Carol Sanjuan: Zombi

Llevo tres días trabajando en este reporte y no veo el maldito final. Tengo ganas de escribir un cuento, una novela, ¿por qué no? Aunque me quede igual de fea que la de los vampiritos esos, que después se hizo película y de tan mala se volvió de culto (ya casi nadie recuerda el libro), sería famosa, ganaría lo suficiente para irme al carajo.

Porque no quiero trabajar aquí. Quiero que me deje de doler la estúpida cabeza. Quiero dejar de ver estos videos estúpidos para concentrarme en el reporte. Quiero dejar de despellejarme los labios que comienzan a arder. Mis uñas ya no crecen, han decidido sacrificar mi cabello. ¿Los huesos piensan? Mis uñas sí. ¿Las uñas son huesos? ¿Por qué carajos divago así? Además, no lo sé, no sé nada (¿quién sí?). Bueno, eso dice mi jefa, aunque siempre sale con su “ayúdame tantito», «ya nada más ordena esto», «solo faltan un par de ideas”. Y luego, la cínica, va con sus jefes para que la feliciten por lo que yo hice.

Tengo que enfocarme en revisar este reporte. ¿La sumatoria es correcta? ¿Este dato está bien? Este resultado no cuadra. ¡Ahg! La voy a cagar y me van a despedir. ¡Maldición! ¿Cómo es posible tener miedo de perder este trabajo horrible?

¡Soy una zombi! Me pongo feliz los días de quincena, participo en el intercambio de fin de año y doy la bienvenida a la “familia” a los nuevos asociados. ¿Cómo puedo ser tan pusilánime? Quejarme de la chamba cuando me termino el dinero o la gente aprovechada o incompetente me frustra. ¡Ah! Pero cuando pagan, ¡bendito trabajo!, ¿qué haría sin ti? Aunque sienta que me cercenan los ovarios y drenan de a poco mi cerebro y me esté volviendo idiota, ensimismada siempre, con la baba escurriendo por las comisuras de mis labios, mojando mi playera que dice “estoy para servirle” (¿servirle a quién?) y me sangren los dedos (donde debería haber uñas) y mi estómago esté retacado de bolas de cabello como si fuera gato. Y me olvide de lo que soy. Me olvide que quiero mandar todo al carajo.

¡Ah! Elreporte tampoco va a quedar hoy y me vale. De todas formas, son puras mentiras con cierta coherencia. Porque sí, a esto se reduce mi ingenio, en ayudarle a mi jefa pendeja a tapar sus errores pendejos. No soy capaz de crear historias, mi cerebro apenas funciona (no, no es así).

¿Mi madre se habrá sentido igual? No. Ella fue una mujer importante (una grande). Yo, ni siquiera soy una mujer normal. Soy una zombi. Quiero dejar de serlo. Pensar para afuera, articular ideas complejas, como lo hizo mi madre. Nadie podría callarme, exigiría fuerte como solían hacerlo las mujeres libres, en las calles (entre la multitud), con las palabras de fuera, al aire, revoloteando en papel, llenas de colores (como mariposas).

Aunque, por ahora, me conformaría con poder escribir un cuento y decirle a mi jefa que se vaya a la chingada. Pero me es imposible, porque soy una zombi. Un pedazo de carne con mierda en la cabeza. Siempre calladita. Obediente. No mames, madre, me jodiste. ¿Por qué me tuviste si no ibas a aguantar los llantos de una bebé que obviamente necesitaba amor y tenía hambre? Hambre como de perro, te quejaste siempre.

Pudiste abortar. Pero no, porque era pecado. Te lo dijo la gente que te rodeaba y tuviste miedo al castigo eterno. Siempre exigiste que respetaran tu título de científica, pero no fuiste capaz de cuestionar la religión. Vivías en pleno siglo veintiuno y un puñado de gente te convenció de lo contrario. Serías madre porque así te tocó, igual que a otras, que vivieron en otro siglo; uno añejo y desteñido, lleno de resignación. Muy pronto pariste tu salvación (¡gran mentira!). Llegué envuelta en sangre y en tu grito de dolor, madre. Grito que luego se transformó en un alarido de desesperación por mi llanto incesante.

Ya se calmará la nenita, te decían. Bautízala y verás como Dios la acoge en su regazo. Y les volviste a creer. No funcionó. Y entonces sí, a la mierda, la religión, dijiste. No puedo soportar a una niña que sólo llora y llora y hace berrinches y me roba las noches y los días. Que no me deja pensar porque me tiene cansada y seca. Además, soy capaz de resolver mis propios problemas. Entonces podrías haberme abortado.

Te las arreglaste para llegar a esa parte de mi cerebro, la que me impulsa a ser libre, y me la quitaste, con tu mierdita esa. Me volviste una zombi. Por fin, el silencio: sin lloriqueos, sin berrinches, (no más exigencias). ¡Llévele, llévele! Me volviste un producto comercial. Las tantas madres y padres, desesperados por su incompetencia, acudieron a ti. Sólo es por unos años, mientras aprenden a comportarse, les prometías (y hubo aprendizaje).

Y así fue, me tuviste como zombi-bebé por cuatro años, a mí y al grupo que seleccionaste para la prueba. Porque querías hacer tu negocio. Te pusiste a experimentar (no seríamos sin ello). ¡No más mujeres arrepentidas de su decisión! El santo grial de la maternidad lo habías inventado tú. Fuiste diosa. Quién lo iba a pensar, ¿no? Mírame ahora (¡míranos!). Dieciséis años después, el mundo es un zombi, no puedo decir más que:

¡Sí, señor!

A sus órdenes.

Pero claro, para eso estoy.

Pinche trabajo de mierda que tengo por tu culpa. Porque estoy impedida para decir o hacer lo que en verdad quiero. Porque mi cuerpo deja de pertenecerme y me impide desobedecer. Si pienso que el dinero que pagan en este trabajo es una porquería, termino escupiendo: “es justo lo que necesito”. Soy lo que debo ser.

Todavía te recuerdo, llorando, una tarde en que volvía de la escuela. Dijiste que me amabas y pediste perdón por el daño que me hiciste de pequeña. Parecías poseída. Fue necesario, bebé. El primer paso para entender, dijiste entre sollozos. Tuve una epifanía, hija, mascullaste mientras te acercabas a mí. El camino está aquí arriba y señalaste tu cabeza (allí está). Yo sólo sentía asco de tu cara, toda mojada por las lágrimas. Lo vi, cariño. Sé lo que tengo que hacer. No será fácil para ninguna de las dos, pero debe ser así. Será mi legado.

Yo no entendí nada, madre. Sentí miedo de ti. Me volviste a pedir perdón y prácticamente desapareciste de mi vida. La guerra mundial te mandó muy lejos. ¿A dónde carajos? (al infierno). Sólo regresaste a mí cuando el conflicto terminó. Cuando Europa y parte de Estados Unidos se redujeron a cenizas. Cuando la ONU te convocó. Con tu ayuda, maldita paranoica, convencieron al mundo de que estábamos en peligro: las niñas y niños del mundo deben ser protegidos. Otra vez tu bebé te quitaba el sueño. Otra vez, yo no te pedía nada. Si olvidan el terror de la guerra, la repetirán, decían (como lo hicieron ellos).

Y le lavaron el cerebro a los gobiernos que decidieron “equipar”, a sus infancias, con un dispositivo “¡¿disuasorio de comportamientos de riesgo?!”. El futuro de nuestros hijos está protegido. El fin de la guerra (¿será?), proclamaban al unísono aquellos que la habían peleado. En unos pocos años parecíamos más zombis que personas. Los ancianos podían morir en paz. ¡Fuck you, madre! Cómo me encantaría poder escupirte a la cara lo mucho que te odio, si tan sólo siguieras viva, a ti y a quienes nos jodieron con el Nanoper (y a quienes te complican cada día la existencia).

Pero, no puedo, pero…

(no puedes)

No puedo. Menos ahora que me estoy volviendo loca.

(porque comienzas un diálogo con otra persona en tu cabeza)

Esto pasa cuando te encierran en tu jodida cabeza.

(sí, comienzas a ser libre)

¿Libre?

(sí, porque no estás encerrada realmente)

No, ya lo veo. En mi cabeza soy libre de tener múltiples personalidades.

(no, no es así. No pertenezco a tu cabeza, siquiera)

Ah, ¿no?

(no, soy una de los mejores hackers del mundo. Yo descubrí que el nanoper de tu madre es, en realidad, una puerta a otro mundo)

Sí, al de la maldita locura.

(no estás loca, llevo tiempo acompañándote y hoy hemos decidido que estás lista para cruzar la puerta de entrada a Yolitia, este mundo es simultáneo al que nos gusta llamar Tierra, el mundo al que pertenece el cuerpo)

No me jodas.

(no lo hago, aquí no es como en Tierra)

¿Qué es aquí?

(Yolitia, ya te dije. Un lugar al que accedimos gracias al regalo de tu madre y que, de manera inconsciente, nos dio la generación que quiso controlarnos. Un lugar donde podemos ser libres y existir de otra forma. Habitamos como ideas y así florecemos. Y ahora somos tantas como el bosque más grande que te puedas imaginar. Has llegado aquí porque es el momento de recuperar nuestros cuerpos en ese lugar llamado Tierra).

Soy fan de la literatura especulativa y la ciencia ficción. En los últimos años he tratado de leer a mujeres que escriben y que comparten mundo conmigo, especialmente Latinoamérica. Soy socióloga y feminista. Formo parte del colectivo Gran Colisionador de Textos Especulativos. En el 2023 tuve la suerte de ser reconocida con el Premio Imaginarias.

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