Como cada seis meses, Mariana, Julio y Estela se reúnen en una casa a las afueras de la ciudad. Se conocieron así: el grupo de amigos, los amigos de los amigos de los amigos, de los amigos, rentan la casita con alberquita, baile y baile, trago y trago, intercambian palabras, se conversan y ¡plap!, las mejores amigas. Y desde hace diez años, cada seis meses, Mariana, Julio y Estela se juntan en una casa a las afueras de la ciudad para chismear, contentas, dándose las buenas o malas nuevas, a contarse cómo iban sus vidas, sus familias; llegaban felices a platicar y platicar, apenas cruzaban la puerta se destapaba una cerveza o una botella de vino y la charla seguía mientras cocinaban, comían para después bailar y cantar.
Esta vez fue diferente, el camino fue silencioso, la llegada no estuvo acompañada de alcohol, solo aire pesado y cigarrillo, humo por todos lados, inundando cada rincón de la casa; cada quien se encerró en su respectiva habitación con el pretexto de desempacar, pero todas sabían que había algo que incomodaba el ambiente. Salieron a la hora de la comida, aunque sin hambre. Julio comenzó a preparar. Viviana, que se había agregado al grupo hace cinco años al unirse formalmente con Estela, pregunta:
—Bueno, ¿ya? ¿Qué pedo? ¿Van a soltar la sopa o qué? ¿Qué les pasa?
Todas callaron, ni siquiera la voltearon a ver; Mariana picaba vegetales, Estela sacaba los garbanzos de la lata y Julio revisaba algo al fuego, parecía que estaban en una clase de trance. La verdad es que no sabían ni por dónde empezar, ni cómo contarlo, ni siquiera sabían bien qué había pasado.
Por el vínculo entre ella y Viviana, Estela comenzó:
—No sé bien qué pasó, iba llegando de la feria del libro de Toronto, estaban en el estudio de mamá. Cuando llegué, la charla ya había empezado; una chica le cotizó una sesión de fotos, ustedes conocen a mi mamá, ya saben que ella no se anda con pelos en la lengua; sólo la escuché diciendo: “A mí, ¿pueden creerlo?, a mí, quería contratarme para hacerle una sesión encuerada para su only fans, a mí, que mi obra se ha ido hasta el MoMA de New York, que disque porque admira mi trabajo y quería que sus fotos fueran un poco más artísticas. Y luego, para su chingado only fans, que luego no ande diciendo…”
Estela se quedó callada; enseguida se notó la incomodidad de no querer contar el resto del relato. Viviana la abrazó y volteó a ver a las otras dos. Estela soltó en llanto y, entre sollozos:
—No pude seguir ahí. Mientras salía, todas las fotos me miraban: los retratos, los paisajes, ¡las flores! Todas las fotos me miraban, me juzgaban. Sentí el olor de los girasoles, los crisantemos, el jazmín; impresos en ese formato de 60×40. El olor era tan fuerte como si quisieran asfixiarme con su aroma.
Julio ya había servido los platos y los repartió:
—Ten, mamita. Ya no te preocupes, toma algo calientito, te va a ayudar. Te entiendo, a mí me pasó lo mismo cuando me di cuenta y algo calientito me sirvió.
Viviana, sorprendida, preguntó:
—¿Cómo que cuándo «te diste cuenta»? ¿A ti también?
—Pues claro, mi reina. ¿Qué te crees, que todas estamos hechas mierdas porque sí?
Mariana interrumpió con una pequeña risa sarcástica que en pocos segundos se convirtió en lloriqueos:
—Yo lo sabía, lo sabía, lo sabía, lo sentía. A todas nos pasó al mismo tiempo.
¿Por qué? ¿Por qué? —decía en un grito ahogado de desesperación.
Julio la abrazó:
—Ya sabíamos que les iba a pasar en algún momento, mi reina. No te preocupes.
—Wey, ¿cuándo te diste cuenta? ¿Por qué no nos avisaste? ¿Por qué no nos dijiste? —le dijo Estela a los gritos.
Viviana, intentando calmarla, dijo:
—Tranquila, mi amor. No sabemos si a todos les pasará. Cuéntanos, Julio, ¿cuándo te diste cuenta?
—¿Se acuerdan del día que me dieron el SNI II? Primero creí que era solo un mal viaje, que andaba nostálgico porque me hicieron el festejo en la facu, aparte ya saben, me acababa de dejar el Juan; bueno, no importa. Se me ocurrió meterme a la magistral que iba a dar mi mamá. La doctora Carrizal estaba dando una magistral. ¿Se acuerdan, como nos encantaba ir a sus conferencias? No mames, no puedo creer que ahí fue donde pasó. El auditorio lleno, estudiantes de todos los grados, investigadoras… —Se le quebró la voz y aventó su plato. —Le faltó sabor, Mariana. ¡Te dije que no se te olvidara la paprika! ¿Ves? ¡Quedó bien culera esta madre!
Mariana se acercó y lo abrazó, seguía con lágrimas en los ojos:
—Ya, mi reina. Que no te salga lo onvre. Cuéntanos, cabroncito. Ya pasó un buen de tiempo, ¿por qué no nos dijiste antes?
—¿Qué quieres, wey? Estoy triste, avergonzado. No sabía ni cómo reaccionar. No creí que fuera cierto, wey. Cuando pasó, esperaba un comentario sarcástico, un ápice de ironía, algo, no sé. Pero no, no pasó nada. La gran doctora en estudios de género y de la mujer, no lo podía creer. Ella seguía hablando, las palabras le escurrían por la boca como rabia. No pude soportar más y me salí en chinga del auditorio. Se quedó en silencio, se rascó la cabeza queriendo sacar aquel recuerdo. ¿Y tú qué pedo wey? ¿Cuándo te diste cuenta o qué?
Mariana ya había descorchado el whisky, en silencio le sirvió un trago a todas, se dio un trago y prosiguió.
—Llegué de terapia un día y vi que mi mamá andaba trabajando en su estudio, pasé a saludarla y a ver qué onda porque andaba mentando madres a diestra y siniestra, le pregunté qué onda, que qué le pasaba: “Harta, me tienen hasta la madre, no me va a alcanzar la tela, ¿ya viste?, ¿ya viste? ¡Mírala!, este es el diseño que quiere y mírala, ¿cómo se le ocurre…? —Mariana se tapó la boca diciendo que no con la cabeza. Entre sollozos dijo: —Les juro, ustedes conocen el estudio, lleno de maniquís, en ese momento, en esa oscuridad, cobraron vida, quise salir corriendo y de pronto a los bustos les salieron manos, las ropas caminaron solas y no me dejaban salir del estudio.
Se abrazaron entre todas, lloraron un largo rato. El fin de semana fue silencioso, sólo el viento, de pronto el sonido del encendedor prendiendo un cigarro, algunos llantos ahogados.
Un par de semanas después del encuentro, Viviana había visto mejoría en Estela, quizá más que nada por resignación. De pronto le llegaban los sudores nocturnos y las pesadillas, pensando en lo que relataron aquel fin de semana y le retumbaba en la memoria como taladro las palabras de Julio: “Ya sabíamos que les iba a pasar en algún momento, mi reina”. Desde entonces se había negado a ir a visitar a su padre, pero se repetía: él es un padre soltero, él estuvo acompañando al subcomandante cuando estuvo en la ENAH, no, no, no, no va a pasar, la educó, le dio todo el apoyo. —No, no va a pasar —se repetía.
Aun así, se rehusó a visitarlo, hasta que apareció una oportunidad de trabajo. La emoción de poder trabajar en el set con su padre después de tantos años y ahora ya no tendría que cargar cables o de staff.
Llegó el día, Viviana salió del metro y enseguida sintió el aire frío como navajas cuyo filo llegaba hasta los huesos. Ingresó a los estudios y comenzó la taquicardia. —Respirar en cuatro tiempos» —pensó que quizá era el nerviosismo de ir a ese lugar que no visitaba desde sus 16 años, era tan diferente. La oficina donde estaban todos reunidos ahora tenía muros de cristal y cuando vio la sala llena de varones, regresaron las palabras de Julio: «Ya sabíamos que les iba a pasar». «Respirar en cuatro tiempos, 1, 2, 3», abrió la puerta, buscó el rostro de su padre pero no lo reconocía, de pronto los rostros se convirtieron en sombras grises, risas con voces gruesas y escuchó la voz de su padre:
—Si una mujer está dirigiendo un partido de izquierda es mentira, es la derecha disfrazada para satisfacer a estas generaciones que quién sabe a qué van a la escuela, nada más falta que sea vegana para que les caiga bien a todos, o quiero decir a todes —agregó con tono sarcástico.
Todos rieron a carcajadas.
—Respirar en cuatro tiempos, 1, 2…»

Nacida en la ciudad de México, crecida en Querétaro, aunque no soy de aquí, ni soy de allá. Traductora y lingüista sin título, mujer, cuerpa enferma, hija de familia trabajadora, feminista, cariña, ciela, amora. Escribo todo y publico nada. A veces hago cositas como collage o poesía. Acá se bebe y se fuma con ganas, se ríe y se llora sin pena. Actualmente me encuentro jugando a la adulta responsable con trabajo precario, declaraciones al SAT y todo. Ya que no aprendí a manejar mi vida estoy aprendiendo a manejar un auto.