Belem Eslava: Pasarela de abordaje

Mi trabajo de ventas de máquinas de rayo láser me obliga a viajar constantemente. Por lo menos tres de las cuatro semanas del mes debo estar fuera, no me quejo, elegí esta profesión para poder conocer el mundo. No soy la única que viaja así, toda persona que vende algo sabe que para vender lo importante es ir a donde está la oportunidad, así que constantemente me encuentro con gente conocida en el aeropuerto y eventos sobre máquinas y láseres, sobre todo hombres, aún somos pocas mujeres haciendo este trabajo, la mayoría muy jóvenes, pues la maternidad sigue siendo castigada y muchas vendedoras deben quedarse en casa después de convertirse en madres.

Un tema que aparece de manera regular en mis conversaciones con otros viajeros es la peculiaridad de perder el sentido de la ubicación y el tiempo, cuando se viaja tanto como viajamos nosotros. Me pasa que al despertar no sé dónde estoy, qué día es o en que idioma debo decir buenos días.

En mi último viaje, E, una colega que trabaja para la competencia, me dijo, con su fuerte acento madrileño, «Coño, es que a veces siento que estoy en una vida paralela». Por un momento me distraje y me puse a pensar que he aprendido a reconocer un montón de acentos del español, pues en un mismo viaje me encuentro con gente de diferentes países, también he aprendido a empacar ligero y a pasar por la línea de inspección del aeropuerto rápidamente, y tengo una lista de  recomendaciones para comer sabroso en muchos lugares, pero sobre todo, he conocido a gente de lo más peculiar, como E, a quien cada vez que veo tiene una anécdota que contar, como lo que le pasó esa mañana: se despertó sin saber dónde estaba, asumió que en Madrid y se dirigió a preparar el desayuno y a levantar a sus hijas para la escuela, todo para descubrir que la puerta que intentaba abrir no cedía y sus hijas no respondían a sus llamados, porque claro, estábamos en Argentina y la noche anterior fuimos varios a una cena que acabó bien entrada la madrugada, el trabajo a veces lo requiere, para vender hay que ganarse la confianza de la gente y la mejor muestra de confianza es compartir el pan y el vino, a veces demasiado vino.

Podría parecer el trabajo ideal, pero la verdad es que después de un tiempo se vuelve repetitivo y solitario, he hecho algunos amigos, pero también es una jungla de competidores que pelean todos por el mismo premio y los compradores aprovechan su posición de poder para obtener favores y regalos a cambio de algún dato mínimamente interesante.

De regreso a casa, mientras me disponía a abordar el avión, recordé la anécdota de E y otras conversaciones sobre la confusión que crea viajar. Desde siempre, la pasarela que lleva al avión me ha parecido un espacio tremendamente liminal, es un puente que no lleva a ningún lugar, pero conecta la certidumbre de la tierra con las infinitas posibilidades del cielo y de nuevas geografías, cuando se viaja con amigos es un gusto caminar por ese pasillo, pero recorrerlo por trabajo es algo muy solitario, esa pasarela que lleva al avión se llena de incertidumbres, de preocupación sobre todo en estos días en que las noticias de accidentes aéreos no hacen más que aumentar.

Recordé esa sensación que a veces me atrapa al recorrer el pasillo, una especie de náusea que siempre asumí que era preocupación. ¿Si fuera otra cosa? Cómo siempre, al entrar en la pasarela, me embargó la sensación de náusea y un escozor en los ojos me obligó a cerrarlos. Decidí no resistirme y abandonarme a esa náusea, cerré los ojos y sentí que me desdoblaba por dentro. Cuando abrí los ojos percibí que el pasillo tenía una bifurcación que no había visto antes, me aventuré a entrar.

Estaba de nuevo en Argentina, en el mismo congreso del que acababa de regresar. ¿Qué clase de viaje astral era este? Dejé de cuestionarme cosas y caminé por el lugar; nadie parecía verme. Casi me desmayo cuando me vi a mí misma conversando con E, era el pasado inmediato, hacía las pocas horas de esa conversación. Decidí no resistirme a la experiencia y comencé a explorar: me puse a escuchar conversaciones privadas, me metí en las juntas secretas, leí los mensajes de los teléfonos de mi competencia, escuché muchas banalidades, pero también obtuve mucha información valiosa, precios, fechas, acuerdos. Busqué a esa gente que no me respondía el teléfono, que nunca contestaban mis correos, por fin tenía la información que me habían negado y podía usarla para cerrar ventas que me ganarían una cuantiosa comisión. Tenía ganas de gritar por la euforia, imaginando todo lo que podría ganar con esa información, quizá fue tanta emoción o quizá cuando salte de alegría algo paso, no sé, el caso es que de repente estaba frente a la puerta del avión, caí de bruces, sobre una azafata y provoqué un retraso en el despegue.

Después de ese primer viaje siguieron otros, aprendí que solo podía viajar al pasado casi inmediato, unas horas atrás en el tiempo y solo en la pasarela de abordaje, pero no me importó, las comisiones que comencé a ganar gracias a la información que podía obtener en mis viajes  de trabajo eran el mejor premio, solo estaba el inconveniente de las constantes caídas frente a la puerta del avión, mis rodillas no la pasaban bien.

Con el dinero extra pude pagar el carro, comprar un departamento y también comencé a darme algunos gustos: comidas caras, ropa de marca exclusivas, tratamientos cosméticos. Gané el premio a la mejor vendedora cada trimestre por un año y me asignaron la cuenta más importante de la empresa después de que despidieron a J. mi colega y amigo, me sentí un poco mal porque en mis viajes al pasado le robé mucha información a J, pero pensé que él hubiera hecho lo mismo… no es cierto, J no hubiera hecho eso, él fue el único que me creyó cuando informé a la empresa sobre el cliente que se quería pasar de listo.

No me di cuenta del peligro de mis viajes hasta el día en que al tomar la bifurcación en el puente de abordaje en lugar de llegar a un lugar en el pasado, entré de manera normal al avión, lo que me pareció extraño, como siempre, varios conocidos iban en la nave, nos saludamos al reconocernos y nos prometimos tomar una cerveza en Bogotá antes de ponernos formales para la Expo Láser al día siguiente.

Algo no se sentía bien, era como si estuviera en un sueño que avanzaba a toda velocidad y se detenía sin ningún orden. Escuché un grito y miré hacia afuera: la turbina del lado de mi asiento estaba en llamas, miré al otro lado, de la otra turbina también salía fuego. Comenzó a sentirse una turbulencia que abrió los compartimentos del equipaje. Aparecieron las mascarillas de oxígeno. Cerré los ojos y grité.

Cuando abrí los ojos, estaba de nuevo en la pasarela, entendí que lo que había vivido era una advertencia. M, a quien conozco de toda la vida, estaba unos metros adelante de mí, corrí desesperada a decirle que no abordara, me miró con extrañeza y me dijo que no podía cancelar su viaje. Comencé a decirle a todo el mundo lo que vi, les pedí que no abordaran, como yo era la última de la fila. En el avión ya estaban casi todos los pasajeros. Me acerqué a la puerta y le pedí a la tripulación que bajaran a los pasajeros, me amenazaron con llamar a seguridad si no tomaba mi asiento o me retiraba, forcejee con una de las sobrecargos y entré al avión, grité e imploré que bajaran, algunas personas comenzaron a grabarme y a tomar fotos, pero nadie bajo del avión y la policía del aeropuerto me saco a rastras de la nave.

         Después de pagar una multa y pasar un largo rato en custodia, me dejaron ir, pero no pude llegar muy lejos. Permanecí en un café por horas, scroleando en redes las noticias del accidente: nadie sobrevivió y el dato curioso fue que en ese viaje iban muchos asistentes a la Expo Láser y el evento se cancelaría por respeto a los fallecidos.

Renuncié a mi trabajo esa misma semana y cuando me preguntaron por qué no había abordado el avión, dije que el tráfico me impidió llegar a tiempo. Decidí alejarme de todo, tomé un trabajo en un call center.

Pensé que podía olvidarme de todo, pero hoy recibí un correo de E, mi vieja amiga, me dice en su carta que hace poco le paso algo raro en un viaje, que entró a una bifurcación en la pasarela de abordaje, que sospecha que yo sé de qué se trata porque cuando me comenzó a ir bien le dije que tenía un secreto.

Borré el correo y apagué la computadora.

Belem Eslava, México, Lectora asidua de CiFi y terror y a veces escritora. Viajo por trabajo y me preocupa mucho el daño que hacemos al medio ambiente por eso necesito imaginar mundos diferentes. Mis cuentos se han publicado en espacios digitales como Especulativas, Penumbria y Espejo Humeante.

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