Se dice que antiguamente, entre los pasillos perdidos del olvido, se escondía un pequeño restaurante ante los ojos de todos pero invisible a la vista de la mayoría. Solo algunos privilegiados podían encontrarlo y aún más escasos eran aquellos que podían probar algún plato de los allí preparados.
Una tarde cualquiera, como ayer u hoy, un joven perdido caminaba por los adoquines irregulares de un viejo barrio céntrico y, sin intención de encontrarlo, tropezó con aquel lugar. Su aspecto, aunque común y corriente, llamó su atención de inmediato y aun sin hambre entró presa de un deseo de acercarse a primera vista, sin explicación, justificación ni mayor sentido.
El interior era pequeño: un simple salón redondo en cuyas paredes había más ventanas que ladrillos pero que, sin embargo, se iluminaba por una luz no proveniente del exterior ni de origen artificial, una luz sin focos ni sombras, simplemente la luz perfecta, cálida, tranquila, que no encandila ni fuerza la vista, sino que, por el contrario, da la perfecta comodidad. Al centro del salón se encontraba una única mesa también redonda. El joven impresionado por el lugar que, pese a no ser ostentoso, poseía un atractivo singular, se acercó a la mesa, se sentó en una de las sillas y cerró los ojos para escuchar la música de un clavecín que invadía el ambiente, una melodía capaz de describir con sonidos aquellas cosas que las palabras son incapaces de expresar.
—Bienvenido al “Alma” ¿Qué le puedo ofrecer? —preguntó un mesero, aparentemente materializado en el aire y que en cuyo uniforme se leía con letras doradas su nombre, Wert.
—Sírvame lo mejor que tenga —respondió el joven sorprendido por la intromisión, cautivado por el ambiente, fascinado por la maravilla, e intentando simplemente no romper la magia.
El chef escuchó la petición y en un instante preparó el manjar más preciado. Sin dudarlo ni una vez, puso el corazón en el plato y lo sirvió con la mejor presentación. Aun así pese a los cubiertos de plata y el plato pulcro seguía siendo el mismo corazón de siempre, con las heridas, cicatrices y marcas de una vida corriendo riesgos, el mismo espíritu que se había quebrado y reconstruido tantas veces que inevitablemente compartía una apariencia similar a la creación del Doctor Víctor F. Y así lo sirvió, como lo único que pudo poner en la mesa ante semejante petición, rezando en su interior porque no lo devolviesen a la cocina y abandonasen el salón.
Wert puso la comida sobre la mesa con una sonrisa en los labios ocultando su nerviosismo y temor. El joven comensal por su parte miró el plato sorprendido, lo examinó, le rosó cada uno de sus contornos, eligiendo la mejor zona para comenzar, entonces con mano decidida le clavó el cuchillo y arrancó un trozo para probarlo, lo saborea y lo degusta, incluso parece disfrutarlo, incluso parece apreciarlo. Un brillo de esperanza se posa en los ojos del mesero, entonces el joven traga con dificultad y vuelve a mirar su comida cambiando completamente el semblante en su rostro, algo en el carmín latiente no le satisface, demasiadas marcas, demasiadas heridas, demasiado desagradable a la vista.
—¿Cómo pueden servirme algo en este estado? —le pregunta a Wert con evidente enfado—. Esto está incomible, nadie podría tragarlo —agrega con la frialdad de la inconsciencia en su voz.
El pobre mesero se desvive en excusas que parecen insuficientes. Finalmente cansado de las quejas, consciente que nada de lo que diga podrá calmar a su comensal, huye llamando al cocinero, esto simplemente escapaba a su jurisdicción.
Al instante el chef principal, el único en este humilde lugar, cruzó la puerta que separaba la cocina del pequeño salón con su inmaculado traje blanco, con los brazos cruzados y la sombra de las heridas en su mirada. Caminó recto sin que ninguno de sus músculos demostrara el menor titubeo y se acercó al comensal, quien no tardó ni un minuto en explicar agresivamente su parecer, reclamando forma, color y estado de su plato. Sin la menor alteración el chef toma los cubiertos, y gira el corazón plagado de cicatrices, un poco de sangre aún caliente escapa del vacío que produjo el joven al saborear la carne.
—Éste es el plato más valioso de la carta, sin aderezos que oculten su sabor original, sin acompañamientos que amortigüen el paladar, simplemente carne bien preparada sin grasa ni aceite que le puedan dañar, inofensiva y desprotegida ante usted —exclamó el cocinero mirando su obra con dolor.
—No es suficiente para mí, no es lo que quiero —respondió el comensal.
No se necesitaron más palabras. El chef se inclinó para recoger el plato al tiempo que su propio pecho abandonaba la blancura y se manchaba con el brillo rubí, levantó su obra y se volteó sin mirar atrás. Luego en la oscuridad de la cocina donde siempre había pertenecido tomó la carne con sus manos y con una fiel aguja que guardaba siempre en su bolsillo empezó a cocer la nueva herida con toda la pericia que le permitían sus temblorosas manos, una nueva marca, un nuevo desprecio, otro simple día en su vida. Abrió su delantal e introdujo cuidadosamente el corazón en el enorme hueco en su pecho, los tejidos se unieron reconociéndose y las lágrimas volvieron a brotar por sus ojos manifestando patentemente que al presentar el corazón siempre existe el riesgo del dolor, pero no puede acabar así, se puso de pie y volvió a prender la estufa. “Hay que seguir viviendo, o al menos sobreviviendo” se recordó a sí mismo mientras se lavaba las manos y se ponía a trabajar.
El salón por su parte se oscureció de un segundo a otro al desparecer el brillo del cocinero, y en un pestañeo todo despareció, dejando al joven en medio de la acera. Este incapaz de comprender lo que había vivido regresó a buscar el “Alma” muchas veces, pero nunca volvió a dar con él. Finalmente se convenció de que era un sueño, nadie en su sano juicio hubiera servido su propio corazón. Simplemente no podía ser real, por lo que cada tarde al pasar frente al espacio que debía llenar el local, se tomaba un par de segundos en pensar, “fue una alucinación, un poco de leyenda, nada más”.

Eva Van Kreimmer. Mujer lesbiana autora de la novela distopica Sybille y de la novelette de ciencia ficción policial El asesino del Trauco. Mis cuentos se han publicado tanto en revistas digitales como en físico donde destacan “Futuro reciclado” en la antología 8 voces de ciencia ficción y temáticas LGBTIQ+ y “La Llamada” que forma parte de Carnívoras antología de relatos zombis escritos por mujeres.