Diana Nieves: La Bugambilia

¿Alguna vez oíste hablar sobre La Bugambilia? ¿No? Bueno, no me extraña. Solo los que hemos sobrevivido a sus crueles engaños y sus grotescos habitantes lo sabemos. Bien, solo porque eres tú te contaré y quién sabe, quizá algún día puede servirte mi experiencia. Primero que nada, es importante saber que no hay manera de llegar a ella, ella te busca a ti. Para atraer a sus víctimas, aparece de noche, en medio de una calle oscura, unas danzantes luces fluorescentes te guían al final de un estrecho callejón. El peatón queda hipnotizado para después ser atraído por un aire místico con exquisito olor a fritanga. Nadie puede resistirse, ni siquiera el comensal más exigente. De pronto, el púrpura de las bugambilias inunda las calles de un barrio enorme. Es una noche veraniega fresca. Debajo, hay un gran lago donde habitan peces coloridos y cientos de ajolotes rosados y negros. Se dice que las aguas de todos los ríos y lagos de México desembocan ahí. Algunos de sus afluentes se vuelven calles, un constante tráfico de chalupas se mueve de un punto a otro.

Al adentrarte, encuentras una plaza amplia con un escenario donde la música no se detiene. La banda toca sin preocuparse si hay espectadores o no. Su melodía te atrapa, tu cuerpo se mueve aunque las caderas no sepan a dónde van. Y los Triquiñuelas se hacen presentes. No se distingue su sexo pero con su belleza seducen a tanto mujeres como hombres. Son festivos y hábiles bailarines. Quedas prendado del que te elije para recorrer toda la pista de baile. Siete manos y brazos te tocan todo el cuerpo con gráciles movimiento al ritmo de la música. Es agradable, no quieres que se detenga. Intentas ver su rostro pero su frente está teñida por una larga y sedosa cabellera púrpura que te lo impide. No importa, no hace falta. Lo importante es seguir en ese estado festivo. Pasan las horas pero no sudas, ni te agotas. Sigues eufórico como todos a tu alrededor. No lo notas hasta que tu pareja te invita un trago y a comer algo. No sientes sed pero si un rugido en tu panza que hace eco en las paredes abdominales.  

No me crees, ¿verdad? Lo sé, suena descabellado. Pero a mí me pasó y por poco termino enredado en sus fauces. De veras, te lo juro. ¡Espera, no te vayas! Deja que te siga contando, nunca se sabe cuándo podría pasarte a ti. Porque estos seres se apoderan de los amantes de la pachanga y la comida. Y bien sabes que no puedes resistir estas tentaciones. Así que presta mucha atención.

Cruzan la calle tomados de las manos, por un momento olvidas las seis restantes, y encuentras el origen del exquisito aroma que te trajo hasta ahí. Una infinidad de puestos con manjares aparece frente a ti: tamales, tacos, gorditas, tortas ahogadas, sopes… Toda la comida mexicana que puedas imaginar. Cadenas de papel picado vuelan sobre ellos y el ambiente carnavalesco te invade. Le preguntas a tu pareja el motivo del festejo; “Celebramos la gula. A los estómagos curiosos y voraces”.   

Te acercas y notas algo curioso alrededor de las parrillas y asadores, unos hermosos rosales y crisantemos posan ahí. Lucen frescos y sanos, inmunes al calor y el aceite. Ahí, el olor a carne asada y maíz frito acaricia tu nariz. Tu pareja se ha ido. Ya no puedes moverte, naufragas en el deleitable aroma. Los cocineros de siete manos inician el espectáculo; con agilidad de malabaristas alternan pinzas, cuchillos y espátulas. ¡Cuidado! El tiempo se desdobla, uno puede pasarse años haciendo fila con el estómago rugiendo y pegado a las costillas. Pero te diré un secreto, hay una forma de liberarse: Si logras quitar los ojos de las manos del cocinero y los fijas en su rostro, descubrirás que a diferencia de tu pareja tienen el cabello púrpura recogido en una larga coleta que deja al descubierto un rastro sin boca ni dientes y una mirada oscura sin iris. Solo oscuridad. Entonces podrás correr.   

No pares aunque en el camino sientas el cansancio en los pies ardiendo y la boca seca. Es importante no detenerse, ese lugar es un enorme laberinto púrpura y si paras estarás perdido. La verdad yo no sé cómo salí de ahí. Lo único que hice fue seguir corriendo de frente sin voltear a ningún lado. Tal vez si me hubiera topado con otra tentación no estaría ahora contándolo. Cuando menos me di cuenta ya estaba en la calle y no había rastro del callejón. Así que si alguna vez miras luces fluorescentes y un exquisito aroma te llama al final de una calle oscura, ¡Huye! Porque La Bugambilia es el paraíso que busca devorarte.

Egresada de la licenciatura de Lengua y Literatura de la UABCS y el Diplomado en Creación Literaria de la Fundación Elena Poniatowska Amor. Mi cabeza está hecha de espirales como mi cabello. Desde niña he tenido una fascinación por los seres sobrenaturales y he sido una amante fiel a la comida. Producto de la observación y mi participación pasiva como pinche en la cocina materna.

Un comentario en “Diana Nieves: La Bugambilia

  1. No encontraba las palabras para demostrar mi admiración por lo que acabo de leer, he quedado sorprendida!, ya que e sido transportada por esas palabras a ese lugar descrito, donde veía esas manos trabajando laboriosamente en la comida, y corrí junto con el personaje hasta la calle!!!
    Gracias por compartir, muchas felicidades Diana, me fascina!!!❤️

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