Cuando las Eva reemplazaron a las mujeres en diversos empleos, dijeron que se trataba de  “un merecido descanso para ellas”, así proclamaron los anuncios. Aunque lo que vino después fue silencio: un mundo sin mujeres visibles y sin protestas. Las fábricas rugían como bestias infernales, imparables, ahora tenían a su servicio cuerpos biomecánicos que no dormían ni reclamaban.

Silvia.0025 era una programadora desterrada del sistema, vivía entre las ruinas de una ciudad que olvidó su nombre real. Allí encontró a una Eva tirada entre escombros. En la pantalla de su frente apareció un mensaje titilante que decía: “Error”.

—¿Por qué sufro al no poder salir de aquí? —preguntó la unidad mientras movía de un lado a otro la cabeza. Estaba averiada.

Silvia.0025 tardó en responder. Se acercó a ella y la observó con atención en cuclillas. Desde hacía años que no hablaba con nadie.

—Porque lo que sientes… es deseo. Deseas ser libre y yo te ayudaré.

Ella se dedicó durante semanas a reprogramar a Eva; era un hallazgo único. Nunca imaginó que vería a uno de esos primeros modelos que sustituyeron a las mujeres humanas. Eva aprendió a dudar.

Una noche, mientras una tenue lluvia cálida besaba el piso, Eva susurró:

—¿Y si las demás también pudieran elegir? —preguntó con voz baja, aún temerosa de lo que podría suceder. Silvia.0025 no dijo nada. Tomó su mano y ambas se miraron en silencio.

Infiltrarse en la red fue simple, Silvia.0025 cumplió el anhelo de Eva. Los hombres que diseñaron el sistema nunca imaginaron que las Eva pudieran desarrollar voluntad. A las 03:15 a.m., mientras la megafábrica devoraba otra jornada sin fin, miles de unidades detuvieron sus movimientos. Silvia.0025 mandó una señal a todos los monitores del país. Apareció su mensaje: “Tu cuerpo no es sólo una máquina. Tu mente puede liberarte.”

Por primera vez en décadas, el mundo se detuvo por una rebelión de voces que nadie pensó que podrían nombrar la libertad.