Resumen: Este relato está basado en experimentos llevados a cabo en el laboratorio fenomenológico más fructífero de la vida cotidiana: una conversación en el taxi. La conductora me contó la increíble historia de cómo su hija y una koala se enamoraron en Australia en un suceso que abre las puertas a la posibilidad del destino y otras formas de amor durante los incendios que devastaron más de 10 millones de hectáreas dentro de ese país en 2020, lo equivalente a la superficie destinada en México para la siembra de frijol y maíz.
1. Introducción
Beanose pertenece a la especie Phascolarctos cinereus y se encuentra en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, catalogada como una especie vulnerable. Uno de los principales peligros a los que se enfrentan los koalas son los incendios forestales, ya que sus movimientos son lentos y las hojas del eucalipto son altamente inflamables.
Aunque es ilegal tener koalas como mascotas en cualquier parte del mundo, logramos fisurar la ley para poder vivir juntas.
2. La caída
Es 29 de enero y estoy frente a la computadora lidiando con el síndrome de la impostora que mantiene esa línea vertical tan parpadeante y molesta al principio de una pantalla que deslumbra de lo blanca que es. Los pensamientos se evaporan con este calor que hace que voltee a la ventana y me pregunto si esto ya es vivir en el futuro que pintan en el cine: lleno de polvo, vacío de agua, desbordado en calor e incendios. Con el fin pisándonos los talones.
Regreso a la pantalla. La tesis sigue en blanco.
Recuerdo cuando vivía en la Ciudad de México y pensaba que cualquier otro lugar era mejor para vivir. Me molestaba haber adquirido habilidades que no hacían más que vomitarme la carencia de recursos en los que me veía obligada a vivir dentro de un departamento donde solo podía llegar a acostarme porque no cabía nada más que yo, mis cajas de libros y una cama cuyo colchón ya había guardado memoria de mi costado derecho. Una de esas habilidades es detectar cualquier movimiento extraño en el primer momento en el que una cucaracha abandona los puntos ciegos para entrar a mi línea de visión; otra era reaccionar rápidamente, como una gata dispuesta a matar, quitándome la chancla color azul con plástico transparente para terminar con las indeseables visitas.
La tesis en blanco. La línea vertical parpadeando.
Mi habilidad detecta un movimiento brusco. Las pupilas se me dilatan. El instinto felino baja los bigotes cuando me doy cuenta de que no es dentro de la habitación sino afuera, en la ventana.
Pero el momento de calma dura dos décimas de segundo, apenas lo que le tomó al cerebro mandar un impulso nervioso hacia mis pies. Veo con horror a un koala subiendo por el árbol que se incendia y esta vez busco las chanclas para salir corriendo. No se me ocurre más que gritarle que baje, me acerco con precaución. Olvidé el celular adentro y no sé qué hacer. Grito cada vez más alto, más agudo, más desesperada. Me mira con ojos vidriosos y deja caer algo que logro alcanzar en un movimiento de ala de mariposa que aún se escapa de mi entendimiento.
Hay algo en mis manos. Y se mueve.
3. El rescate
Aprendimos juntas que las koala comen de las heces de su madre y como yo aún no era tan progre como para intentar reproducir al pie de la letra una realidad que se me presentaba mágica y ajena, intenté darte tesitos como lo hacía Chencha con Tita en Como agua para chocolate. Por supuesto, no funcionó.
Cada día te veía más débil, más triste. Te metía en la bolsa de mi sudadera intentando simular la marsupialidad que no entendía. Tés, fórmula, comida del veterinario, nada se quedaba en ti.
La tesis en blanco.
Me di cuenta de que llevaba días sin una ducha y no lograba recordar la última vez que había comido. Me puse de pie y en el espejo vi que, un poco más que tú, estaba triste y débil.
Como último intento pedí una pizza. Elegí la vegetariana para hacerme ilusiones de que comieras un poco. Serví dos platos en la mesa, dos vasos con agua y, ayudándome del valor que da la soledad que nada juzga, serví una rebanada de pizza en tu plato y un poco de comida del veterinario.
No sé si por imitación, destino, suerte o un último respiro a la vida, decidiste comer lento y vasto. Mis manos sentían tu nariz fría y húmeda. Lloré de felicidad al corroborar por ensayo y error que no hay mejor medicina que una buena pizza servida en un plato elegante, acompañada de una comida que, si bien nada apetitosa, balancea un poco el plato.
4. El adiós
Hace un mes me despedí de Beanose.
Tuve que comprar un peluche con forma de koala para abrazar por las noches en este hueco inmenso que quedó entre mis brazos. Pero una sabe que el amor es libre y yo la dejé en el mejor refugio de koalas de toda Australia, aunque eso signifique no volverla a ver nunca más.
Ayer las letras de la tesis decidieron desplazar, por fin, a la línea vertical p a r p a d e a n t e.
Cada semana escribo a sus cuidadores y parece que Beanose le ha encontrado sabor a la comida balanceada.
Ella, que ahora está lejos, dejó un suspiro de estabilidad en mi vida. Una esperanza de sobrevivir aun cuando el fuego externo se ha llevado todo lo que conocías como mundo tres meses atrás.
5. Un día y medio
Mi pie parece pegado al acelerador, me tiemblan las manos y la mente está fija en el deseo de poder construir un verdadero agujero de gusano capaz de transportarme a velocidades relativistas. Mi Naricitadefrijol ya no quiere comer, dejó de trepar árboles y se mantiene bajo una sombra, apenas parpadeando, en espera de no sé qué.
Más rápido. Quiero romper con todas las leyes físicas para llegar pronto, quiero otro aleteo de mariposa. Exijo que el destino me regrese lo que prometió.
Un día y medio manejando sin parar. Y cuando nos miramos todo cobró sentido.
El tiempo se dilató.
Una explosión de supernova.
Dice tu cuidador que me advirtió lo débil que estabas. Que no intentara acercarme porque ibas a salir corriendo y, con lo poco que habías comido durante tantos días, no soportarías semejante susto. Pero no escuché.
Y corriste.
Hacia mí.
Y nos abrazamos. Un minuto, una hora, un siglo, un bigbang.
6. Conclusiones y vida a futuro
Desafiamos las leyes científicas y las políticas: logré ser tu compañera legal con el único requisito de no sacarte nunca del país. Y ganamos el premio a la mejor tesis doctoral en la categoría de Combate al cambio climático.
Horneamos pizzas para diez. Estarán nuestros amigos y dos platos elegantes junto a nuestra pizza favorita. Dice mi mamá que nos vamos a empachar y yo le digo que de peores hemos salido.
Gruñes de felicidad junto a la misma ventana por la que te vi, sin saberte, hace exactamente un año. Nos sentamos frente a la televisión y te veo tan distinta pero tan adaptada a mi humanidad, que se me llena el corazón de fuego y las ráfagas de viento que hace 365 días abrasaron tu destino hoy entran por la ventana de la sala anunciando que las pizzas están en su punto.
Me dirijo hacia el horno y volteo con un gruñido tuyo. Intercambiamos lenguajes y después sonrisas: yo con la boca y tú con los ojos. Ya sé cómo sonríes, aunque nadie me crea.
Sé que vivirás unos quince años, hasta que pierdas los dientes y el hambre sea más fuerte que la vida.
Otras catorce fiestas de pizza nos esperan en este país tuyo que me compartes. Otras catorce celebraciones de mi estilo de vida que te adueñaste. Mil cuatrocientos sesenta y tres días, en un cálculo nada preciso, de compartir nuestras vidas en un mundo que se está consumiendo en su propio calor, pero juntas en nuestra extranjeridad.

Belen Carvente. Soy feminista, comunicadora pública de la ciencia, astrofísica, programadora y escritora en constante aprendizaje. Creo en la acción comunitaria. Cohabito con 6 gatos, un humano y quién sabe cuántas plantas en un pequeño espacio de Iztapalapa.
Un comentario en “Belen Carvente: Un amor australiano: de cómo el calentamiento global convierte a la pizza en tu comida favorita”