Daniela Caballero: P4P4

¡Lleve al padre sustituto! ¡Llévele, llévele! ¡Se lo dejamos a buen precio! ¡Venga a ver! ¡Ya va desbloqueado y calado! 

Gritaba un hombre fornido y algo rechoncho con una voz tan potente como chillona a la vez. Me detuve a verlo unos segundos con extrema curiosidad, mientras el bullicio de la gente me desesperaba cada vez más. 

—¡Mon!, ¡Mon!, no te quedes atrás. Ya sabes que Tepiyork no es un lugar seguro, pero es el único lugar donde encuentro mis cremas a buen precio. 

—Oye, Dana…

—Eu.

—¿Qué es esa cosa de padres sustitutos que vendía el señor?

—¡¿No sabes qué son?! ¿Qué vives debajo de una piedra o qué?

—Pues no, pero tú sabes que no me llevo bien con la tecnología y uso la computadora sólo para lo indispensable, porque no me gusta nada. 

Dana puso los ojos en blanco y me tomó de la mano para ir a su ritmo. 

—Pues son eso, padres sustitutos…mmm, ¿te acuerdas del asistente digital que te regalé en navidad y despreciaste?

—Ah sí, el que tenía nombre de mujer y que arrumbé porque me dio miedo que me contestara —dije escandalizada. 

—Ajá —respondió Dana volteando los ojos—. Pues es una cosa parecida. 

—Pero ¿por qué les dicen padres sustitutos? 

—Pues porque supuestamente toman las funciones de los padres. Los niños les hablan y el dispositivo les contesta con la voz de su papá. 

—¡¿Qué?! —contesté horrorizada—. ¡Qué horror, conviven con eso en lugar de hacerlo con sus madres y padres!

—No, no, no, no, escuchaste mal, yo sólo dije que escuchaban la voz de su papá. 

—¿Por qué rayos inventarían algo así? —cuestioné con exasperación. 

—Pues mira, ya sabes que esos inventos vienen del gringous. Lo diseñó y desarrollo una empresa cuyos socios eran millonarios, supuestamente, preocupados por pasar tanto tiempo lejos de las crías. 

Hice una mueca de asco y Dana soltó una risita. 

—Y ¿entonces?

—Entonces diseñaron esos dispositivos, grabaron respuestas comunes a preguntas que les harían sus hijos, y cada que pasaban tiempo lejos los reemplazaba esa cosa. 

—Me parece muy inhumano —me quedé en silencio unos segundos—. Oye Dana, ¿y por qué no hay versión mujer de esa cosa? 

—Mon, aquí tu eres la feminista, ¿por qué crees que sea? —respondió con un tono de sarcasmo. 

Seguimos caminando y chocando con algunos transeúntes apresurados, mientras la cabeza se me llenaba de tantas preguntas. Me sentía como niña de cinco años intentando comprender lo desconocido. 

—Oye, Dana, pero ¿cómo fue que esos inventos de señoros ricos acabaron en un lugar como Tepiyork? 

—Capitalismo, nena —las dos reímos un poco—. Pues ya que no sabes nada al respecto, voy a intentar resumirlo… ¡Ay!, espera, ahí está el puesto. 

Estaba absorta en tantas preguntas mientras Dana pedía cremas con nombres de lo más estrafalarios en distintos idiomas. La señora del puesto rellenaba los envases y le platicaba sobre el más reciente lanzamiento de tal o cual marca. Mientras tanto yo me impacientaba por acabar con eso y que me siguiera contando qué onda con los padres sustitutos. 

Cuando acabó sus compras Dana se quitó el cabello de la cara y entrelazó mi brazo con el suyo muy despreocupadamente. 

—¿Y luego? —solté de pronto, desesperada. 

—¿Y luego qué? ¡Ah, sí! Pues, ¿en qué me quedé?

—Me ibas a explicar cómo llegaron esos dispositivos a la venta en Tepiyork.

—Ah, pues estos señores ricos patentaron la idea y una empresa llamada Novo Tech decidió comercializar a otros empresarios y señores importantes la idea de tener un sustituto en casa cuando ellos estaban lejos. Al parecer, al principio el invento no tuvo tanto éxito porque, realmente, ¿a qué padre le preocupa no estar cerca de sus hijos e hijas? 

—Pero si los millonarios no los compraron, ¿cómo llegó a la gente común?

—El boom de los i-father P4P4 sucedió cuando se convirtieron en una solución en divorcios y separaciones. 

—¿Cómo?

—Hubo un caso muy sonado… ¡Ah! El de Liz Carmechian y su exesposo Oeste.

—¿Quiénes? 

—¡Ash, Mon! —dijo con exasperación—. Bueno, unos famosos. 

—¿Qué pasó con ellos? 

—Liz Carmeshian pedía que el exesposo pasará tiempo con sus siete hijos, pero Oeste alegó que estaba muy ocupado con sus giras, porque es rapero. Entonces uno de sus abogados planteó la posibilidad de sustituir el tiempo que, obligatoriamente, tenía que pasar Oeste con sus hijos usando el i-father. 

—Ay, no —solté mientras se me revolvía el estómago. 

—Ajá. Fue cuestión de tiempo para volverlos populares. 

—¿En tu despacho ha habido casos donde usan el padre sustituto? 

—¡Muchísimos! Muy pocos padres luchan por custodias completas y evitan dar manutenciones. 

—¿Y cómo funciona? 

—Depende. Hay madres que sólo exigen manutención, pero hay muchas otras que quieren que los padres también se hagan cargo de la crianza, ¡qué mejor solución que un dispositivo que haga lo que ellos no están dispuestos a hacer!

En el camino había cada vez más puestos donde se anunciaban los padres sustitutos o i-father P4P4, muchos hombres se acercaban, pero también muchas mujeres. Yo observaba con curiosidad, pero a la vez me parecía insólito, al pasar frente a un puesto, alcancé a escuchar que el vendedor le explicaba algo a una mujer.  

Con este modelo, güerita, se le puede prender la cámara, tons ven al chamaco en tiempo real. También tiene micrófonos pa’ que hablen con ellos. Le alcanza para una actualización y hasta le manda archivos al ñor con cosas importantes de los chamacos, ¿cómo ve?

—¿Ves? —soltó Dana—. Los padres ya hacen lo mínimo y esto sólo se los facilita.

Dana seguía andando por los puestos despreocupadamente, ya sin seguir el hilo del descubrimiento que se me acababa de revelar, pero yo tenía más dudas. 

—Oye, Dana, ¿pero es justo que se usen esas cosas? 

—Si te refieres a si es ético… definitivamente no, pero la ley ya lo admite.

—¿Y las madres aceptan esa solución? 

—Varias. Algunas creían que era mejor que nada; otras lo dudaban, pero intentaron integrar estas cosas a sus vidas y unas definitivamente preferían que sus hijas o hijos no tuvieran contacto con el aparato, ni con los padres biológicos.

—Cómo esa cosa podría reemplazar a un padre —pregunté más para mí.

—Te sorprendería conocer el número de casos de niños que presentan el i-father como su padre real. He escuchado de niñas que abrazan al aparato cada que escuchan la voz de su papá. 

—¡Qué tristeza! Y ahora los venden como si fueran juguetes o celulares. 

—Mmm… estos que venden aquí son i-father piratas. 

—¿Cómo? 

—Ven. Vamos a alejarnos de acá porque si nos escuchan estos tipos, nos van a mirar feo —Dana empezó a bajar la voz, casi a un susurro—. Las madres que se quedaron con los i-father después de un año o menos quisieron deshacerse de los aparatos y demandaron a la compañía porque sus cámaras se mantenían encendidas y vigilaban a los niños en todo momento —yo solté un pequeño grito—. Ajá, en toooodo momento. Luego, se supo que el sistema era vulnerable y hackers tenían acceso al dispositivo. 

—¡Qué peligroso!, ¿por qué los venden como si nada? 

—Mon, la clase obrera es el receptor de todas las tecnologías basura por imposición y porque no hay forma de cuestionarlas. 

—¿Por qué una mujer compraría algo así para sus hijos? 

—Por desesperación Mon, es triste, pero pasa. Aunque el rumor más reciente es que después de tantos hackeos los dispositivos quedan algo inservibles… Bueno, no es tan diferente a los padres reales, ¿no? —soltó una carcajada. 

Yo quise unirme a la risa, pero sentí un retortijón fuerte en el estómago y me sentí mareada. 

—¿Quieres ir a comer? —me preguntó Dana—.  Yo muero de hambre. 

—Sí —dije débilmente.  

—Hablando de papás, ¿cómo está tu papá? Hace mucho que no lo veo. 

Daniela Caballero. Nací y crecí en el norte de la Ciudad de México en 1990. Soy mujer, feminista y lectora. Estudié comunicación social en la UAM-Xochimilco. He colaborado desde hace ocho años en agencias de marketing digital y organizaciones civiles creando contenido. Soy adicta al chocolate y al sabor dulce de la comida porque la vida ya es muy amarga.

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