entrañas al recordar aquellos ojos brillantes en fuego.

Alcancé la gran ventana que se alzaba unos pasos antes de mi habitación, desde ahí pude ver que la calle también estaba en penumbra. No tardé en llegar a la puerta del dormitorio, me deslicé dentro tan rápido como la oscuridad me lo permitió. Me quedé recargada en la pared hasta que mis ojos lograron acostumbrarse un poco a la falta de luz. Frente a mí se dibujaba el espejo de cuerpo completo, donde mi propia figura en él se distorsionaba por la falta de iluminación. Sin embargo, noté un pequeño destello dorado en el reflejo, lo que llamó mi atención e hizo acercarme. Mientras me aproximaba al espejo, otra silueta se dibujaba tras de mí.

—La cafeína te ayudará a ver —reconocí esa voz, pero decidí no voltear.

—¿Ver qué?

—Me di cuenta a la cuarta noche de tus visitas nocturnas.

—¿De qué hablas? —estaba tan cerca del espejo, empezaba a distinguir sus grandes ojos.

—Debes saber qué es lo que te habita. Se alimenta mientras duermes.

—¿Lo que habita?

—Dijiste que era tiempo para que me habitara a mí también. 

—Melisa, no sé a qué te refieres.

No quería voltear, había algo en mi reflejo que me hipnotizaba.

—Deja que se alimente y que después me habite. El fuego está viniendo ¿escuchas los gritos?

—¿Qué pasa? ¿Tenía algo el café?

No escuché mi voz. Entonces lo vi, había fuego como sangre, gritos que se apagaban en el fuego de esos ojos, ahí estaba mi reflejo, en medio de la noche total. Gritos y fuego, junto a eso, un olor metálico invadiendo todos mis sentidos.

Debí comer la manzana.

Grandes consecuencias.

A partir de cierto horizonte temporal toda predicción se torna imposible.

Elive Peña. Maestra en antropología, empleada como profesora y ocupada en la danza. Soy un ser curioso, con una mente ruidosa; por lo que la escritura se ha vuelto una actividad necesaria.

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