Era la cena de Navidad. Estábamos reunidos en el departamento de tío José. Había música amena, el departamento era cálido y olía dulce gracias al ponche de frutas que las tías habían hecho, así como al pozole que comenzaban a servir. Las sobrinas habíamos ayudado picando la fruta, la lechuga, deshebrando el pollo y poniendo la mesa, mientras los hombres de la familia platicaban de política, de fútbol, en fin, de cosas importantes e interesantes según ellos, sin mover más que las sillas para sentarse. Muy pronto, como en toda reunión familiar, los amigos y los amigos de los amigos comenzaron a llegar, claro, con sus respectivas botellas y botanas para no verse como gorrones. Estábamos en las presentaciones cuando sonó el timbre y llegó él. Felipa fue quien abrió la puerta. Vi cómo ahogó un grito y se petrificó, por eso me acerqué a ella. Entonces lo vi y comprendí el miedo de mi prima. Sus ojos eran horribles, pero su mirada era penetrante.
—Señorita, ¿está bien? Pareciera que vio un fantasma —le dijo a Felipa con una sonrisa burlona.
Ahí supe que lo peor no eran sus ojos, sino su voz chillona e irritante. Tuve ganas de cerrarle la puerta en la cara, pero tío José lo invitó a pasar, y cómo no, si traía dos tequilas Dobel Diamante, el favorito de tío. Cerré la puerta y miré a Felipa. En efecto, parecía que había visto un fantasma. Estaba pálida, sudando frío, respirando agitada, como si hubiera corrido. Pobre Felipa, creo que eso es lo que quería en ese momento: correr, correr y salvarse. La tomé del hombro, luego del brazo, y la ayudé a sentarse. Le pregunté si estaba bien, pero no respondió. Estaba ensimismada, murmurando. Le dije que intentara calmarse, que respirara profundo, que yo le traería un vaso con agua. Entonces, tía Francisca nos llamó a la mesa para cenar. Felipa, fuera de trance pero aún angustiada, tomó mi mano y con una sonrisa fingida me dijo:
—No te preocupes Fátima, ya estoy mejor, vamos a la mesa.
Él ya estaba ahí, siendo el alma de la fiesta. Tenía embelesados a todos con sus historias y chistes malos. Yo me senté e intenté disfrutar la comida, pero me fue imposible. No lo soportaba, su maldita voz me taladraba los tímpanos. Quería que se callara, pero todos parecían niños antes de dormir, pidiéndole que contara más historias. Todo se volvió más intenso con la música, las risas, en especial su estúpida risa. Todo me daba vueltas, me zumbaban los oídos, quería vomitar. Era una tortura, quería que parara, quería que cerrara su maldita boca. Tomé un cuchillo, me subí a la mesa, gateé hasta él y lo apuñalé mientras le gritaba que se callara. Cuando acabé, sentí el alivio en mis oídos, pero el pesar en mis manos con el cuchillo lleno de sangre. Levanté la cara para ver la expresión de horror que debía tener mi familia, pero…
—Señorita, ¿está bien? Pareciera que vio un fantasma.
Era él, me miraba con su sonrisa burlona. ¿Había sido mi imaginación o una premonición? No, era más bien un déjà vu o un bucle en el tiempo, porque todo se repitió. Tío José lo invitó a pasar, pero esta vez no pude calmar a Felipa, porque tenía que calmarme yo. Intentaba regular mi respiración, cerré los ojos, entonces pude oír lo que murmuraba Felipa: “esto no es real, esto no es real, él no es real”. Tomé la mano de mi prima y le dije que nos fuéramos. Ella me miró y, con un tono entre resignación y desesperación, me dijo:
—Ya lo intenté, Fátima, pero no pude salir. Él nos tiene atrapadas y no nos va a dejar ir.
Nuevamente, tía Francisca nos llamó a la mesa para cenar, y nuevamente la música, las voces y las risas me ahogaron en esa infernal pesadilla. Felipa tenía razón, esto no podía ser real, pero también era cierto que él no nos iba a dejar ir, estábamos atrapadas. Quise matarlo nuevamente, pero lo miré y él me dedicó una sonrisa siniestra; entonces, el miedo me invadió, me paralicé y por más que quise correr, ni un músculo me respondió, solo podía respirar de forma agitada y sudar frío, la garganta me ardía pues mis gritos estaban estancados ahí, me repetía “esto no es real, esto no es real, él no es real”. Cerré los ojos y comencé a escuchar los latidos acelerados de mi corazón, luego me cubrió un silencio profundo y después escuché los gritos; abrí los ojos y mi movilidad volvió; sentí como si hubiera despertado de una pesadilla o como si hubiera salido de un hechizo; miré a todos lados y él ya no estaba, sonreí aliviada, hasta que vi el caos; todos estaban pegados al balcón, salían del departamento, llamaban por teléfono, lloraban, yo no entendía por qué, así que por instinto me acerqué al balcón y entendí que había sido Felipa la que nos liberó de ese bucle. Todos lloramos amargamente esa Navidad y las que vinieron. Hasta la fecha, mi familia se sigue preguntando por qué lo hizo, por qué Felipa decidió acabar con su vida esa Nochebuena.

Thais de Coral López Velasco, Thais “Diosa de los Volcanes” nombre que me otorgo mi papá y significado que él invento. Nací en el mes en que la luna se asoma más brillante y bella, un lunes 26 de octubre de luna llena. Soy descendiente de Zapotecas, de la Sierra Norte y de los Valles Centrales del Estado de Oaxaca, aunque no hablo la lengua de los Beni Xidza. En la memoria llevo plasmada sus historias; soy la bruja de las hierbas, los aceites y las plantas; lectora de noche, ciclista de día, danzante fallida y escritora en proceso.