Se despertó en medio del campo, con el sol de la tarde dando directamente en sus ojos, con el olor de la hierba recién cortada adhiriéndose a su piel morena a través de la ropa.
Aquella tarde únicamente había acudido al riachuelo a refrescarse del calor de la canícula, ¿en qué momento se había quedado dormida en aquel prado?
Bueno, poco importaba ponerse a pensar en cuestiones como esas en ese momento.
Tanya levantó su cuerpo de manera perezosa, estirando los brazos y las piernas antes de ponerse completamente de pie.
Ya era muy tarde, era momento de volver a casa antes de que oscureciera aún más y se le dificultara recorrer el camino.
Caminó un par de minutos, completamente segura de que en aquella vereda encontraría la forma de regresar a su casa.
Mientras caminaba, no pudo evitar notar la belleza de las plantas. Nunca antes se había puesto a pensar en eso, pero era cautivante observar la vegetación de aquella zona, de aquel bosque tropical coronado por las palmeras que lucían dobladas debido al fuerte calor del día.
Caminó por más tiempo en el prado, pero aún así, todavía no lograba encontrar su casa. Era como si sus pasos la encaminaran siempre al mismo lugar, a la orilla del mismo riachuelo que pasaba a pocos kilómetros de su casa y en cual se había zambullido para refrescarse.
Al principio le pareció que aquello solamente era una simple coincidencia, pero después de unas cuantas veces estaba segura de que eso no era normal en lo absoluto.
Comenzó a sentir que las piernas se le doblaban y que un intenso escalofrío se expandía por su espalda. Se sintió acechada por una fuerza extraña que no pertenecía a este mundo, quiso gritar pero no salían sonidos de su garganta. No podía correr, sus piernas ya no le respondían. Su rostro había adquirido un semblante que denotaba el terror que estaba sintiendo.
En ese momento, comprendió que no había nada qué hacer. Era como si aquel prado fuera un sitio de no retorno en el cual debía permanecer.
Ella, que siempre había temido quedarse indefensa, ahora estaba en esa situación.
Tanya seguía dando vueltas por aquel campo que parecía no tener fin sin saber que en verdad todo estaba en su mente, su cuerpo llevaba horas tirado y comenzaba a descomponerse cerca del mismo riachuelo en el cual uno de los amigos de su padre la había ahogado unas horas antes luego de abusar de ella sin que nadie pudiera sospechar de él.
Ella aún no lo había notado, pero jamás saldría de ahí.

Karla Hernández Jiménez. Nacida en Veracruz, Ver, México. Licenciada en Lingüística y Literatura Hispánica. Lectora por pasión y narradora por convicción, ha publicado un par de relatos en páginas y fanzines nacionales e internacionales, pero siempre con el deseo de dar a conocer más de su narrativa.
Actualmente es directora de la revista Cósmica Fanzine.
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