Yuri Bautista: El artefacto

Todas contamos historias similares: al despertar de una siesta en nuestro sillón de comando, lo vimos, era una esfera plateada del tamaño de una pelota de golf brillando, uniforme y con frenesí, frente a la cabina de nuestra cápsula espacial. Las que nos dedicamos a la recolección de datos somos flechas solitarias, recorremos grandes extensiones almacenando la información recabada a la cual damos orden y soltamos de nuevo. Eventualmente nos encontramos con objetos extraordinarios.

Pasé un largo tiempo contemplándolo, fue como observar un ojo blanco y profundo. Hice un escaneo para detectar su composición y descarté que fuera un envío de datos, su composición era más semejante a la de un astro que a una creación premeditada, no obstante, la uniformidad metálica con milimétricos orificios perfectamente geométricos, además de tener ínfimos y delicados grabados, me hizo entender que, efectivamente, era un artilugio y que, por lo tanto, su presencia no era fortuita, algo o alguien lo había enviado.

Guardaba algo en su interior: agua. Después comenzó a parpadear, no pude identificar el código de comunicación al que se apegaba, no en ese primer encuentro. Luego desapareció. Hice anotaciones generales en la bitácora de viaje y no le tomé importancia.

***

¿Cómo sobrevivir al encierro, a la desesperación? ¿Cómo no fundirse con el entorno? ¿Volando cada vez más lejos? Hay algo en las distancias transitadas que engrandece. Me digo: “Soy una estrella”. Lo pienso dos veces: “No, soy una galaxia”. Si soy una galaxia, ¿por qué tendría que tener miedo? Nadie más que nosotras, botellas lanzadas al espacio, ha contemplado sus fronteras porque con cada nueva ruta a lo desconocido, lo extendemos, lo dotamos de majestuosidad. ¿Por qué deberíamos tener miedo si somos la causa de su magnitud? Nuestro espacio vital es de once metros cúbicos; lo que nuestra mente engulle no tiene límites.

A veces tengo pesadillas donde algo más inmenso que el entendimiento se yergue y me deja disminuida. Otras veces las pesadillas se encienden en la vigilia, entonces golpeo con los puños el cascarón de la cápsula, que es mi planeta, mi casa encantada, mi celda. Gritar con furia no siempre funciona para someter a la bestia que vive dentro de mí, pero evita que sucumba. Cuando una de nosotras muere, su cápsula se convierte en crematorio.

El miedo que me hiere no impide que llegue más lejos. Sé que por eso de alguna forma incomprensible la esfera entró a la cápsula. La vi suspendida a varios palmos por debajo del techo como un foco, su luz me embriagó y eso fue suficiente para hacerme caer rendida y flotar. Había cerrado los ojos, su brillo estremecedor permaneció en el centro de mi mente y después en el de mi cuerpo donde mi vulva palpitaba igual que un corazón.

¿Qué era esa luz líquida? Quise que permaneciera y se quedó. Su incandescencia fue corriente en la cual me zambullí. Seguí flotando, luego entreabrí los ojos: millones de gotas lumínicas rodeaban mi oscuridad como estrellas en el firmamento. Tintineaban. Pronto me atravesaron, escudriñando, y se arremolinaron en mis sumideros. Un burbujeo comenzó a agitarse. Mi carne se hinchó. Canales se deslizaron a mis costados: fui fuente, después cascada, luego mar.

Fue entonces que la vi. Sé bien que la vi porque todas lo hicimos: una única e ínfima gota lumínica suspendida en el espacio, pero no en este espacio universal, sino otro, uno intacto, vacío. Fue ahí donde descubrimos que las esferas metálicas que nos habían encontrado eran artefactos de teletransportación hacia un cosmos apenas naciente. La gota era la semilla y nos encontramos girando a su alrededor. Ahora, nosotras, éramos estrellas en el firmamento envolviendo con nuestra fuerza su núcleo y, al hacerlo, su fulgor crecía con pétalos carnosos sin dejar de hipnotizarnos, era igual que un embrujo o una hoguera.

¿Qué es el mar? No hay mar que exista desde la Gran Catástrofe, pero nosotras tuvimos el mar cuando la gota germinó y nos envolvió en el suyo. Fuimos mares interminables que se impulsan, que toman fuerza, que apaciguan el paso para percibir las delicadas hebras de espuma y lograr más empuje después. Un universo acuoso se desbordó hacia nuestros abismales adentros. Caímos en un bucle infinito riendo como niñas escurriéndose en un tobogán. Olas entraron por nuestras aberturas una y otra vez. Fuimos un firmamento de pelvis remando las corrientes en una danza espacial que concluyó en un estallido.

Yuri Bautista. (Morelia, Mich, 7 de mayo de 1986) Escritora, tallerista y profesora. Cursé la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas (HMSNH). He publicado en antologías impresas y digitales como Raíces a una voz: Antología literaria FiliT 2020 (Silla Vacía, 2020), Inoportunas: Antología de cuentos I (Atrabancadas, 2021) y Antología: Mamá (Especulativas, 2021).

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