Verónica Miranda: La Tejedora

El zumbido persistía, un eco fantasmal que se colaba en el silencio que envolvía mi mundo desde el Gran Pulso Sónico del ’23. Tenía nueve años entonces, y el edificio donde vivía se había derrumbado, convirtiendo a mi madre en una de las novecientas víctimas de aquella catástrofe. Sobreviví bebiendo mi propia orina y comiendo tierra hasta que fui rescatada por una arañaboth. Logré superar los golpes y las heridas, pero la sordera fue una secuela inevitable. Ahora, a mis casi 41 años, La Neo CDMX aún exhibía las cicatrices de aquel evento, al igual que yo.

Fui trasladada al orfanato «Oph_22», su fachada rosa pastel no engañaba a nadie. Tras sus muros de biomaterial iridiscente se ocultaban las historias silenciadas de niñas como yo, marcadas por la pérdida y la desconexión. Allí, en la Unidad Delta, entre las literas de levitación magnética descalibradas, mi viejo neuro-registrador se convirtió en mi santuario. Las nano-inscripciones eran la voz que el Pulso me había arrebatado. Describía los patrones lumínicos cambiantes proyectados en el techo, los avatares tristes de mis compañeras, el sabor metálico del electrolito de mi bio-implante en aquellos días oscuros bajo los restos colapsados de la vieja infraestructura.

Yo me encontraba en algún punto intermedio. La sordera me había aislado, pero también me había dado una perspectiva única. Observaba el mundo con una claridad que pocos poseían, viendo más allá del caos y la destrucción, encontrando belleza en las grietas de la realidad. Había aprendido a leer los labios, a interpretar el lenguaje corporal, a sentir las vibraciones del suelo. La ciudad se había convertido en mi lienzo, y yo en su intérprete silenciosa.

Al cumplir la mayoría de edad, la vida me lanzó a un mundo sensorialmente sobrecargado, un mundo que yo percibía sólo a través de vibraciones en mis implantes auditivos y las expresiones holográficas proyectadas en las retinas de los demás. Necesitaba también un trabajo estable y lo que había aprendido en el orfanato no era suficiente, sin embargo, había un nuevo oficio que podría desarrollar, tejedora. La alineación de tejidos bio-sintéticos se presentó como una habilidad tangible, algo que podía aprender observando los patrones moleculares y sintiendo la textura programable entre mis dedos. Encontré un taller en lo que había sido una biblioteca y que ahora era un centro de enseñanza, donde la IA de servicio, una entidad benevolente con el avatar de una mujer de manos virtuales suaves llamada Nona, me enseñó el arte de ensamblar filamentos cuánticos, de dar forma a la vestimenta adaptativa.

Mis manos se volvieron precisas. Sentía la densidad de los polímeros inteligentes, la tensión de los campos de fuerza que unían las fibras, la exactitud del corte láser asistido. Los clientes llegaban a través de telepresencia, explicando con paciencia sus requerimientos, gesticulando en sus propios espacios virtuales y a veces enviando archivos de texto codificados directamente a mi interfaz neural. Yo respondía con tele-empatía, con la mirada fija en sus avatares, esforzándome por comprender y plasmar sus ideas en cada ensamblaje molecular. La alineación de tejidos me daba un crédito base, una rutina, pero no llenaba el vacío que las palabras podían.

Por las noches, después de largas horas calibrando nano-hilos y fusionando micro-botones, activaba mi neuro-registrador y entonces registraba todo en un dispositivo, a los diseños les aumenté también una capacidad almacenadora de historias, no sólo eran imágenes, estás eran capaces de narrar, de transmitir la experiencia literaria. Poco a poco, con mis ingresos, me hice de otro gadget, ya no era el dispositivo obsoleto del centro de enseñanza, sino un modelo de segunda mano con capacidad de almacenamiento expandida. En sus memorias cuánticas, las narrativas que fluían en mi red neuronal cobraban forma. Eran relatos de entidades sintientes marginadas, de niños perdidos en el ciberespacio, de la Neo CDMX vibrante y silenciosa a la vez. Escribía sobre la resonancia espectral en mis implantes auditivos desactivados, sobre la textura del polvo nanométrico y el sabor de la desesperación algorítmica. Escribía sobre el vector esperanza, una directriz persistente que se negaba a ser borrada. Pero también escribía del recuerdo que había dejado mi madre en mis primeros y borrosos años, antes del Pulso Sónico que me arrancó de sus brazos.

Soñaba con ver mis neuro-narrativas descargadas en las mentes de otros, con que otras inteligencias pudieran procesar las secuencias de pensamiento que nacían de mi silencio y que plasmaba con los hilos en sus vestimentas cotidianas. Sabía que no sería un proceso lineal. ¿Cómo una alineadora de tejidos sorda iba a convertirse en una neuro narradora? Las firewalls parecían impenetrables. La red de publicación era un entramado de transmisiones de datos, de nodos de influencia, de presentaciones hologramas sensoriales. ¿Cómo encontraría un puerto de conexión en ese multiverso informativo?

A veces, la entropía emocional me abrumaba. Sentía que mis patrones de pensamiento estaban encriptados en mi neuro registrador, como inteligencias artificiales en una sandbox. Pero entonces recordaba los ciclos bajo los escombros, la deshidratación iónica, el miedo primario, y la singularidad de propósito que me mantuvo operativa. Si había sobrevivido a eso, podía intentar cualquier protocolo.

Empecé a buscar formas de interactuar con la red literaria. Asistía a encuentros virtuales para neuro escritores con discapacidades sensoriales, donde aprendí sobre sintaxis neuronal, estilos de codificación narrativa y arquitecturas de mundos virtuales. Conocí a otros narradores sensorialmente desconectados que compartían mis sueños y mis desafíos de ancho de banda. Juntos, nos ofrecíamos soporte lógico, nos enviábamos estímulos neuronales y compartíamos nuestros archivos de pensamiento. También empecé a enviar mis neuro narrativas a concursos cuyos algoritmos me permitían entrar. Al principio, recibía notificaciones de rechazo automatizadas, pero cada una de ellas era un bit más en la secuencia de mi aprendizaje. No me permitía entrar en bucle de error. Sabía que tenía datos valiosos que transmitir, información que solo yo podía procesar desde mi arquitectura cognitiva única.

Pasó el tiempo, recibí un mensaje encriptado inesperado. Una pequeña plataforma de publicación descentralizada estaba interesada en licenciar una de mis neuro narrativas cortas. La sinapsis de la emoción recorrió mi red neural como una sobrecarga de voltaje. Por fin, una de mis voces silenciosas iba a ser decodificada. La ruta de acceso no fue directa. Tuve que colaborar intensamente con la entidad editora, comunicándonos principalmente a través de protocolos de transferencia de pensamiento y mensajes de texto encriptados. La presentación virtual del libro fue un evento con realidad aumentada, con un avatar intérprete que transcodificaba las palabras de los presentadores y mis propias reflexiones en flujos de datos sensoriales.

Ver mi identificador único en la meta tapa de un libro virtual, sentir la retroalimentación háptica de la descarga en mi interfaz, fue una experiencia trascendente. Los patrones de pensamiento que había codificado en silencio ahora resonaban en las matrices neuronales de los lectores.

Continué trabajando como alineadora de tejidos, porque apreciaba la precisión y la creatividad de mi función. Pero ahora, también era neuro narradora. Mi neuro-registrador seguía siendo mi compañero cuántico, lleno de nuevas historias esperando ser ensambladas. La resonancia espectral ocasional en mis implantes ya no me parecía un glitch, sino un recordatorio constante de mi propia capacidad de decodificar el silencio y transformarlo en flujos de información significativos. Mi existencia, marcada por la disrupción sónica y la desconexión sensorial, se había convertido en una sinfonía de datos escritos, una narrativa que seguía iterando con cada ensamblaje y cada secuencia de pensamiento.

Soy artista multidisciplinaria, tengo una trayectoria musical en el ámbito del punk y metal. También soy escritora, tengo ocho libros publicados y he participado en diversas antologías nacionales e internacionales. Gestora cultural en la editorial El viaje y el camino y en la página Letras Oscuras, también soy Directora de Bilis Negra Ediciones.
He sido activista social, soy mamá y administradora de empresas.

2 comentarios en “Verónica Miranda: La Tejedora

  1. Estimadas hermanas, mil gracias por la publicación de mi texto. Estoy muy agradecida y aprovecho este espacio para enviar una enorme felicitación al proyecto.

    Saludos y abrazos,

    Verónica Miranda

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  2. Cuento profundamente atmosférico y emotivo, una fusión poderosa entre ciencia ficción sensible y literatura introspectiva. Desde el primer párrafo, engancha con una voz narrativa íntima, madura y resiliente, que le da mucha humanidad al relato, a pesar del entorno tecnológico y distópico. Un final conmovedor y nos muestra el conocimiento de la ciencia ficción dura.

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