Erika Castillo: La maldición

“En un mundo donde existe el tiempo, nada puede volver atrás”

Haruki Murakami

 

Todo empezó hace siglos, yo era una joven que habitaba en las afueras de un poblado, en la cabaña que había construido mi abuelo. Llegué allí cuando tenía tres años, mis padres cayeron víctimas de una rara enfermedad, la que hoy se conoce como peste negra. Mi abuela me abrazó, me acogió en su casa y también en su corazón. Ella junto con mi abuelo vivían alejados de todo movimiento que habitaba en el pueblo, allá sólo se iba a hacer trueques por las cosas que no podíamos procurarnos nosotros mismos. No me gustaba ir allá porque las personas murmuraban siempre que nos veían pasar, no entendía por qué y mi abuela decía que después me lo explicaría. Algunas personas venían a pedir la ayuda de mi abuela cuando enfermaban o necesitaban de algún consejo. Ella nunca negó su compañía o sus conocimientos a quien lo pidió, sin embargo, la gente del pueblo le llamaba “La bruja”. No entendía por qué la llamaban así; crecí observando a mi abuela mezclar plantas medicinales y dárselas a quien de dolor llegaba arrastrándose a nuestra puerta. Para mí esto era bondad, no brujería.

Mi abuela me enseñó cómo preparaba sus pociones, me transmitió sus conocimientos entre tardes de costura y lavandería junto al río. Aprendí a ser bruja, su sabiduría y la de todas las mujeres de nuestro linaje pasó a ser mi legado, mi privilegio. Cuando ella falleció su misión de vida la hice mía, también fueron míos los apodos y las miradas crueles que ella recibía. Mi abuelo siempre cuidó de nosotras, pero cuando él faltó, me encontré sola en la cabaña rodeada de recuerdos y escritos que mi abuela realizó durante su vida. Este fue mi mundo hasta ese fatídico día.

Me levanté con el alba para ir a recolectar hierbas a la orilla del arroyo, siempre me gustó ver nacer el sol; cuando regresaba a casa un hombre me encontró y me suplicó que le acompañara, su hijo estaba muy enfermo. Sin dudar lo seguí. Al ver el rostro del niño inmediatamente supe que no podría hacer nada, miré a su padre y le dije:

—Mi ayuda es en vano en este momento.

—¡Maldita bruja! Si no lo curas te quemaré viva—, dijo él con los ojos desorbitados por el dolor de saber que perdería a su hijo.

Me senté a la orilla de la cama y tomé la mano del pequeño, le miré con dulzura para acompañar su tránsito hacia la nueva vida, mientras oraba como mi abuela me enseñó. Y así tomados de la mano él cruzó hacia la nueva existencia. No había más por hacer.

Su padre no soportó la pérdida, me golpeó con algo que me hizo perder el conocimiento. Cuando desperté estaba en el centro de una hoguera, el humo empezaba a elevarse. El padre del niño incitaba a los pueblerinos con mentiras acerca de mis acciones; el miedo nubló su juicio, así como el humo nubló mi conciencia. Al morir escuché una voz:

—Quedarás maldita por todos los tiempos, no encontrarás la paz…

El espíritu de mi abuela me recibió, pude sentir el calor de su amor, me dijo que no estaba sola que mis hermanas me ayudarían a recomponer mi destino.

Días después de mi muerte, varias mujeres del pueblo fueron al arroyo donde caminaba por las mañanas y bajo los colores del alba le entregaron al agua flores blancas y amarillas. Lloraron mi muerte como propia. Nada en el mundo evitaba que pudieran enfrentar mi destino; la ignorancia aconsejaba las mentes e invitaba al miedo a cerrar la puerta a quien vivía de manera diferente.

Se me dio la oportunidad de una vida distinta, las mujeres empezaban a hacer uso de su voz gracias a las sufragistas que apenas unos años atrás se habían entregado luchando por la igualdad. Mi existencia fue buena hasta que conocí a Ángel. Siempre me decía que me amaba, pero cuando bebía sus manos encontraban en mi cuerpo la manera perfecta de descargar su ira. Al día siguiente me prometía no volverlo a hacer. Nunca cumplió su promesa. Una noche sus golpes me llevaron de nuevo con la muerte. Las chicas que vivían en el mismo edificio que yo, hicieron una protesta silenciosa por las calles, llevaban velas con flores blancas y amarillas. Lloraban mi muerte mientras pedían justicia. Nunca pudieron encontrarla.

Mi abuela me recibió de vuelta en su regazo, me ayudó a entender mi experiencia de vida. Nada se pierde, somos el aprendizaje que heredamos a nuestros descendientes.

He vuelto a vivir, ahora soy una mujer independiente, mi trabajo me da la libertad para buscar mis sueños. Cada día en mi teléfono veo reportes de mujeres que desaparecen; ellas son mis hermanas de vida.

Una noche fui a divertirme con mis amigas para liberarme de las ataduras de la monotonía.

—¿Tienes tu gas pimienta?—, preguntó Zoraida al despedirnos.

Se lo mostré mientras la abrazaba.

Caminé de prisa, aunque la calle estaba iluminada no me sentía protegida. De pronto unos tipos me agarraron por la espalda y a base de golpes me doblegaron mientras abusaban de mí. Me dejaron tirada a orillas de la ciudad.

Una vez más mis hermanas salieron a buscarme; esas mujeres que nunca conocí pero que mi rostro les era familiar y mi historia el reflejo de la que experimentaban diariamente. Caminaron por las calles con carteles pidiendo justicia, hicieron un memorial con flores blancas y amarillas. No hubo respuesta.

En cada tiempo de mi existencia ellas hablaron por mí cuando mi voz fue arrebatada.

Estoy condenada a repetir la misma historia hasta el fin de los días, con diferentes rostros, bajo distintos amaneceres. Pero no estoy sola, sé que mis hermanas estarán conmigo para ayudarme a cargar con esta maldición. Gracias a ellas vivo y mi muerte nunca es en vano. Hermanas que luchan desde sus trincheras, las que me dan justicia cuando el mundo la niega.

Soy Erika Castillo, desde pequeña he tenido una pasión por la lectura que sólo ha ido creciendo con el tiempo. Las letras me han acompañado desde que tengo uso de razón y he tenido la fortuna de ver algunos de mis escritos publicados. El ser madre me hizo darme cuenta que mis letras tenían un nuevo destino más allá de los cuentos de hadas. Ahora, desde mi casa en Chihuahua México, cada día escribo para dejarle un mensaje de vida a mi niña.

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