…la Justicia, tal como aparece en nuestra tradición y en el Tarot, es una mujer, y estos temas de conciencia caen en los dominios tradicionales de la mujer, que son los del sentimiento.
—Sallie Nichols, en Jung y el Tarot—
Equilibrio y perfección. Un ocho acostado, infinito, símbolo del recorrido cíclico. Ninguna vuelta es igual a otra, la curva y el retorno, hacia adelante, nuevamente. La gitana te enseña la carta, tus ojos se vinculan con la balanza, y la espada. Doble cuatro, doble cuadrado, estabilidad en el mundo material y espiritual.
—La perfección no es sinónimo de simetría— te dice doña Charo, la gitana.
—¿Me amará tanto como yo…?
—Entiende que el equilibrio nace de tu centro, el otro no existe si no existes tú, es decir, a partir de tu conciencia la realidad y la creación. — te interrumpe la sabia.
—¿Y qué sucede con la reciprocidad?
—Mira bien la carta, recuerda la sabiduría ancestral, más de cinco siglos acompañan está imagen.
—Siglos de cultura patriarcal.
—Todas y todos nos hemos construido desigualmente en esta raíz sistémica, más allá de eso perdura una sabiduría oculta, fíjate en la carta, es una mujer; recuerda que la luna no siempre está llena, hay ciclos, hay lluvia con tormentas y hay el sol que penetra bajo las ropas hasta achicharrarte la piel.
Observas la carta, una de las columnas que flanquean el trono de la justicia es más pequeño que el otro, su balanza no es simétrica, tampoco sus ropas. Te angustia el no poder ver sus pies, parecen enterrados en la tierra, enraizados o firmes. La mirada del personaje en la carta taladra tus deseos, los perfora, aparece oscuridad donde pensabas que había luz. Te inquieta esa espada columpiada discretamente hacia la derecha, dejando entrever la no rectitud, la falta de noventa grados con la columna de la izquierda de la figura. El codo derecho sobresale empujando el platillo de ese lado, mientras que la balanza zurda sobrepuesta parece empujar la rodilla del mismo costado.
—La justicia no es perfecta, es exacta, es justa.
—Doña Charo, no entiendo, si yo le di todo, puse todo en esa relación…
La gitana ha vuelta a uno de sus anillos con una piedra amatista, se enfoca en el giro completo. Sabes que te escucha, no te dice ni una palabra. Te señala nuevamente la carta con la amatista visible. Entras en esa meditación que te propone. Observas, aparentemente ciega por fuera, entras esclarecida con la candela de tus entrañas. Sientes el dolor que te causo la separación, y sientes que en parte fue la fantasía la causante de ese daño. Diste ‘todo’ sin tener en cuenta que el día no es sin la noche. Bola de fuego, la estrella de la galaxia brilla sin cesar en un inmenso mar de oscuridad. Dar y recibir, es la armonía.
Empiezas a sentir cómo tus lágrimas se van derramando, mientras el personaje de la carta empieza a contarte de la dinámica perfectible. Desigualdad e inestabilidad, suceden con la erupción de un volcán que a sus faldas enmarca una milpa abundante, estremece, renacerá; lo mismo sucede entre los ciclos de invierno a otoño. Caen los copos de nieve, los pétalos de las rosas, los frutos del árbol, las hojas ocres y tus creencias del amor romántico. La gitana en silencio se hace carne en la imagen, te sientes embriagada por sus ojos, te fundes en su mirada.
Crees que extiende su mano, pero no. La justicia entra con su estoque, directa y de frente a tu pecho. Te traspasa, te parte, rompe a machetazo limpio aquello que creías indestructible. La pareja perfecta, esa imagen se desvanece, te duele y te hace llaga. Encontrarte frontal a la revelación es una herida, con inevitable cicatriz.
En un momento, de posible lucidez, contemplas tus manos. Ninguno de tus dedos es igual a otro, observas las líneas de las palmas, te asombran esos surcos accidentados, la uña de un pulgar parece más cuadrada que la otra. Un chasquido de índice y pulgar te hacen volver a la carta de la justicia, convertida en espejo.
—Soy el Arcano número ocho—, su voz o tu voz, mientras tu intestino delgado hace sinfonía, crujido, con la nota silenciosa de tu intestino grueso. El reflejo te dice que no hay vida sin muerte y en nuestro mundo no hay cielo sin tierra.
“Yo soy el prohibir, yo soy el autorizar. Yo soy quien permite, yo soy quien pone límites. Soy quien acepta y soy quien rechaza. Yo soy la materia, soy el espíritu. Soy el Yin y soy el Yang. Soy el conocimiento y soy la ignorancia. Soy los ojos abiertos y soy la ceguera. Yo soy la acción y la reacción…” La carta prosigue como un rezo, te muestra el lado oscuro de la luna, así como su lado luminoso.
—Tú eres el sí, y eres el no—, remata.
Sobresalto. La luz se apaga, la oscuridad se enciende. La luz se para, la oscuridad se siente. Te sientas, nuevamente en la poltrona. Se abre la puerta por el lado derecho de la salita, tu corazón bombea como siempre del lado izquierdo. La gitana no está en la habitación. Una joven mujer entra por la puerta. Te mira un poco nerviosa, y se sienta frente a ti.
—Doña Charo…—, te nombra.

Entre la selva y el mar, Linda Acosta nació en Villahermosa. Cosmopolita, nómada. Socióloga por la UAM-Xochimilco, Máster en Relaciones internacionales por la URJC-Madrid. Cursando el posgrado de Escrituras con FLACSO-Argentina. Vivió 18 años en Madrid, reside en Inglaterra. Viajera, sorora, ecologista, anarquista, cocinera, taróloga, amante del arte y de la naturaleza. Escribe para viajar entre mundos. Comparte por libre elección y responsabilidad.