Primero fue el cabello, simbolizaba un rasgo atávico del cual era necesario deshacerse. Expertos cirujanos plásticos lo extrajeron de raíz. Las cabezas calvas paseaban relucientes por los Centros de Adquisiciones y Convivencia, hasta que, un buen día, a alguien se le ocurrió substituir la parte superior del cráneo por bioplástico trasparente y añadir patrones de colores activados con cada pulso cerebral. Se convirtió en el último grito de la moda.
Luego las máscaras se hicieron tendencia. Al principio no tenían tanta popularidad: entrañaban una cirugía permanente en la que el rostro original era removido para lograr un implante perfecto, pero al ver los resultados se volvieron una práctica común. Las había en todos los tonos de piel, las más claras eran las más cotizadas, y eran tan naturales que imitaban a la perfección el gesto más imperceptible, además de ser sensibles al tacto; realmente resultaba difícil apreciar la diferencia. En un par de semanas los anuncios holográficos y las redes sociales se vieron inundadas de narices y bocas perfectas, rostros sin imperfecciones y maxilares bien delineados.
El problema fueron entonces los ojos: párpados arrugados y ojerosos, miradas tristes detrás de la perfección. La solución: ojos de plasma y plástico con nervios artificiales de fibra óptica que enviaban imágenes tridimensionales. Los ojos desechados se usaron en objetos de decoración vintage que alcanzaron costos exorbitantes en las subastas de los Centros de Diversión Sensorial.
¿Qué hacer por los cuerpos? Pese a los avances científicos y genéticos aún eran de todas las formas y tamaños, pero gracias a los biogenetistas y a los ingenieros de Energías Aplicadas, se logró obtener energía a base de grasa humana. Fue algo revolucionario. Los Centros de Drenado Corporal trabajaban día y noche, hasta que la mayoría de los hombres y mujeres lucieron etéreos y quebradizos.
Había tranquilidad y hermosura por doquier, aunque algunas mañanas los Infomerciales holográficos eran hackeados y había pintas subversivas en los pulcros rascacielos, por parte de los militantes de Derecho a la Diversidad y del colectivo No a la Pérdida de Identidad. Otras, amanecían cuerpos con mutilaciones y los rostros horriblemente desfigurados a las afueras de la ciudad. Las naves recolectoras de desechos los trituraban para llevarlos a los tiraderos del Desierto del Golfo de México.
A veces la madrugada era quebrada por un grito de angustia; los servicios de emergencia aparecían de inmediato y los miedos y remordimientos eran trasladados a los Centros de Disociación y Reacondicionamiento Psicológico. No importaba; todos eran conscientes del precio que había que pagar por la belleza.

Ma. Azucena Robledo Lara. León Azul y a veces Acheronta Movebo. Nací un lluvioso domingo de agosto en Toluca, Estado de México. Estudié Música un par de años, Teatro un semestre, pero como tenía que concluir algo me decidí por Lenguas; además soy cofundadora y codirectora de la Compañía de Títeres y Marionetas Titerefué Metepec.
Me han publicado relatos en algunas antologías: “Retratos de la soledad” Ed. Trajín, México; “Llama de amor viva” Ed. Norte/Sur, México; “Microcuentos de terror en épocas del Coronavirus” Red de Escritores y Escénicas, Potosí, Bolivia; “Miscelánea literaria mundial –Agua vital” Red de Escritores y Escénicas, Potosí, Bolivia y “Mujeres vampiros” Ed. Gato Descalzo, Perú (próxima a editarse en ebook y en físico).
FB: MaRob Azul / Twitter: @MazucenaL