Mi hora favorita del día era el ocaso, cuando el cielo, atiborrado de rojos y naranjas, le brindaba un tono dorado a mis piernas. Yen me preguntó si tenía frío, pero yo contemplaba la iridiscencia en las nubes, recostada con los brazos detrás de mi nuca, sobre el pasto que me refrescaba la espalda.
Se acurrucó más conmigo y descansó su barbilla en el vello de mi axila, para después dar un beso en lo más profundo del pozo de mi brazo, seguido de un “me encantas”. Nuestros hijos corrían cerca del lago, con sus cabelleras largas contra el viento como crines salvajes. Nos levantamos para volver a casa luego de un día en el campo. A cada paso elástico de los niños, los chapoteos que salpicaban de tierra sus frescas pieles hacían eco con las sacudidas de nuestras carnes adultas; los muslos y pechos míos; el bajo vientre suyo, cada parte de nuestros cuerpos llenos de vida acariciados por el viento de la tarde.
Después de cenar, fui a casa de mi vecina para ayudarle a colocar una palma en el techo de su choza. Mientras atábamos las hojas para cubrir una fisura, noté que ella se había trenzado el cabello en dos secciones y estas resbalaban más allá de su ombligo, como dos serpientes albinas buscando refugio en esa blanca y cercana espesura.
Bebimos té, sentadas en el suelo de palma, hasta que ella rompió el silencio para sacudir sus hombros con molestia, mientras yo veía el sube y baja de sus pechos milenarios que habían alimentado a toda una generación.
—Araka, mi niña, esta mañana empezó un cosquilleo en mi cuello, que de la nada comenzó a descender, el lentigo me ha dejado tantas marcas en la espalda que me cuesta distinguir si hay una nueva, pero ciertamente nunca tuve un ardor como este. Hoy, al leer la suerte, me ha parecido vaticinar una desgracia.
Me levanté para revisar su espalda. En medio de los omóplatos, a la altura del corazón, había una mancha en forma de triángulo, rodeada de tantas pecas y lunares como si en vez de piel, estuviera ante mí el mapa del universo.
—¿Qué significa el triángulo, Mada? —dije al fin sin poder ocultar mi asombro.
—Puede ser el monte, arriba o un hombre, incluso los tres… valdría la pena que vigilaras, yo sé que tienes familia, pero no por eso dejas de ser una centinela.
Yen no estuvo de acuerdo, dijo que podría ser peligroso y que pensara en nuestros hijos, le respondí que se fuera a trabajar y que los llevara a la comuna. Accedió de mala gana, se acercó a mí y me abrazó con tanta fuerza que parecíamos un solo cuerpo bajo el velo negro de mi cabellera silvestre, que ocultaba la duración de nuestros besos. “Te amo”.
Llevé todas mis armas: en las manos, lanza de metal y hacha de jade; en el hombro, honda, arco y flechas. Anduve sobre terracería y maleza, hasta que llegué a las faldas del monte. Arriba, había una criatura desconocida: parecía una campanilla gigante, con una corola de pétalos negros que colgaban debajo de su cabeza. Más abajo, se ajustaba su silueta como si fuera un tallo seco al que se le ha acabado el verdor. Sobre la hierba, llevaba algo similar a dos cascos; pesadas y marrones patas. Tuve la impresión de que podría ser un enorme murciélago, con dos alas oscuras y lisas que ocultaban ante mí su cuerpo verdadero, y con pesuñas gruesas, cubiertas de un cuero similar al de las vacas. Apunté mi lanza hacia “eso” mientras me acercaba a mi enemigo.
Alto como Yen, hondeó ante mí sus alas sin plumas y descubrió su figura, similar a la de mi compañero, pero de un tono oscuro como bestia de la montaña. Llevó las manos a su cuello y soltó esa corola negra, como si ante mis ojos, estuviera mudando de piel.
—¿No tienes frío?
Me ofreció lo que se había quitado, mas sus extraños gruñidos no me parecían amistosos en un ser que se despellejaba por partes ante mis ojos.
—¿Qué diablos es este lugar?
Pese al color de sus extrañas ¿plumas?, ¿pétalos?, parecía ser un hombre. Me dio la espalda y siguió hablando, sacudiendo aquella piel ante mí.
—Necesito ajustar el idioma del traductor.
No me pareció que estuviera asustado y evitaba hacer contacto visual, mientras no dejaba de presentarme aquello. Lo apunté con una flecha y levantó las manos hacia mí en señal de rendición.
—No quiero ser grosero, pero por favor, cúbrete hasta que podamos comunicarnos.
Sus mejillas estaban enrojecidas como duraznos maduros. Ese gesto me pareció desconocido, su rostro ruborizado, me sugirió enfermedad y una fiebre alta.
—¿Quién eres y de dónde vienes?, soy Araka, guardiana del lado oeste de Trevén. Si has llegado hasta acá, tendré que matarte.
Tensé la cuerda, un pitido escapó de su muñeca y solté la flecha que se le incrustó en el pecho, él gritó, pero no se desplomó.
Lengua desconocida, no hay coincidencias. Lengua desconocida, no hay coincidencias. Lengua desconocida, no hay coincidencias.
—Porquería.
Él se llevó las manos al pecho y sacó la flecha sin rastro de sangre.
—Tranquila, yo no vengo a hacerte daño, y gracias, acabas de hacerle un hoyo a mi protector beta, y yo que pensé, era a prueba de balas, qué bueno que apenas era el prototipo, aunque…
Le siguieron más flechas, tantas que atravesarían los despojos de su cuerpo hasta incrustarse en el suelo y lo volverían alimento para los animales, aunque la falta de temor en su semblante no dejaba de intrigarme, por lo que preferí mantener intacto su rostro mientras lanzaba de alaridos.
—Me lleva —dijo mientras se llevó las manos al pecho.
Fue descendiendo su mano derecha mientras su piel oscura se abría a la mitad como si acabara de romper su crisálida y un nuevo ser se revelara ante mis ojos. De par en par, cayeron capas negras, se oyó un tintineo de metales y desprendió también los cascos de sus patas.
—Mi traje está arruinado, bonita expedición, dijeron. Que el diseñador se una a la misión por una vez en su vida, y ahora, a nada de morir a manos de una guerrera desnuda. Estamos iguales, ¿ya?, pégame con esa hacha y hazme el favor de una vez por todas.
Un hombre ataviado de bestia, un hombre que engañaba a la naturaleza pretendiendo tomar como suyo la imagen de plantas y animales. Cobarde e inútil criatura, incapaz de hacerse cargo de sí mismo sin su disfraz: su piel traslúcida, blanquecina y delicada, pese a ser adulto; de pies y manos suaves, donde lo más cercano a la hombría era el vello de sus piernas y pecho.
Bajé mi lanza y me acerqué hacia él, quien se sentó en el suelo y se abrazó las rodillas, ajeno a mí.
—Si mi traje más nuevo falló, seguro los del escuadrón también, si mueren todos por mi culpa, ¿qué sentido tiene volver? El portal me trajo aquí, o tal vez “alguien” me arrojó a estas coordenadas desconocidas.
Toqué los cascos marrones, no se sentían duros ni peludos, sino suaves y firmes, introduje mi pie y sentí cómo ese objeto se adaptó a mi planta, mis dedos estaban cubiertos, cómodos y cálidos, tomé el otro, que también se adecuó a mi pisada. No se sentían los guijarros ni rocas, mis pasos eran delicados como si anduviera sobre el pasto. Tomé la crisálida negra, tenía un mecanismo de metal que subía y bajaba para ajustarse al cuerpo. El tacto era suave como los besos de Yen en mis muslos, en una extraña caricia que recorría mis piernas y vientre. Se tensaron los músculos de mis pechos, que se sujetaron a esa segunda piel con una firmeza tal cual como si los sostuviera en mis manos. Corrí y no hubo ninguna sacudida de carne, mi cuerpo estaba contenido en una envoltura suave, como la cáscara elástica que envuelve la pulpa de las frutas.
—Qué loco, nunca vi a alguien tan feliz de llevar mis prendas.
Tomé la corola de pétalos y la puse sobre mi cabeza.
—Es una capa, no un velo.
—¿Kappa?
Coincidencia fónica. /ˈka.pa/ [ˈka.pa]= Kappa=Cappa=Capa
—A buena hora sirves, porquería.
Busqué el origen de esa extraña voz y la destrocé con un hachazo. Me gustaba la kappa, era ligera, pese a ser oscura, cálida y reconfortante como descansar entre las vacas. Tocara donde tocara, la sensación de esa segunda piel era emocionante, como múltiples abrazos y susurros en mis orejas; como Yen, enredando sus dedos en mi cabello; mi cuerpo palpado en todas direcciones. Mi ser apretado por dedos invisibles; rozado por lenguas imperceptibles; tantas emociones que me encendían; mejillas rosas como las de aquel extraño; un suspiro como aquellos que se me escapaban con Yen, a solas en nuestro lecho. Me despojé de todo, excepto de la kappa, que me dejé, como había visto en el viajero, sobre los hombros, sostenida desde mi cuello hasta mis pies. A la ligereza de mis movimientos, la kappa se expandía como pétalos negros que se abrían en el tallo de mi figura. Flor humana, aromática, fresca y húmeda.
—Te ha gustado mucho, ¿eh? —dijo él para luego volver a desviar la mirada.
El ocaso se aproximaba, pero no quería volver aún, pues tendría que dejar la kappa y había imaginado ya tantas formas de usarla: sobre el suelo para dormir, resguardando la salud de Mada para que no se enfriara, o sobre Yen y yo, en el momento en que los dos…
—¡Araka! —vi a Yen, aproximarse a mí con desesperación, como en sus días de guardia en el lado norte de Trevén. Notó al extraño sentado al lado de sus objetos y rodeado de las flechas que le había lanzado. Hacha en mano, Yen corría hacia el intruso, por ese ridículo instinto que tienen los hombres de hacerse los héroes.
—Dios mío, ¡qué pedazo de hombre tan guapo! —dijo el extraño, antes de caer al suelo por un golpe seco, del cual ya no se levantó.
Me aproximé a mi compañero, con la kappa que se sacudía al compás de mis pasos. Yen me observó, con ese mismo extraño rubor en sus mejillas ante lo desconocido; quiso haberse disculpado por su arrebato, por su impaciencia y por haber interferido en mi misión, pero todo eso quedó atrás por el fuego que se encendía hasta su mirada. Me cerré la kappa, y entre tanto negro solo se distinguía mi rostro. Deseosos, nos quedamos otro tanto en el monte, un poco más arriba de donde un hombre yacía muerto en un fallido triángulo amoroso.

Carmen Macedo Odilón. Soy bibliotecóloga, hispanista en formación y creadora literaria. He publicado en Editorial Escalante, IV antología de cuento de Escritoras Mexicanas; Ágora (Colmex); Palabrijes (UACM); Acuarela humanística (UAEM); Punto de partida (UNAM); Zompantle; Nocturnario; La Coyolxauhqui; Retruécano; Subversivas; Lunáticas; Especulativas; Cuentística; Red Universitaria de Mujeres Escritoras; Clan de letras Elementum; Círculo literario de mujeres, Cósmica fanzine; Espejo humeante, etc. Huidiza y loca de los gatos.