Se habían citado en el exclusivo restaurante italiano de moda, Serafina, con vistas al mar. Al llegar una llovizna arreciaba por lo cual deja su vehículo en manos del ujier del estacionamiento y corre con paraguas en mano al ver llegar a Remedios. Efusivo le da un beso en la mejilla. Destacando además la hermosura del vestido que lleva puesto y prodigándole mil elogios. Mientras caminan a la mesa reservada donde tendrán mayor privacidad del resto de los comensales se alzan las miradas y los murmullos tras ellos. Comentando en voz baja reconocer al único heredero de los Fortuño mientras se preguntaban quién podía ser la hermosa mujer que lo acompañaba.
Tras revisar el menú Remedios y Digno ordenan sus aperitivos. Comenzando con una sopa y variadas tapas. Entonces él le expresa a la joven que lo sorprenda, dándole la oportunidad de que escogiera por él cualquier plato principal para la cena. Remedios accedió complacida.
El tiempo, esta vez, no apremiaba, por lo que disfrutaban la buena música de jazz como trasfondo, la segunda botella de tinto, y una amena conversación. Animados intercambiaban en detalle hasta sus respectivos planes futuros de cara a despedir el año.
Al terminar de cenar, Digno, nervioso, aprensivo y agitado, comienza con desespero a desatar su corbata, quejándose de un agudo dolor abdominal, opresión en el pecho y dificultad para respirar. Remedios le toma las manos, tratando de calmarlo, y le susurra: —Querido, qué pena, tal parece que estás sufriendo una reacción alérgica. Él abre los ojos como platos, buscando aire. Remedios, sonriente, advierte: —Cariño, el que aquí la hace, aquí la paga. Añadiendo: —No sabes cuánto anhelaba este encuentro. ¡La paciencia es cosa seria!
¿Acaso creías que te marcharías impune de esta vida? Que por tu dinero todos tus pecados te serían perdonados eternamente.
Tal parece que tampoco recordabas que, en varias ocasiones, jugábamos en el patio trasero de tu hogar, esperando a que mi tía-madrina terminara su turno de servicio para marcharnos a casa. Asimismo, olvidaste que acudíamos al mismo colegio.
Fíjate mataste a mi tía Lala, tu nodriza, porque vio cuando le arrebataste la existencia a Marlena, tu inocente hermanita, porque no soportabas compartir el cariño de tus padres ni el protagonismo. Lala intuyó que con la almohada le impediste respirar hasta dejarla sin vida y sin el menor remordimiento cuando fue a darle de comer y vio como acomodas su almohada detrás de su cabeza. Las autoridades e incluso tus padres murieron convencidos de que se trató del síndrome infantil de muerte súbita. Lala nunca te hubiese delatado porque te adoraba hasta aquella aciaga mañana. Y a partir de ese día siempre temía por su vida al estar a merced de tu carácter. Lo intuía. Por eso le envió una extensa carta a mi madre, explicándole todo, por si algo extraño le sucedía. Y efectivamente, varios meses después mi pobre Lala fue asesinada a puñaladas en víspera de nochebuena en tu residencia y se lo atribuyeron a un misterioso hombre que jamás fue capturado ni investigado por lo cual cerraron el caso sin resolver.
Lo que nunca supe, hasta que leí la carta, siendo adulta, es que Lala se aseguró de advertirle a mi madre sobre tu talón de Aquiles. El mundo fungi estaba vedado para ti. Por eso agradezco la generosidad del universo cuando me dejaste escoger tu cena y ordené aquel plato exquisito que traía negras y blancas de temporada. Nuestra Lala expresó que no podías oler, tocar ni probar trufas…

Nací en San Juan, Puerto Rico (1958). Escritora. Soy miembro del PEN Clu Poemario: Matices del Silencio. Tercer Premio de Poesía (Argentina). He sido finalista en certámenes internacionales y nacionales de poesía y narrativa. Tengo obras publicadas en revistas y antologías de Hispanoamérica, España, EE.UU., India, República Dominicana, PR y Venezuela.

