Eugenia Nájera Verástegui: Las alas del alma

Es la hora del demonio. Otra vez vuelvo a despertar a esa misma hora. Algunas personas muy  antiguas contaban que a esa hora se abren los portales dimensionales. Un día más que no puedo dormir. Ya di mil vueltas en la cama, me abaniqué porque ya estamos en verano, hace mucho calor y nada que me llega el sueño, aunque sea por unas horas para descansar de tantos problemas, de tanta oscuridad. Ahora ya son las cuatro treinta, comenzó a tronar, menos podré dormir. Y así pasa el tiempo en el reloj. Ya comenzó a cantar una paloma, desde hace días tampoco me deja dormir, porque vive en el frondoso árbol de mango de ciento trece años. Una de sus ramas esta sobre mi ventana. Creo que ya son las cinco, no logro ver bien la hora porque no tenemos luz desde hace días porque un camión se llevó toda la instalación. Ahora está danzando la llama de la vela con la que me alumbro, entra un poco de viento por la tormenta que se acerca. Hoy ya es otro nuevo día y, como aun no puedo conciliar el sueño, me puse a pensar en porqué mi vida está más llena de obstáculos, pruebas y dificultades, que de momentos felices. Todos reaccionamos de maneras diferentes, eso ya lo tengo muy claro, lo que para uno es muy importante para otra persona es algo insignificante y carente de valor. Lo único que me ha salvado de la oscuridad ha sido la música que me hablaba a través del susurro del viento, fue así como ella se convirtió en mi familia.

¿Un ángel? No lo sé, siempre reflexiono las palabras que escuché a través del viento en aquel sueño, “yo no te puedo ver, tampoco te puedo tocar, pero pondré en tu camino de espinas sublimes notas de paz”, esa voz fue lo que despertó algo que dormía en mi interior. Después, un día que pude salir de la casa tropezó conmigo una gitana que me dijo “Sólo los portadores podemos derrotar a los oscuros. Quién más que nosotros que hemos vivido en las tinieblas para poder crear luz que ilumine con tan sólo un poco de esperanza tanta oscuridad”. Y así el viento me seguía diciendo: “Te conozco desde más atrás, desde que las arenas del tiempo se movieron para conectar nuestras almas”. ¿Era real o una ilusión?, ¿el sueño era la realidad o la realidad era el sueño? Me intrigaba, pero no tenía a nadie con quién hablar. Por más que quería olvidar todo no podía, era imposible. Creo que ese lazo nació desde muy atrás de los confines del tiempo, ese vínculo me ha acompañado siempre, aunque no lo veía, siempre estuvo junto a mí, sobre todo en momentos de tristeza, soledad y desesperación, el violín me salvó.

Tiempo después, otra vez, aparece frente a mí la música, yo que tuve que renunciar a ella más de cinco veces, pero creo que es una señal, no hay duda de que está conectada conmigo, aunque no lo quería aceptar curiosamente por todos lados se me aparecía la imagen de un violín o escuchaba música, en la televisión, en el radio. La hija de una vecina esta toque y toque la flauta dulce, incluso práctica muy entrada la noche. Se equivoca varias veces, todavía no le sale muy bien y hasta enfrente de la casa pasa por las tardes un señor tocando el violín, cuando nunca lo había visto por aquí, entonces empecé hacer memoria de todos estos acontecimientos, ahora todo encaja, la música era para mi como el aire que respiro, era mágica, era mi luz, pero ¿dónde termina la realidad y comienza la magia? Me preguntaba. Sin embargo, una vez más en mi vida era atacada por la oscuridad, y esta vez casi estuvo a punto de devorarme, iba a suicidarme de no haber sido por la música. Ya estaba cansada de luchar contra el destino, contra todo y contra todos, de explicar una y otra vez, pero nadie me comprendía. Ahora todo mi mundo había sido destrozado, ya no me quedaba nada, mi propia casa se había convertido en mi prisión porque según ellos, no tengo derecho de seguir con mi vida, pero a pesar de todos esos problemas, siempre estaba presente el violín. Un instrumento que nunca en mi vida me hubiera imaginado que iba a tocar, si no hubiera sido gracias a un director de orquesta sinfónica que conocí. Vino ese recuerdo, aquella vez que a escondidas comencé a estudiar música, pues aunque me encantaba su sonido, siempre me decían en un bucle interminable en la casa, la que nunca fue mi hogar: “ese instrumento es solo para la gente que dios le dio el don, y tú no lo tienes, tu sólo eres una maldita huérfana recogida, tú no eres nadie, tú no eres nada, solo eres una insignificante mujer”. Entonces cuando el director me lo asignó, rápido dije un rotundo No, pero él me dijo: “si a usted le gusta hágalo, no se limite, olvídese de todo lo que le han dicho, y que no le importe lo que digan lo demás porque a la gente nunca la va a tener contenta, si lo hace porque lo hace y si no lo hace porque no lo hace”. Eso fue una tarde lluviosa y de truenos de otoño. El día que cambió mi mundo con el poder de sus palabras. Días después cuando sus manos me entregaron aquel estuche negro donde aguardaba silente mi violín sentí que algo ardía en mi  corazón. Por primera vez fui inmensamente feliz, sin embargo la ciudad se convirtió en un campo de guerra, años después mi vida empeoró. 

Ahora en esta noche de insomnio volvía a mí ese recuerdo y ahí arrumbado en un rincón en el closet, escondido entre cajas de cartón, guardado en su estuche, sin tocarlo, pero esta madrugada su alma llamaba a la mía, con una fuerza inconmensurable, como nunca antes lo había sentido. Abrí el estuche y no sé cómo al revisarlo, su alma tallada en madera cayó en mi mano, pero en vez de ser de color claro ahora era índigo, algo que era insólito y desde ese mismo instante al fin pude dormir. Fue así como cada noche su alma me guiaba a conocer ambos mundos, pasado y presente, fue así que conocí toda la historia del por qué sentía que este no era mi mundo, fue así que conocí la villa de los vientos con sus inmensos bosques azules, llenos de aire frío, orientados al oeste, e iluminados bajo la lunas menguantes, listos para ser convertidos en almas para violín, listos para ser parte del proyecto Preludio, a eso se dedicaba esta villa. Era necesario conocer mi pasado para llevar mi presente hacia el futuro, esta era mi última vida como mortal para terminar con la maldición de los oscuros y tomar mi lugar como violinista en el proyecto, también por eso nunca había conocido el amor en este tiempo porque solo amé una vez y estaba esperando que Izul regresará a mí, entonces empezaron a llegar los recuerdos.

Después de aquel terrible ataque de los Raks, la hechicera Drigar falló, antes de morir sólo alcanzó a salvar nuestras almas, la mía la insertó en una mariposa multicolor que con el transcurrir del tiempo volvió a ser humana, y la de Izul a ponerla en uno de los árboles del bosque añil, que al paso de los ciclos fue transformado en el alma de mi violín, ahora sé porque me llaman tanto la atención las mariposas y los árboles inmensos. Así pasó mucho tiempo para volvernos a encontrar, pero siempre estuvo junto a mí en los susurros del viento que acariciaban mi alma para aliviar mi dolor. Cada noche se abría el portal y su alma me llevaba a conocer mi pasado. Ahora sabía que a Izul le encantaba silbar en las ramas de los enormes árboles y a mí adivinar su equivalencia en notas musicales, ahora sé que Izul me cuidaba aun después de nuestras muertes. Él despertó primero que yo y su alma me ayudó a salir a delante, su voz era el viento que sus grandes ramas esparcía. Una vez que recordé todo el pasado él fue liberado, apareció frente a mí con una cálida sonrisa, reconocía la dulce mirada de sus risueños ojos verdes y me dijo: “La villa de los vientos, donde soplan los más fríos céfiros, donde todo comenzó muchas estaciones atrás mi amada Farat”. Desde ese día, y a pesar de que estaba llena de dudas y temores, su alma cada vez me decía con voz suave y sutil: “Somos portadores que aun con el mundo en contra, aun con el alma destrozada, debemos tocar. Esa es nuestra misión en esta terrible oscuridad. Muchos quieren que entierres tus sueños, que dejes de ser tú para mantenernos cautivos con sus falsas creencias y quizás físicamente puedan hacerlo, pero jamás podrán cortarte las alas del alma”.

Eugenia Nájera Verástegui. Tampico, Tamaulipas. Soy técnico en Computación, serigrafista, estudiante de violín y cine. Mi pasión por la música fue la principal inspiración para comenzar a escribir. Creé el proyecto comunitario transmedia “Los Portadores”. Estudié Diplomados por el INBAL. Cursé talleres de cómic, literatura, círculos lectura, creación literaria, dramaturgia y ensayo literario. He publicado en antologías, revistas literarias a nivel local, nacional e internacional.

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