Anna era una chica muy simpática y alegre, de cuerpo esbelto, ojos verdes y cabello rojizo. Todo el que la conocía quedaba encantado.
Trabajaba en el “Circo Invisible”, una compañía famosa que tenía muchos tipos de espectáculos. Las personas que iban a ver los actos quedaban fascinados, así que muchos regresaban al día siguiente para volver a ver todas las funciones.
Anna era trapecista, usaba un leotardo amarillo de lentejuelas y se peinaba con flores. Siempre se veía en su espejo, aunque extrañamente había veces donde no se veía reflejada. Sabía que el espejo tenía algo raro, y eso la incomodaba.
Durante una gira del circo, ella adquirió el objeto como intercambio por una hermosa yegua con un mercader que lo había traído del Oriente.
Una noche, Anna estaba soñando que hacía su acto como de costumbre, y que al dar un giro caía dentro del espejo y unos brazos la agarraban. Se despertó sobresaltada, y en un instante nació en su interior el terrible deseo de saber qué era ese misterioso espejo.
Se paró rápidamente y fue a buscar a la adivina del circo. Le tocó a su puerta varias veces, y la adivina salió medio dormida. Anna le contó a la mujer todo lo sucedido, y ésta la pasó a su remolque.
Ya en su pequeña sala, ambas se pusieron frente a una gran bola de cristal. La adivina cerró sus ojos, empezó a ver algo, y se quedó un rato en silencio. La joven la veía con atención, sentía una desesperación y un miedo como pocas veces lo había experimentado.
Después de un rato, la adivina abrió los ojos y le dijo a la trapecista: “No quiero que te espantes más. Hay un espíritu en el espejo que lleva mucho tiempo ahí, es lo único que puedo decirte. Trata de no pensar en eso, si es que puedes”.
Anna quedó más desconcertada, y le agradeció a la adivina por toda su ayuda.
Desde ese día, se grabó en su mente un profundo deseo por descubrir el secreto del espejo. Pasaba días enteros viéndolo, no dormía y comenzó a imaginar historias. Hablaba y se carcajeaba sola. Empezó a olvidar todo lo que era importante, estaba enloqueciendo.
Dejó de ir al circo un tiempo, y un buen día sus compañeros empezaron a comentar: “Hace muchos días que no vemos a Anna, ¿qué pasó con ella?, ¿alguno de ustedes sabe?”. Nadie sabía nada, excepto la adivina. Ella les platicó la historia del espejo, y sus compañeros corrieron a su remolque para ver si la chica estaba a salvo.
Tocaron a su puerta hasta que se cansaron, pero nadie respondió. La rompieron, buscaron a Anna por todas partes y no estaba, lo más inquietante es que el espejo tampoco estaba. Lo demás permanecía intacto.
Nadie del circo volvió a saber de la trapecista nunca más, y mucho menos del siniestro espejo. Es como si los dos se hubieran desvanecido en medio de una oscura noche.

Soy compositora, pianista e improvisadora. Me gusta escribir e ilustrar poesía y cuentos.
Estoy interesada en la pintura, la fotografía, la filosofía, las nuevas tecnologías, el jazz, la improvisación libre y la traducción.
Este año formaré parte de la antología de microcuentos «Textículos» de la Editorial Tintapujo (Chile).

